Una mujer, la Residenta, es una figura mítica del nacionalismo paraguayo que se invoca cuando se quiere exaltar la propia historia. También es el símbolo de la unificación nacional, que al final de una guerra de exterminio conservó las tradiciones que permitieron sobrevivir y mantener unid lo que quedó de la nación.
Se trata de las mujeres que acompañaron al ejército paraguayo desempeñando múltiples tareas, hasta que las fuerzas que defendían el país fueron exterminadas en 1870, corolario de una guerra desatada contra el Paraguay por una coalición entre Argentina, Brasil y Uruguay que actuaron entonces en favor de intereses extranjeros a la región, fundamentalmente británicos.
Ellas fueron las granjeras que labraron la tierra con sus manos para abastecer las trincheras, enfermeras que curaron las heridas de los combatientes, soportando la agonía de los moribundos y el horror del degüello sin piedad, y hasta se convirtieron en soldados cuando fue necesario empuñar las armas, cayendo en el frente de batalla como si fueran oficiales del ejército nacional.
También fueron esas mujeres las que en el periodo inmediato posterior al desarrollo bélico, asumieron la cabeza de sus hogares, y pasaron a constituirse en lo único que quedó en el país de poder y autoridad.
Quedaron en esas posiciones por ser viudas, con niños a criar, y con la enorme responsabilidad de hacer resucitar a una nación moral y materialmente devastada. El episodio histórico de las Residentas es apenas una ratificación de que el Paraguay es un país que debe su misma existencia a las mujeres, aunque como en tantos otros parajes, rara vez le sean reconocidos sus méritos.
Ya en el año 1907 la abogada y feminista paraguaya Serafina Dávalos decía "La idea de ver a la mujer ejecutando actos de ciudadanía es lo que más resistencia ha encontrado siempre entre los impugnadores de los derechos feministas... votar una mujer por tal o cual candidato al Congreso, por ejemplo, es el acabóse, como si se tratase de algo muy superior y misterioso que sólo el alma del varón puede percibir...".
Hoy grupos sociales retardatarios disfrazados de progresistas y los fantasmas de la misoginia que se han soltado a la pelea en la arena política, pretenden descalificar y excluir a la histórica candidatura de una mujer con posibilidades, por primera vez, de acceder a la posición política más preponderante de la vida nacional.
Se trata de las falsas organizaciones civiles agrupadas en torno a la candidatura del candidato de la cofradía católica, de la prensa ultraderechista paraguaya y del embajador norteamericano James Cason, el obispo Fernando Lugo, presentado con ficticias credenciales de exponente de la teología de la liberación -ámbito en el que se le desconoce-, y a quien sus publicistas le inventaron el mote de “obispo de los pobres”, aunque en realidad hoy sólo aparezca en compañía de burgueses enriquecidos por la única vía posible en Paraguay; la de la corrupción política y el tráfico de influencias.
La misma candidatura de Dios ha sido inducida por los medios de comunicación subsidiados por la National Endowment for Democracy, y por partidos regados por los dólares de IAF y USAID por intermedio de supuestas donaciones a organizaciones no gubernamentales, además de supuestas organizaciones civiles que en realidad responden a sus financistas de la embajada norteamericana, como en los buenos tiempos en que la CIA y el Vaticano se unían para combatir a los contras de Nicaragua y se blanqueaba dinero de organizaciones criminales como el narcotráfico depositándolo en cuentas del banco Ambrosiano.
Entre estas supuestas organizaciones civiles se encuentran las feministas de convicciones subsidiadas por USAID como las Mujeres Políticas en Red, Parlamento Mujer, Red de Mujeres Políticas, Red de Mujeres Munícipes del Paraguay (RMMP), Coordinadora Interpartidaria de Mujeres del Paraguay (CIMPAR),), Mujeres Políticas por la Democracia y el Desarrollo (MUPODER),
Conamuri y otros grupos, a quienes no les interesa aglutinarse en torno a un personaje surgido en las carpas de sus archienemigos católicos si ello implica anotarse en las ventanillas de cobro habilitadas por el imperio.
No les disuade de su posición ni siquiera el hecho de que al frente del cotarro vaticano se encuentre el ex militante de las juventudes hitlerianas Joseph Ratzinger, el mismo que en todos sus escritos ha satanizado al feminismo, criminalizado y estigmatizado a las mujeres que aún por causas ineludibles se han visto en la necesidad de abortar, que le ha dicho "no" a la ordenación sacerdotal de la fémina, insistiendo en que es algo "exclusivamente reservado a los hombres”, y que ha responsabilizado al pensamiento feminista no sólo de intentar destruir la familia sino de introducirnos a una “antropología de una confusión deletérea”, en choque con la “antropología bíblica”.
En los tiempos actuales, según el artículo 48 de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana “Pastor Bonus”, promulgada por Juan Pablo II el 28 de junio de 1988, “la tarea propia de la Congregación para la Doctrina de la Fe es promover y tutelar la doctrina de la fe y la moral en todo el mundo católico. Por esta razón, todo aquello que de alguna manera toca este tema, cae bajo su competencia”.
Sin embargo, estos loables fines inquisitoriales no se han desprovisto de la visión misógina de la Santa Inquisición, dado que no consideran que la relación familiar bi-parental esté en peligro por causa de la evolución cultural, las migraciones, las guerras, la pobreza, la explotación sexual y
la violencia que aqueja a las mujeres, el abandono y abuso que sufren. El verdadero peligro que se cierne sobre la doctrina de la fe y la moral del mundo católico es el diabólico pensamiento feminista.
No es muy difícil entender esta falta de comprensión a los asuntos humanos en una institución que por intermedio de su Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, fundada por Pablo III en 1542, envió a decenas de miles de mujeres a la hoguera tras sumarísimos juicios por profesar la ideología brujeril. Más difícil es, en realidad, comprender el amorío entre feminismo y sotana que viene determinando virulentos ataques y críticas forzadas a la campaña electoral de la candidata Blanca Ovelar en Paraguay desde la tribuna del propio género.
Antiguamente se acusaba a las brujas de renegar de Cristo y los sacramentos realizando un pacto con el demonio, en cuyo honor realizaban ritos diabólicos parodiando la Santa Misa y los oficios de la Iglesia, adorando a Satanás, príncipe de las tinieblas, al cual ofrecían su alma a cambio que le diese poderes sobrenaturales. Hoy nuestras modernas brujas vernáculas también han realizado un pacto, aunque no con Lucifer, sino con el embajador James Cason al que le han vendido sus convicciones, y parodiando los ritos feministas han ofrecido su alma a George W. Bush para recibir los poderes de la chequera imperialista.
Como se podrá deducir, todo es posible en este delirante proceso electoral paraguayo, donde una atribulada mujer es abandonada por las organizaciones que dicen ver la sociedad desde una perspectiva de género, y las presuntas feministas se arrojan a los brazos de quienes encarnan los más sagrados símbolos de la misoginia y el machismo como las botas militares, la cruz de la religión católica y la Biblia.
Evidentemente, este contradictorio comportamiento solo constituye una señal de los tiempos que discurren, entre amoríos de sotana y feminismo subsidiado.