Los últimos acontecimientos de la política en Paraguay, donde autoridades civiles, militares y eclesiásticas se disputan con apasionado entusiasmo el papel de salvadores mediáticos de la patria, obligan a desempolvar ciertos capítulos poco recordados del entretenido pasado paraguayo, en el cual la más honda división política no la produjeron precisamente las ideas ni las religiones.
Las diferencias más profundas en realidad las produjo un episodio histórico de profundo calado en el alma de los paraguayos: la guerra contra la Triple Alianza integrada por Argentina, Brasil y Uruguay unidos bajo supervisión del imperio británico para devastar la única experiencia autónoma de desarrollo independiente de la historia latinoamericana en 1870.
Durante los 66 años que siguieron a la culminación de aquella guerra de exterminio, gobernaron los detractores de Solano López, afines a los gobiernos de Argentina y Brasil, que intentaron mantener en la penumbra y la ignominia al caudillo que encarnó ante aquella hecatombe la voluntad paraguaya de sobrevivir.
Uno de los episodios más candentes de enfrentamiento entre la iglesia y el estado paraguayo se produjo durante el gobierno nacionalista y revolucionario de Rafael Franco, cuando al influjo patriótico de la victoria de la guerra con Bolivia por el Chaco este último decidió reivindicar la memoria del Mariscal Francisco Solano López, en 1936. Precisamente era el mismo coronel Rafael Franco quien había denunciado, en un manifiesto fechado el 6 de febrero de 1936 en el destierro, que la empresa petrolera Standard Oil company era responsable de toda la tragedia abatida sobre el Paraguay entre 1932 y 1935, por lo cual su revolución nacería como un movimiento de marcada tendencia anti-imperialista y bajo el signo inconfundible de la democracia social.
Curiosamente los exponentes de la historiografía colonial y claudicante hoy acusan a dicho movimiento de nazi-fascista, aunque estos ácidos detractores, especialmente del Partido Liberal fueron los mismos que acusaron a su líder de comunista y aplicaron sus leyes represivas para enviarlo al exilio, medida que soliviantó los ánimos en la milicia y acabó precipitando el golpe militar del 17 de febrero de 1936 contra un presidente que tramaba hacerse reelegir en forma inconstitucional.
La exhaltación del mártir paraguayo de Cerro Corá, Solano López, produjo inconvenientes con la jerarquía católica porque éste había sido excomulgado por el Vaticano como derivación del fusilamiento durante la guerra del obispo Palacios, involucrado en la conjura mitrista de San Fernando. El Vaticano, previamente, se había unido moralmente a la Triple Alianza contra el Paraguay, negando autonomía a su iglesia y declarándola subsidiaria de Buenos Aires.
Es conocido el desaire del arzobispo Sinforiano Bogarín al jefe de Estado en octubre de 1936, cuando fue consagrado el Panteón Nacional de los Héroes para albergar las cenizas simbólicas del Mariscal-presidente, inventándose supuestas obligaciones en el exterior para ausentarse del país. La razón que ocultaba el hombre de la sotana, es que la iglesia priva al excomulgado de los sufragios de la iglesia y de los "efectos divinos", siendo uno de esos efectos de la excomunión mayor la privación de sepultura eclesiástica. Esta contravención a las normas canónicas sirvió de excusa a Bogarín para rechazar la invitación de Rafael Franco y desairar al Mariscal López, viajando a Buenos Aires para participar de los festejos por el aniversario de dicha ciudad invitado por Vedia y Mitre, descendiente del principal responsable de la hecatombe de 1870.
El derrocamiento del gobierno revolucionario de Rafael Franco reconcilió a la jerarquía eclesiástica con el gobierno, así como con los representantes de la diplomacia imperial y otros personeros de intereses extranjeros. En ese contexto el restaurador del viejo orden liberal, el presidente de factoFélix Paiva -a diferencia de lo que propugnan sus herederos del PLRA que insisten en ignorar las leyes de su otrora aliada, la iglesia- se sometió al derecho canónico dividiendo en dos niveles el monumento; destinando el nivel superior a oratorio y la cripta a panteón de hijos ilustres de la patria. Como persistían las dudas, el ulterior arzobispo Menaporta pidió un dictamen para rendir cuentas ante el Vaticano al historiador Efraim Cardozo, quien dictaminó que no existía motivo de controversia puesto que no existía posibilidad de que los restos depositados en el Panteón de los Héroes paraguayos correspondieran a Solano López, y en caso de tratarse de algún brasileño desenterrado por equivocación, no constaba a la iglesia su excomunión.
De cualquier manera, hoy el panteón y oratorio católico sito en pleno centro de la capital paraguaya alberga a varios excomulgados en contravención a las disposiciones divinas, dado que reposan allí los restos de varios reconocidos jerarcas de la masonería que alcanzaron importantes posiciones en la política del Paraguay.
Los puntales intelectuales del movimiento reivindicador de López se habían opuesto rabiosamente a la creación del arzobispado, siendo los más férreos detractores de la vieja Iglesia católica, aquella institución inquisitorial, opresiva, contemporizadora de terratenientes y déspotas deslustrados que no tardó en abrir los confesionarios para la conjura que acabó tumbando al gobierno nacionalista-revolucionario de Rafael Franco en agosto de 1937.
El breve gobierno derrocado había contado en su gabinete de pensadores con intelectuales como Anselmo Jóver Peralta, quien en discursos que lo enaltecen, fue uno de los primeros en alzar sus voz denunciando la falta de conciencia en la Iglesia paraguaya, a la que no le interesaba la espantosa miseria en que vivían los peones de estancias de oligarcas en la pre-guerra del Chaco, sino el hecho de que vivan en concubinato sin haber "sacramentado" por medio de algún sacerdote su matrimonio. Es que se debía dar más vueltas al dogal con que se tenía oprimido a un pueblo sumido en la peor de las bajezas, para que subsista la estructura inicua que favorecía a quienes desde la conquista y colonización de América se habían beneficiado de las exacciones impuestas a los nativos.
Habían sido justamente las mentes y plumas privilegiadas que alguna vez se nuclearon en torno al movimiento de Rafael Franco, como la de Arnaldo Valdovinos, las primeras en denunciar que intereses extranjeros a la región eran los que obligaban hacia 1932 a paraguayos y bolivianos a matarse unos a otros en el verde infierno del Chaco, sólo para decidir si qué potencia imperial se quedaba con las riquezas del subsuelo. Mucho menos en aquel entonces que hoy, una miserable republiqueta sudamericana hubiese podido imponer condiciones a su majestad el dólar. Hoy los herederos de aquella corriente digna de mejor suerte, conocida en Paraguay como febrerismo, se adosaron servilmente a los eternos conspiradores contra sus ideales como el Partido Liberal y la Iglesia Católica, para acompañar un liderazgo fabricado en la misma embajada norteamericana como el del obispo Fernando Lugo.
El sacerdote Ernesto Pérez Acosta (Pa'i Pérez), un recordado capellán paraguayo de la guerra con Bolivia por el Chaco, narra en sus memorias que en los más candentes momentos del asedio a Nanawa, el coronel Luis Irrazábal rechazó su ofrecimiento de huir del cerco boliviano disfrazado con su sotana. La salida de la sotana era la más cómoda para el legendario jefe del fortín, pero hubiese puesto al ejército boliviano a las puertas de Concepción.
No reclamaríamos una actitud heroica como la de Irrazábal a quienes como los representantes del Partido Liberal de corte somocista de Paraguay, no creen en el heroísmo, más aún considerando que el electorado tampoco cree en dicho partido para esfuerzos heroicos, pero sí de quienes desde corrientes nacionalistas decían traernos al presente las reivindicaciones y ansias de liberación con las que soñaron Solano López y buena parte de aquellos legendarios guerreros del Chaco.
Definitivamente, los paraguayos hoy estamos muy lejos de los héroes de la Ilíada.