Tradicionalmente, la verdad ha sido definida como la adecuación entre el pensamiento y la realidad, entre las creencias y los hechos. Esta definición es, todo lo más, metafórica; descansa en la metáfora de una mente que se ajusta a un objeto, un hecho, un proceso. La idea es originaria de un filósofo neoplatónico judío llamado Isaac Israelí, y de ella sacó partido Santo Tomás de Aquino. Platón, no obstante, ya la había desprestigiado en el Sofista, cuando compara el pensamiento con el discurso lingüístico, al decir que sólo el discurso complejo es susceptible de ser verdadero o falso.
Esta sugerencia fue desarrollada por Aristóteles en las Categorías, y alcanzó su expresión más neta en los estudios sobre el lenguaje y la lógica de los filósofos estoicos. Dentro de esta línea, el término verdad es derivado, siendo objeto de análisis el predicado “verdadero” o “es verdadero”.
Quien dice la verdad ni peca ni miente, siempre por amarga que sea debe decirse. Brinda la seguridad de la certeza y la realidad de una cosa.
La verdad habita en el corazón, quien se signe a llamarse ajeno a ella posee poca inocencia, y de nuevo su verdad ya será malo, siempre habrá en ello un engaño o artificio.
Hay verdades amargas que con su significación causan en ocasiones disgustos a alguien que ponga de manifiesto sus defectos o desacuerdos; pero existen las verdades que a pesar de ser amargas son gozorias y fructuosas, por ser ciertas y por ser verdad.
Si siembras con verdad, algún día cosecharás verdaderas amistades y agradecimientos.
La otra cara de la moneda es la mentira. La mentira es la deformación consciente de la verdad, que se realiza con gran frecuencia, a cualquier edad y constituye un mecanismo psíquico de defensa. La ética filosófica la considera contra la naturaleza porque, al deformar la esencia del lenguaje y alterar la confianza en las relaciones individuales y colectivas, obstaculiza la finalidad del hombre de buscar y expresar la verdad. Conviene tener en cuenta que no miente la persona que evita decir toda la verdad o quien la deforma con un fin de utilidad reconocida, por ejemplo, la mentira piadosa del médico.
La mentira, nada da y nada recibe, siempre daño es lo que produce. Es como ese lote de basura que mientras más allá, y más grande sea su tamaño es perjudicial en todo sentido. Vive en un mundo gris, sin cielo y sin tierra, se alimenta de la maldad y descansa en el hombre como un nido, que puede ser sacudido si el hombre es falso en merecer ser calificado como embustero.
Ella describe al hombre falso, sin saber esa misma persona en lo que se ha convertido debido a que logra ella misma entrar en ella, sin tener lugar en el ser de la verdad. Su cuerpo ya formado lo guían sus pies que van a destruir la sinceridad, lo ayudan sus manos a colocar las base para la construcción de la maldad y va guiado por sus palabras y sus oídos a lo que es ser despreciado y criticado por los demás.
No hay peor infierno, que el mundo de la mentira.
Cuando se detecta que un niño dice mentiras, se debe castigar enseguida, y así ir corrigiendo ese vicio que se puede convertir en costumbre al llegar a la madurez y condenarlo a pasar el resto de su vida despreciado por los demás, por no darle crédito a lo que habla.
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