En serio. El día que los ricos digan no a la pobreza, deseen menos para sí y propicien un estilo de vida más humano, dejará de haber desheredados en el mundo. La factura del clan de los ociosos la siguen pagando los pobres. Hasta el punto –como dijo Jean Paul Sartre- que cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren. Alimentos que son básicos para matar el hambre, que niñas y niños de todo el mundo puedan terminar un ciclo completo de enseñanza primaria, o algo tan básico como la sanidad, resulta que son menos accesibles que las armas. La carrera armamentística parece interesar más que saciar el hambre. Lo que sucede, para más dolor, es que falta decencia y docencia por la moderación y una fidelidad intacta a los principios de justicia, para erradicar tanta extrema pobreza, incrementada por la realidad cotidiana del hambre que soportan millones de seres humanos. No será un objetivo alcanzable, por mucho que se nos diga que sí, mientras persistan los gobiernos corruptos en el planeta y se de la espalda a un desarrollo humanizablemente universal, justo y sostenible. La avaricia de algunos, que no se cansan de multiplicar sus deseos, deja a otros más desnudos que el aire. Ahí están los daños provocados por países pudientes al planeta, que están haciendo estragos en los países menos desarrollados.
Cuando se decidan los ricos a decir no a la pobreza, tampoco hará falta que la ONU mantenga el diecisiete de octubre para recordarnos que la erradicación de la pobreza es un deber pendiente. A propósito, reconoce el Secretario General de las Naciones Unidas, “que invertir en los niños y garantizar sus derechos es uno de los medios más seguros de acabar con la pobreza. Aunque el mundo nada en la abundancia, las necesidades básicas de los niños siguen quedando marginadas”. El hambre no es consecuencia de escasez de alimentos, se nos dice que hay sobreabundancia para muchos, el problema es la discriminación y marginación en la que viven millones de seres humanos por prescripción de sistemas de producción injustos alentados por una insolidaria clase pudiente. Ahí radica parte de la contrariedad, mientras no se fomente una agricultura que garantice una seguridad de abastecimiento para todos, sin distinción alguna. Hay que eliminar las condiciones que generan la pobreza y, luego, los productos básicos de alimentación no deben estar sometidos a las fluctuaciones de los mercados. Las personas hambrientas han ido aumentando por el mayor incremento de los precios. Y esto se sabe y se consiente.
Es también voz pública, por publicitada hasta la saciedad, que no es posible pensar en la derrota de la pobreza sin solidaridad. El mundo tiene que funcionar como una familia humana, donde todos sus miembros están integrados plenamente. Ha llegado el momento de que hablen los pobres en vez de los ricos. A lo mejor no hacen falta tantas migajas de ayudas financieras, sino tener voz y poder participar todos junto a todos, sin rechazos. Sería una buena manera de dar prioridad a la pobreza, de la que tanto hablamos y de la que tan poco se avanza. La idea Platoniana de que “el legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos”, puede servirnos tanto de referente como de referencia. La solidaridad, en consecuencia, está llamada a ser una pieza fundamental en el engranaje de la vida, en las acciones contra la miseria en sus variados modos. Hay que asegurar, cueste lo que cueste llegar a un consenso, políticas de desarrollo y cooperación capaces de estrechar desigualdades. Por desgracia, todavía hay ciudadanos que pueden comprar personas y hay seres humanos tan pobres que se ven necesitados a venderse.
Volviendo los ojos a nuestro territorio, la Unión Europea suministra periódicamente alimentos a regiones azotadas por hambrunas o sequías para ayudar a conseguir la seguridad de abastecimiento en espera de que se restablezca la producción normal y, asimismo, proporciona ayuda alimentaria de emergencia en los casos en que la falta de alimentos se debe a factores humanos o a catástrofes naturales imprevistas. Esta ayuda humanitaria está muy bien, pero ¿qué se hace por los factores que generan esa pobreza? Quizás habría que propiciar otras políticas más directas, como puede ser la de un trabajo decente y un salario justo, asegurando la igualdad de oportunidades. Aún la pobreza y la exclusión social se transmiten entre generaciones. También cuando se habla de otros continentes, hallamos mucha pobreza, riadas de explotaciones de seres humanos, eternos conflictos armados, analfabetismo y pandemias… Parece como si la caja de Pandora se hubiera abierto en nuestro mundo para llenar de miseria multitud de culturas.
Mucho me temo que no va a llegar nunca el día que los ricos digan no a la pobreza. Por ello, la mayor solidaridad consiste en derribar las barreras que impiden a los pobres salir de su estado de pobreza. Esto si que sería una valiente opción preferencial por los pobres. La lucha contra este flagelo debe ir más allá de las meras emergencias. Es el objetivo primero de desarrollo del Milenio, erradicar la pobreza en el 2015. Ya nos gustaría que no fuese un sueño, porque con la crecida de población desocupada y la explotación que se nos agranda, difícil lo tenemos. La esperanza, desde luego, es lo último que se pierde. Qué pongan ficha los ricos, por favor.
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