Es obvio que se ha desatado una implacable campaña de desprestigio contra los gobiernos desobedientes (léase: los países miembros del ALBA). En este marco, el ataque sistemático al presidente de Nicaragua alcanza visos de cacería de brujas, en las cavernas locales e internacionales. El concierto mediático de calumnias, está siendo orquestado por el desafinado director de siempre y es repetido hasta la náusea por las agencias noticiosas. Acusar en falso, descontextualizar, mentir sin pudor "que algo queda...". Variaciones sobre un mismo tema.
Ernesto Cardenal es una estrella de primera magnitud en la literatura nicaragüense. Junto a Rubén, Martínez Rivas, José Coronel y Pablo Antonio, está entre los mayores de nuestra historia. Su estatura se acrecentó con la Revolución Popular Sandinista. Tales afirmaciones no están sometidas a discusión.
Nubia Arcia había apenas acabado la escuela, cuando llegó al archipiélago de Solentiname. Venía de profesora a la comunidad que el monje trapense había fundado entre los campesinos y pescadores del lago Cocibolca. Eran tiempos de Somoza. Cardenal tuvo la habilidad de hacerse famoso junto a su comunidad. Bajo el influjo del maestro, Nubia se hizo poeta. Un día, los jóvenes decidieron practicar el evangelio: abandonaron sus islas y en el nombre de Sandino asaltaron el cuartel de San Carlos. Nubia estaba entre ellos.
El líder de esos muchachos se llamaba Alejandro Guevara. Alejandro era el discípulo predilecto de Ernesto: fue teólogo campesino, poeta popular, pintor primitivista; y lo normal en aquel resplandor, se hizo guerrillero. Se enamoró de las abundantes gracias de Nubia y se casó con ella, con la cual tuvo varios hijos.
Al triunfo de la revolución, el padre Cardenal partió a la capital a ocuparse del Ministerio de Cultura; Alejandro Guevara tuvo a su cargo la defensa de la frontera sur, en la guerra financiada por Ronald Reagan; Nubia se quedó en Solentiname, acogiendo a los peregrinos que buscaban el paraíso, en un hotelito que ella misma fue haciendo nacer a punto de sudor y sonrisas para turistas. El "Hotel Mancarrón" fue obra de su esfuerzo.
Tras la muerte de Alejandro, la comunidad de Solentiname le otorgó a su viuda la concesión del hotelito por los siguientes quince años (hasta que el último de los niños cumpliera la mayoría de edad: el 2010). Casi de inmediato, comenzaron las maniobras para arrebatárselo.
Inmanuel Zerger llegó de Alemania, donde había nacido, surcando las aguas del Cocibolca con una orquesta sinfónica abordo. De las pangas hizo descender violines y fagots, la tuba y el contrabajo. Cuando los primeros acordes resonaron entre las islas, el Poeta exclamó: Este hombre es un santo. Nubia lo hizo su esposo.
Hace más de diez años que Ernesto Cardenal, en su calidad de presidente de la Asociación para el Desarrollo de Solentiname, pretende despojar a Nubia Arcia e Inmanuel Zerger de la gestión del hotel. Se ha valido de artimañas que no están a la altura de su imagen de profeta revolucionario: les ha mandado a cerrar el hotel en varias ocasiones, espantando a los turistas que se encontraban alojados; les ha hecho confiscar el mobiliario; los ha desprestigiado. A alguna de esas "injurias y calumnias" es que se refiere el reciente juicio.
Ernesto Cardenal ha convertido el veredicto que lo acusa, en su enésimo ataque contra Daniel Ortega. Usando su enorme prestigio de poeta como tribuna mediática, ha dicho que no acatará la sentencia (que lo obliga a pagar mil dólares de resarcimiento moral a los injuriados) y ha desafiado a que lo metan preso, sabiendo que en Nicaragua ninguna persona mayor de 70 años va a la cárcel. Hábilmente, ha volteado la tortilla y en lugar de aparecer disputándole un bien terrenal a la viuda de un héroe, se hace pasar por víctima de la revancha política del Presidente de la Nación. El pleito de Ernesto no es con Daniel, es con la viuda de un héroe sandinista.
Ahí viene el lobo, grita el lobo con piel de oveja. Y la alharaca convoca a ingenuos y a zamarros, a solidarios y a malintencionados, a abejas de noble linaje y una lluvia de moscas que no se la pierden Disparen sobre Daniel Ortega. Por desgracia, habemos seres humanos vulnerables, como los dirigentes del FSLN y otros como Cardenal, cuya fama los hace intocables.
La maquinaria publicitaria se arma a la perfección. Ella no duerme, tiene los ojos diabólicos abiertos. El director desafinado convoca bloggers y agencias noticiosas, periodistas nacionales baqueanos en desprestigiar sandinistas y estrellas internacionales que, un poco desubicados, disparan sobre el blanco móvil. Se arman listas de adhesión a las que se inscriben (sin saber o sabiéndolo) las celebridades que avalarán la jugada. Todos quieren salir en la foto. El Pen Club inscribe en bloque a sus socios, sin consultar con los firmatarios (le sucedió al gran poeta peruano Arturo Corcuera). Acusar en falso, descontextualizar, mentir sin pudor que algo queda... Variaciones sobre un mismo tema.
He insistido en escribir estas líneas, a pesar del enorme esfuerzo que me ha significado el abandonar mi lecho de enfermo, impulsado por la indignación de tanto salivazo contra el Presidente de mi país. No hacerlo hubiera resultado una cobardía imperdonable. Ya escrita estas verdades me golpea en lo más hondo conocer la muerte de mi ahijado Félix, hijo de mi hermano Lenin. Aunque se a rastras llegaré a cumplir con el minuto largo de la solidaridad.