ANN ARBOR, MICHIGAN.- El Fondo Monetario Internacional de hoy (y en menor medida el Banco Mundial) hace pensar en la descripción que hizo Talleyrand de los reyes Borbones de Francia: no han aprendido nada y no han olvidado nada. En un momento en el que países ricos como Estados Unidos tienen déficit del 12% del PIB debido a la debacle financiera global, el FMI ha estado diciéndole a países como Letonia y Ucrania, que no son responsables de la crisis pero han recurrido al Fondo para que les ayude a combatirla, que deben equilibrar sus presupuestos si quieren asistencia.
Tal hipocresía causaría risa si las condiciones económicas mundiales no fueran tan apremiantes que incluso países que alguna vez juraron que nunca tratarían de nuevo con el FMI han regresado a implorar ayuda. Algunos de los principales economistas argentinos justifican este cambio de actitud con el argumento de que el mundo tiene ahora un "FMI de Obama", presumiblemente más cordial y sensible a los problemas locales que el "Fondo de Bush". Pero como indican los programas del FMI para Lituania y Ucrania, la diferencia principal puede ser únicamente una sonrisa.
Es cierto que el Director Gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, recientemente hizo un llamado a dar una respuesta fiscal global a la recesión que empeora. Pero, ¿abandonará ahora el Fondo su énfasis de siempre en los recortes gubernamentales, la contracción monetaria y la austeridad general, políticas que -según muchos economistas del desarrollo- son mucho más dañinas que benéficas? ¿Están realmente dispuestos el FMI y el Banco Mundial a reconsiderar sus políticas fallidas?
En años recientes, los créditos de ambas instituciones se contrajeron notablemente, aunque se han convertido cada vez más en los prestamistas exclusivos de los países más pobres del mundo. En 2005, de los países que habían denunciado la agenda neoliberal del FMI, Argentina y Brasil fueron los primeros que comenzaron a pagar sus préstamos. Otros grandes deudores, como Indonesia, Filipinas, Serbia y Turquía, lo hicieron después.
En efecto, los créditos pendientes de cuenta de recursos generales a países en desarrollo de ingresos medios cayeron en un 91% entre 2002 y 2007, algo inaudito, a medida que los países en desarrollo más ricos tenían acceso a fuentes de financiamiento que no imponían las condiciones del Fondo. Pero los países más pobres, para los que los mercados internacionales de capital siguen siendo inaccesibles, no tienen más remedio que recurrir al Banco Mundial y el FMI.
En septiembre de 2007, un año antes de que las señales de alarma se convirtieran en una debacle financiera a gran escala, el propio Strauss-Kahn dijo que el FMI tenía una "crisis de identidad". En efecto, la caída sin precedentes de los créditos de cuenta de recursos generales, que son la fuente principal de ingresos del FMI, obligó a la institución a anunciar un plan de recorte de gastos de 100 millones de dólares en abril de 2008. El Banco Mundial sufrió presiones financieras similares al caer su fuente principal de ingresos, los préstamos del BIRD, un 40% en 2007, en comparación con sus niveles de finales de los años noventa.
Pero los problemas mundiales han ayudado a esas instituciones. Desde que la crisis alcanzó un nivel mundial en otoño pasado, ha habido un desfile de países a las puertas del FMI. Entre el 5 de noviembre de 2008 y el 12 de enero de 2009, el Fondo prometió cerca de 50 mil millones de dólares a siete países (Hungría, Ucrania, Islandia, Pakistán, Letonia, Serbia y Belarús). También el Banco Mundial ha resucitado recientemente en lugares como Ecuador, Bolivia y Perú. Sus préstamos a esa región de América Latina se han cuadruplicado desde el mes de septiembre y casi han llegado a los 3 mil millones de dólares.
Desgraciadamente, en el caso de ambas instituciones la demanda creciente de financiamiento de esos países sólo significa que las cosas siguen igual que antes. Consideremos el reciente acuerdo de derecho de giro con Lituania, cuyas condiciones incluyen un enorme recorte del 25% de los salarios del sector público, una reducción similar del gasto gubernamental y un gigantesco aumento de los impuestos.
Al gobierno de Ucrania se le exigió, además, que equilibrara su presupuesto mediante una inmensa disminución de las pensiones del gobierno. El Fondo únicamente aceptó flexibilizar sus condiciones cuando la situación en el país se deterioró aun más debido a que la institución había retenido la segunda parte del crédito. Sin embargo, en Lituania el Fondo ha seguido exigiendo austeridad incluso tras el desplome del crecimiento y el aumento del desempleo que han provocado disturbios e inestabilidad política. Los créditos recientes del Banco Mundial también están condicionados en parte a la "disciplina fiscal".
La insistencia en esas políticas en un momento en el que Estados Unidos y el resto de los países ricos están aplicando prácticamente la estrategia económica opuesta señala la necesidad de un replanteamiento fundamental de qué es lo que realmente genera crecimiento y desarrollo. Existe un número creciente de ideas alternativas en este campo -incluyendo trabajos de los premios Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman- que el FMI y el Banco Mundial deberían considerar.
Más importante aun, el control por Estados Unidos ha significado que a lo largo de su historia estas instituciones se han utilizado como auxiliares de la política exterior de ese país. Dada la importancia de los ortodoxos empedernidos como Larry Summers y Timothy Geithner en la administración Obama, las perspectivas de una reforma seria son poco prometedoras. Summers fue uno de los arquitectos clave de las políticas neoliberales cuando estuvo en el Banco Mundial y la Tesorería estadounidense durante la administración Clinton y Geithner fue un alto funcionario del FMI.
Es probable que ambos personajes apoyen el doble rasero que prevalece a nivel mundial y que permite a los países ricos utilizar la expansión fiscal ante la recesión mientras que obliga a los países pobres a aplicar una mayor austeridad. Pero la administración Obama todavía puede ayudar -pidiendo, por ejemplo, a la Reserva Federal que extienda a otros países en desarrollo los acuerdos de swaps de divisas que ofreció recientemente a Singapur, Corea del Sur y Brasil. De esa forma, los países pobres del mundo podrían al menos evitar las condiciones opresivas que imponen el FMI y el Banco Mundial.