Víctor Corcoba Herrero. (FOTO)
Mientras medio mundo come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir; el otro medio ayuna, porque no tiene pan que llevarse a la boca, ni agua para refrescarse los labios y se calla teniendo mucho que denunciar. Son las contrariedades humanas con las que, por desgracia, nos hemos acostumbrado a convivir, cuando debieran alentarnos socialmente y los obstáculos engrandecernos por mera humanidad. Erradicar el hambre como fomentar una alimentación sana y suficiente, requiere de unos métodos educacionales y de unas acciones éticas que permitan una explotación respetuosa de los recursos. Si el derecho a la alimentación es un derecho primario que sustenta el derecho a la vida; tampoco es baladí la prevención a la obesidad, que respalda el derecho a la salud, promoviendo el consumo de los alimentos sanos, favoreciendo su accesibilidad y la información sobre los mismos.
Se sabe que acabar con el hambre en el mundo no es una utopía. Tampoco lo es el reducir los riesgos de las enfermedades transmitidas o vehiculadas por los alimentos e invertir la tendencia de la obesidad. Hay que pasar del debate a la voluntad de acción. Querer es poder. De nada sirve el “posible desvelo” por la situación del hambre en el mundo, agravada por la crisis alimentaria y financiera, que siga siendo tema de permanente discusión en los diversos organismos de las Naciones Unidas, sino hay una verdadera gesta moral para atajar el problema. Lo mismo que sucede con la hambruna en el orbe pasa con el creciente número de personas obesas. Por eso, considero una buena noticia que se diseñen conjuntamente acciones para promocionar una alimentación saludable. Éste es uno de los objetivos del acuerdo firmado recientemente entre los ministerios españoles de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM) y Sanidad y Consumo para promocionar una alimentación sana, equilibrada y variada, aprovechando las uniones entre ambos departamentos. Se trata de identificar líneas de interés común en la promoción alimentaria, así como optimizar los recursos que cada una de las entidades tiene destinados a la promoción de alimentos.
Hambre y abundancia, en cualquier caso, son los frutos de la insolidaridad y de la nula cooperación entre naciones, del desinterés por el bien de los demás, de los fenómenos especulativos que dejan a poblaciones al margen de los procesos de desarrollo. También las personas obesas quedan excluidas en una sociedad que premia lo físico. Hay estudios que lo refrendan. José M. Labeaga, en un trabajo realizado el pasado año para el Observatorio de la Obesidad, dice: “disfrutan de menores salarios y presentan menores tasas de participación laboral que las personas con normopeso”. Está visto, pues, que los modelos de vida consumistas trastocan la moderación, desequilibran y acrecientan la brecha de la marginación. La receta de Rousseau puede servirnos, al menos, como reflexión: “Donde quiera que veáis la moderación sin tristeza, la concordia sin esclavitud, la abundancia sin profusión, decid confiadamente; es un ser venturoso el que aquí manda”. Al final, el hambre mata pero la hartura revienta el corazón. Conviene tenerlo en cuenta.
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