Víctor Corcoba Herrero. (FOTO)
Ha llegado Primavera al balcón de Europa. No me pregunten cómo ha venido. Ni el visionario Machado en su tiempo supo cómo ha sido. Inmersa en la cuna de la cultura occidental visita los centros escolares. España es el cuarto país de la Unión Europea con más niños de tres años escolarizados, pero también es una de las naciones comunitarias punteras marcada por el abandono escolar temprano y por la violencia en las aulas. Ella llega en son de paz, con el deseo de avivar un aire primaveral que propicie un clima educativo-ecológico-laboral que prime, al menos, la posesión de una cualificación humana y profesional entre los discentes. Europa es el marco. Téngase en cuenta que las oportunidades de vivir, estudiar y trabajar en otros países que la Unión Europea ofrece a sus ciudadanos suponen una contribución fundamental a la comprensión entre las culturas, el crecimiento personal y la realización de todo el potencial económico europeísta. No en vano, más de un millón de ciudadanos europeos, de todas las edades, participan cada curso en los programas de educación, formación y desarrollo. Pues que florezca esa sabiduría de apertura, de análisis, de renovados brotes humanísticos como esa Primavera, con mayúsculas, frondosa, que nadie puede detenerla por más que desbasten todas las flores de la vida.
Primavera trae una consigna. No conoce el desanimo. Su efervescente despuntar pretende animar a los profesores a que reserven uno o varios días de su calendario escolar para hacer participar a sus alumnos en unas actividades dedicadas al debate, la interacción y la reflexión sobre temas europeos. Si en el espíritu y en la historia de todos los inviernos habita el esplendoroso renacimiento, la esperanza no está perdida. Estoy seguro que la dama de los poetas e inspiración de los enamorados, puede cambiar el mundo. De entrada, ha dispuesto ofrecer a los jóvenes europeos, la posibilidad de expresar sus opiniones y hacer oír sus voces en toda la territorialidad Europa. Ella misma es esa juventud que mantiene las luces de la poética encendidas, lejos de cualquier riesgo para la salud del planeta. Su lealtad para las especies es nuestra lealtad. Nuestro deber de sobrevivir más allá de nosotros mismos es carta de navegación para ese cosmos, antiguo y vasto, del cual pendemos.
En el año europeo de la creatividad y la innovación (EYCI), la luminosa Primavera, ensortijada de adjetivos y nombres, también quiere despertar y ser musa de una generación europeísta capaz de alumbrar genialidades. Sabemos que es fácil crear palabras, pero muy difícil crear ideas restauradoras y renovadoras. Europa tiene que ser única en crear un universo de convivencia, y la ocasión hay que crearla, no esperar a que llegue. La receta extendida por Antonio Machado, refrendada por la dama de la belleza, puede servirnos y servirle a esa juventud, que camina a ninguna parte, muchos de ellos con un título universitario debajo del brazo: “¿Dices que nada se crea?, no te importe, con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano”. Quizás tengamos que volver al horizonte soñado a vestirse de utopías para diseñar un futuro mejor y retomar el paso de la ética, única forma de salir de todas las crisis.
Doña Primavera, conquistadora de alegrías, es clarividente. Sus primorosas flores son idóneas para enraizar estéticas. Algo que ha de tener cabida en las diversas asignaturas de los variados planes de estudios. Personalmente, me gusta esa innovación efervescente, que no mira atrás, y que se brinda sin exclusiones. Porque es cierto que debemos apoyar la creatividad artística y otras formas de creatividad en toda la educación preescolar, primaria, secundaria y la formación profesional; crear un contexto que permita a los jóvenes adquirir competencias para saber expresarse a sí mismos a lo largo de sus vidas; promoviendo la diversidad cultural como fuente de creatividad y de innovación; estimulando el uso de las tecnologías de la información y la comunicación como instrumento para expresarse a sí mismos; contribuyendo al desarrollo de una actitud más empresarial; concienciando a los jóvenes de la importancia de la innovación como camino a un desarrollo futuro más sostenible; señalando las estrategias regionales y locales que se fundamentan en la creatividad y la innovación.
Estará con nosotros, los europeos, la enamoradiza Primavera hasta entrado el mes de mayo. Su calendario es tan intenso como extenso para estimular la mente. En todo caso, esto es una buena noticia. Que las ideas muevan a Europa es tan preciso como necesario, en un momento tan necio y nocivo para la humanidad. Pero todas las nociones, de todas las naciones, deben ser consideradas, más allá de la voz de unos líderes mundiales privilegiados. Construir una nueva arquitectura para el mercado financiero internacional o el reconstruir éticas perdidas, a todo el mundo nos concierne. Para ello, hay que despojar las ideas de los intereses, perpetuar la ética como idea y la moral como fuerza social. Al fin y al cabo, el auténtico europeísmo que nos lega la lúcida Primavera, a poco que nos adentremos en su poesía, pasa por transformar los deseos en realidades y pasar de las ideas a los hechos. Los pobres no pueden esperar más. El planeta está en las últimas. La humanidad hay que humanizarla. Por todo ello, la Unión Europea ha de ser más que una asociación económica y política única entre veintisiete países europeos democráticos, debe ser el hábitat de los jóvenes dispuestos a hacer del mundo una primavera para todos. Sea cierto, en todo caso, que Primavera; la dama del amor, en verdad enamora a Europa. Insisto: ya está con nosotros. Sólo hay que reconocerla y seguirla.
*corcoba@telefonica.net