La eternidad es la forma de la existencia de lo idéntico y permanente, de lo que no cambia sucesivamente, ni muda en determinaciones fenomenales.
La idea de la eternidad (empírico-ideal como toda idea) surge de la percepción de lo idéntico y como el pensamiento humano concibe más concretamente las ideas a medida que más las distingue y opone a otras, y como además lo idéntico (que sirve de base a la concepción de lo eterno) no cae bajo la acción del tiempo como tal idéntico, ha sido pensada la eternidad como idea opuesta a la del tiempo y a veces contradictoria de ella, cuando ambas ideas son a la vez opuestas y correlativas, sin que quepa contradicción más que en el caso (efecto de una abstracción exagerada) en que se conciben tiempo y eternidad, prescindiendo de lo temporal (de las cosas temporales) y de lo eterno (las que no se dan en tiempo) y olvidando que ambas formas, eternidad y tiempo, son y deben ser correlativas en la unidad de la sustancia.
De la contradicción arbitrariamente establecida entre la eternidad y el tiempo, han surgido definiciones por parciales inexactas de la eternidad y aplicaciones a la idea del tiempo de relaciones y problemas, insolubles por lo mal formulados.
Así, por ejemplo, se ha definido la eternidad como lo que no tiene comienzo ni fin, definición negativa y que nada dice en concreto, máxime si se observa que los términos comienzo y fin son por sí mismos inconmensurables e irracionales aplicados a la idea de eternidad y aun referidos al tiempo mismo, pues comienzo y fin son puntos que se señalan como interiores al tiempo y en él concretados para apreciar sus dimensiones.
Oponiendo más y más la idea de la eternidad al tiempo y prescindiendo de que el tiempo mismo, concebido como forma total de las mudanzas sucesivas, es a su vez eterno, y la apreciación cuantitativa de sus dimensiones sólo puede formularse en supuesto de su permanencia, se ha definido la eternidad como la duración sin límites en lo pasado, ni en lo porvenir, definición negativa de la que dejamos indicada como forma de lo permanente y además es una definición inexacta, porque aplica la persistencia relativa del tiempo a lo eterno
De este error procede el implícito en la distinción escolástica de la eternidad a parte ante y de la eternidad a parte post, la primera referida a lo pasado y la segunda a lo porvenir, cuando la duración se ve bien que al tiempo y a lo temporal se refiere.
En este sentido hablaba Platón del tiempo como la imagen móvil de la inmóvil eternidad. Más exacta que esta distinción, en el fondo injustificada, es la establecida desde los antiguos eleatas y conceptada por Hegel entre el ser de las cosas (lo eterno) y el devenir de las cosas mismas (lo temporal), base suficiente para concebir por encima de todo dualismo la correlación posible de las ideas de eternidad y tiempo.
Si la identidad, cuya forma de existencia es lo eterno, y la mudanza sucesiva de nuestros estados, cuya forma de existencia es lo temporal, son propiedades solidarias en la unidad de la sustancia, idéntica y mudable juntamente, eterna y temporal a la vez, resulta evidente que la oposición entre la eternidad y el tiempo no impide que estas dos ideas sean entre sí correlativas.
A esta consideración fundamental hay que referirse constantemente para poder concebir en la unidad de la sustancia (supuesto final de todo razonamiento especulativo) la posibilidad de la coexistencia de lo eterno con lo temporal.
No contradice, antes bien confirma, el génesis del pensamiento la coexistencia correlativa de lo eterno y de lo temporal, concebidos juntamente. Porque, en efecto, no se concibe la permanencia, sino en oposición al cambio, y a su vez el cambio en oposición a lo que subsiste y permanece.
Así acontece que la sucesión o tránsito de un fenómeno a otro nos sirve para medir la duración y ésta, como permanencia del ser, nos sirve para medir la sucesión. Resulta de este modo las ideas de la eternidad y del tiempo como síntesis del espíritu, que unen las ideas correlativas de la permanencia y del cambio, base suficiente para hacer cesar la pretendida antinomia de Kant entre lo temporal y lo eterno, y para librarse además de concebir el tiempo y la eternidad como realidades metafísicas (idola de Bacón), a las cuales se apliquen términos que carecen de sentido (como los de comienzo y fin) si no se conciben como interiores en estas ideas. Toda contradicción o antinomia desaparece, teniendo en cuenta la profunda verdad que encierran las palabras de Leibniz: “La creación no dice relación al tiempo, sino a la dependencia”.
El término eterno sólo es aplicable propiamente al Universo, que no tuvo principio ni tendrá fin. Tomando en cuenta que el Big bang que originó el Universo “actual”, no es más que uno de tantos Big bang que hubieron y habrán, si se interpretan como fenómenos cíclicos.
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