Cuesta trabajo creer, o al menos, a mí me cuesta mucho creerlo, que sigamos vivos a estas alturas del partido. Si hacemos una breve y superficial recapitulación de nuestra historia en la Tierra, sí o sí tenemos que agradecerle a Dios (aunque no creamos en Él) de que no nos hayamos extinto, o en el peor de los escenarios, que aún no hayamos echo volar en microscópicas partículas el planeta que nos da cobijo.
Los seres humanos, además de ser la especie más inteligente del planeta, paradójica y multitudinariamente somos la más imbécil también. Digamos que nos remontamos al principio de los tiempos. Estamos todos nosotros metidos en unas oscuras y frías cavernas, resguardándonos de una tempestad, en eso, un fulano de mirada dubitativa se levanta y se queda mirando la lluvia y los relámpagos que iluminan la negra noche.
-Aguga aguga baratunga –nos dice el fulano de mirada dubitativa.
Traducción: caballeros, no me lo tomen a mal, pero tengo casi la certeza absoluta de que esa agua que cae del cielo y esas luces que pintan la noche son obra de unos seres muy poderosos que no podemos ver ni sentir pero que, sin embargo, hay que rendirles tributo.
"Ooooooooh", es la expresión generalizada de quienes estamos en las cavernas (nos incluimos en la expresión generalizada porque hay que contextualizar el ambiente y la época), y de inmediato, otro fulano, que desde luego no conocía el abecedario porque no lo habían inventado aún, dibuja unas figurillas extrañas en las paredes de las cavernas para que no se nos olvide que hay que adorar a unos seres que ninguno de nosotros puede ver ni palpar.
Generaciones más adelante logramos salir de las cavernas y aprendemos a cultivar nuestro propio alimento. Hay rachas buenas y hay rachas malas. Un hombre, el más laborioso de todos nosotros, tiene la teoría de que las malas rachas están directamente relacionadas con el clima, es decir, los cultivos no crecen si el agua no cae del cielo. Este hombre no duda un segundo en hacernos saber su teoría. Entonces, otro hombre (de mirada dubitativa), hace lo que todo hombre de mirada dubitativa tiene sentido que haga: nos ordena matar al hombre laborioso del campo.
-Sacrifíquenlo, es un tributo para los dioses, ya saben, para que llueva y no nos muramos todos de hambre.
Pese a todo pronóstico, el ser humano sigue evolucionando. Un día como cualquier otro, un hombre que tenía mucho tiempo libre se pregunta qué habrá detrás del mar.
-Lógico, un precipicio –le responde su mejor amigo.
Y así fue cómo llegamos a la sana conclusión de que detrás del mar había un precipicio. Luego, un hombre con más creatividad, desafió esta creencia popular.
-Señores, hemos vivido engañados, la Tierra no es plana.
Naturalmente a este señor le prendimos fuego antes de que pudiera decirnos que en realidad la Tierra no era plana sino que tenía forma de paralelogramo.
Las centurias pasaron y fue una época gloriosa de paz y tranquilidad para los árboles porque el fuego de las hogueras no era alimentado por troncos sino por seres humanos. De este modo fue como la Iglesia contribuyó con su granito de arena a la ecología y sólo sobrevivió la gente más apta, o sea, quienes creían que la Tierra era sostenida por un gigantesco cíclope (creado por Dios, desde luego). Estos proverbiales y católicos hombres se reprodujeron y sus tataratataranietos se convirtieron en nuestros abuelos. Señores que en su juventud (cargados con los genes y creencias de sus antepasados) un día miraron hacia el cielo y notaron cómo una pequeña luz se desprendía de un conjunto de estrellas; unos le llamaron estrella fugaz y otros (la mayoría) le llamaron OVNIS, o lo que es lo mismo en español: platillos voladores tripulados por hombrecillos de color verde de cabeza y ojos gigantes, alias, "los marcianos".
Luego vino la generación de nuestros padres, señores que al despertar muy temprano por la mañana descubrieron que un par de vacas yacían sobre el césped, más tiesas y más cadavéricas que Paris Hilton y Keira Knightley, así que llamaron a los periódicos y les dijeron:
-Esto sólo pudo ser obra del chupacabras.
Desde luego que el nombre de esta nueva y malévola criatura de la noche se prestó a acalorados y controversiales debates, ya que estadísticamente el chupacabras chupaba más vacas que cabras, por lo cual su nombre debió ser chupavacas y no chupacabras, pero en fin, ese es un misterio que le dejaremos resolver a los expertos en la materia, es decir, a Jaime Maussan.
Toca nuestro turno. Un objeto volador no identificado se estrella esta semana sobre una de las avenidas principales de la capital del país. ¿Qué hemos aprendido hasta este momento de la Historia? Por supuesto, nada en absoluto. Salvo que los investigadores, reporteros y peritos nos dicen dos cosas: la primera, que el objeto en llamas se trata de un jet y no de un OVNI (por ende y por libre asociación de ideas, los pasajeros son seres humanos y no extraterrestres); y la segunda, que uno de los tripulantes era ni más ni menos que el segundo hombre más influyente en la política de México.
Como es de esperarse en estos casos cuando fallece un famoso, mamá llora. Mi tía llora. Todas las señoras lloran. En las calles se empieza a escuchar murmullos. Se dice que un hombre tan bueno no puede morir por un simple capricho de Dios.
-Ha sido un atentado narcoterrorista –dice una señora de mirada dubitativa.
De inmediato la caja negra del jet es enviada a Washington o a la NASA o a cualquier servicio de inteligencia capaz de descifrar este misterioso designio de Dios.
Son días como hoy, a pesar de ser un fiel, ferviente y recalcitrante ateo, en los que le pregunto a Dios cómo diablos es qué logramos salir vivos en una pieza de las cavernas.