En realidad el tema a tocar el día de hoy era otro, como siempre. Pero es que a uno le dan material de último minuto. Así, gratis, te lo arrojan en la cara. Y es que yo pensaba escribir sobre lo bonito que amaneció el día y de la enternecedora estampa que fue vernos a todos nosotros besándonos nuestras bocas el día de San Valentín, cuando me ha llegado un mail bastante conmovedor, o quizás no tan conmovedor como persistente, pues el mensaje en cuestión apareció unas 35 veces en mi bandeja de entrada.
Como era de esperarse, la carta o mail o cadena (llámale como quieras) fue escrita por un filántropo, demócrata y maestro de la gramática y ortografía. Muy conmovedora carta. En ella desglosa mediante una serie de ejemplos (en realidad se basa en un único argumento) que la honorable y tradicionalista ciudad Seguridad fue la segunda ciudad más segura del país en otros tiempos, pero que sin embargo gracias a los gobernantes del sexenio pasado dejó de serlo, cayendo en la categoría de ciudad no segura, como bien dijo en su famoso noticiero nocturno don Zutanito de Tal. La carta, muy conmovedora como ya les había dicho, está plagada de una serie de "abre los ojos" y "no te dejes engañar", para cerrar con broche de oro con eso de que deberíamos estar agradecidos de que los gobernantes de antaño hayan vuelto al poder para traer de nuevo la seguridad a ciudad Seguridad. Traducción: enjugar los ojos al borde de las lágrimas en agradecimiento porque el sheriff del ayer ha regresado a ciudad Seguridad a meter orden.
Sin embargo, hay un pequeño detalle. Si bien nadie duda de la capacidad del sheriff en eso de meter orden, el problema radica en que hace un par de meses el retoño del sheriff fue a una cantina, se le pasaron las copas (y el peyote), y en un acto totalmente irresponsable se subió a su caballo y arrolló a un par de ciudadanos dejándolos descuartizados en mitad de la calle. Por obvias razones el hijo del sheriff no pisó la cárcel, así que anda libre y a sus anchas por ciudad Seguridad. "A cualquiera le puede pasar", declaró el Sheriff. Y los ciudadanos de ciudad Seguridad (al menos los que poseen un gramo de sentido común) están de acuerdo con él, que a cualquiera le puede pasar, a cualquiera que esté en estado de ebriedad y decida cabalgar a toda velocidad su caballo de mil caballos de fuerza.
Lamentablemente ciudad Seguridad no es ciudad para hombres culpables. Desde pequeños los ciudadanos son educados para no saber hacerse responsables de sus actos. "Se rompió el jarrón". "Perdimos porque el árbitro estaba comprado". "Me reprobó la maestra". "La contrataron a ella porque tiene las tetas más grandes". "Me despidió el desgraciado de mi jefe". "Tuve un accidente en la calle". Nadie es culpable. Nadie se atreve a corregir a las personas desde niños diciéndoles que un jarrón no se rompe por arte de magia; o que perdieron el partido de fútbol porque el equipo contrario era mejor, y en vez de buscar excusas debería ponerse a entrenar más duro; o que si pusiera el mismo ímpetu a las matemáticas que a jugar videojuegos la maestra no tendría inconveniente en aprobarlo en los exámenes; o que si hubiera prestado atención en las clases de la facultad en vez de andar soñando con querer ser una actriz de Televisa quizás le hubieran dado el trabajo a ella en lugar de a la tetona bilingüe; o que si no hubiera sido un haragán conformista, el jefe en vez de haberlo puesto de patitas en la calle lo hubiera promovido para un ascenso; y por último, aclararle que un automóvil es un medio de transporte, y para manejarlo hay que tener una licencia, y si tienes licencia aceptas ciertas responsabilidades, como por ejemplo que si bebes alcohol no debes conducir bajo ningún concepto, de lo contrario el automóvil pasa a ser de medio de transporte a un arma mortal, por consiguiente, si atropellas a alguien bajo el influjo del alcohol, no es un accidente, es un asesinato.
En fin, nadie es culpable. Ni aquí ni en la Angelópolis, ¿a poco no, mi querido gober precioso?