Tanto la Unión Europea, como los delegados y observadores de la Organización de Estados Americanos OEA, hablan de un fraude electoral descomunal en Nicaragua, producto de la desesperación del régimen Sandinista encabezado por Daniel Ortega, de mantenerse en el poder y ocultar la corrupción que envuelve todos los actos presidenciales.
Con miles de muertos vivientes que salieron de sus tumbas para sufragar por el sandinismo, y forzar una victoria en primera vuelta, Ortega obtendría una cómoda ventaja, frente a sus más cercanos competidores, el periodista Fabio Gadea Mantilla, y el ex presidente Arnaldo Alemán.
Mantilla, un hombre honesto y de alto perfil, pero de muy avanzada edad, a quien le faltó casi todo lo necesario para armar una campaña ganadora, nunca fue visto por los electores como un digno rival de Ortega, mientras Alemán, representaba ese pasado tormentoso, que nadie quiere recordar, y que justamente fue el responsable del regreso al poder de un hombre de las épocas más terribles y violentas de Nicaragua, representado en el sandinismo y en la propia persona de Ortega.
El seis veces candidato presidencial, se perfila como virtual ganador de unas elecciones amañadas por la sombra del fraude electoral. Fraude innecesario, pues Ortega la tuvo siempre fácil, y nunca se puso en duda su victoria en estos comicios.
Los planes sociales de Ortega, han sido percibidos por los ciudadanos nicaragüenses, como una verdadera revolución en la inversión social, rezagada durante décadas en la nación centroamericana.
Los retos de Nicaragua, siguen siendo los mismos que hace 30 años, y sus expectativas siguen en aumento. Ortega será sin dudas el presidente ratificado en las urnas, pues cuenta con una amplia mayoría sandinista en el tribunal supremo electoral, y sus contendores no podrán por la razón, y el derecho, demostrar los hechos consumados que dieron origen a la victoria de Ortega.