Mucho se habla en los últimos tiempos de la necesidad de los creativos, de las personas ingeniosas capaces de avivar la creatividad, en un mundo diverso que debemos aceptar y no temer. Probablemente el slogan de “la imaginación al poder”, nos venga a pedir de boca en un planeta absorbido por la estupidez del consumo. Precisamente, coincidiendo con el Año Europeo de la Creatividad y la Innovación, un grupo de pensadores europeos, apunta que “si Europa no quiere perder comba en un mundo que cambia con rapidez y superar desafíos tales como la crisis económica y el cambio climático, debemos, entre otras cosas, reinventar la educación, transformar los centros de trabajo en centros de aprendizaje, fomentar la innovación, pensar globalmente y pasar a una economía ecológica”. Las cuestiones no son baladíes y considero que vale la pena reflexionar sobre ellas.
Reinventar la educación. Sin duda, es la vía para responder a los retos actuales. Se habla de marcos estratégicos que abarquen los sistemas de educación y de formación en su totalidad, dentro de una perspectiva de aprendizaje permanente como guía fundamental. Sin embargo, se observa que se siguen impartiendo aprendizajes pocos atractivos, que los sistemas de orientación son mediocres, y que el aprendizaje de adultos apenas existe. No puede haber una docencia de alta calidad cuando el profesorado se encuentra totalmente desmotivado. Las políticas educativas no pueden ser distintas en valores y deberían permitir que todos los ciudadanos, independientemente de sus circunstancias sociales y económicas, pudiesen recibir una formación de alta calidad que propiciase aptitudes interculturales, valores democráticos y el respeto de los derechos fundamentales y del medio ambiente. La actual crisis económica también pone de manifiesto la exigencia de una inversión más decidida y valiente en el campo del saber y de la educación. Cuestiones de carácter ético no pueden ser ignoradas a la hora de transmitir conocimientos.
Transformar los centros de trabajo en centros de aprendizaje. Hace falta también más inversión formativa para que las personas no queden excluidas de un mundo laboral cambiante. En todos los puestos de trabajo debería haber aulas de reciclaje permanente que fomentase la capacidad de aprender a aprender, el sentido de la iniciativa y el carácter emprendedor, así como la conciencia estética cultural. Hay que anticiparse a los cambios con la formación adecuada. La nueva economía es una economía del aprendizaje. Cuando realmente aprendemos es cuando algo nos importa, nos sirve para la vida y es realmente útil para nuestro trabajo.
Fomentar la innovación. Está visto que las empresas logran ventaja competitiva a través de fomentar la invención. La política empresarial de la Unión Europea dice apoyarse en la creación de un entorno adecuado para invertir en competitividad e innovación; aunque luego en la práctica los centros educativos y de investigación suelen carecer de relaciones con el mundo empresarial. La realidad es bien distinta a lo que a veces se habla. En esa innovación siempre necesaria, inherente a ella, tiene que desarrollarse una conciencia crítica social, una cultura socializadora cuyo centro sea el ser humano como persona y como miembro de una globalizada humanidad.
Pensar globalmente. Este mundo exige personas abiertas, de horizonte amplio, que no levante muros diferenciadores, que apueste por la cooperación y la solidaridad sin límites. En un mundo que se nos queda pequeño, resulta mezquino pensar y actuar con una mentalidad localista. Todo lo que afecta a una parte del planeta ya nos afecta a cualquiera de nosotros. Las distancias físicas se han achicado y tendremos que aprender a convivir culturas diversas, porque la vida misma ya se ha mundializado.
Economía ecológica, que en verdad es una economía responsable. Juntos hemos de iniciar también una nueva era de desarrollo verdaderamente sostenible basado en tecnología limpia y en una economía de baja emisión. Nadie tiene derecho a degradar el medio ambiente. Y en todo caso, quien produzca un daño al ecosistema, es el que debe responder económicamente del coste de la reparación y restauración. Sin duda, la economía ecológica es la visión más humanista para la política ambiental.
Pienso que hacen bien los embajadores de la creatividad en llamarnos la atención sobre lo vital que es un mundo cultivado para comprender y aprender a ver en la naturaleza algo más que una simple fuente de riqueza y de explotación. Tenemos necesidad, pues, de dar sentido moral a los tiempos actuales y al desarrollo de la humanidad. De lo contrario, corremos el riego de ser una sociedad de individuos que no atiende a sus semejantes como parece en ocasiones que así es. A punto de expirar el año 2009, que la Unión Europea quiso dedicar a la creatividad e innovación, pienso que ha servido de muy poco. Todo se ha quedado en palabrería. El verdadero cambio en la sociedad y en la economía lejos de producirse, camina a la deriva, sin rumbo y con escasa inversión en el verdadero conocimiento. Son tiempos de ruptura cicatera más que de respeto a las identidades culturales, de cerrojos al pensamiento libre, de estímulos a las desigualdades, de politización excesiva y de mercadeo egoístamente interesado. Ahora lo que se viene acrecentando en buena parte del mundo, para desdicha de todos, es el aniquilamiento del que piensa distinto, el fracaso de los jóvenes, la tristeza y el abandono de la persona a la que se le ha robado su talento creativo, no dejándole ser lo que quiera ser y como quiera ser. Libertades perdidas, esclavitudes ganadas. Es lo que entra por los ojos a poco que uno mire a su lado.
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