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ACTUALIZADo 24 de FEBRERo de 2009

La creencia
Prof. Christian Cazabonne
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La claridad con que una idea se nos presenta depende en gran parte de la atención que hayamos puesto en ella. (FOTO archivo)

La creencia tiene grados y que se expresa ampliamente en la certidumbre

Todo juicio va acompañado de un sentimiento de la realidad, de una creencia de conveniencia de la relación entre el sujeto y el atributo afirmada por el juicio.

Creer es lo contrario de dudar, porque quien duda rehusa a toda afirmación, suspende el juicio. Cuando los motivos que tenemos para creer no son contradichos por razones opuestas y la adhesión del espíritu es plena, la creencia toma el nombre de certidumbre; cuando las razones que tenemos para dudar inclinan nuestro juicio a favor de las primeras, la creencia toma el nombre de opinión. La duda nacería entonces cuando la fuerza de los motivos que tenemos para creer y los motivos para dudar se encuentra balanceada.

Puede decirse entonces que la creencia tiene grados y que se expresa ampliamente en la certidumbre, que es la plena creencia, que excluye todo motivo de duda y que deja en el espíritu del hombre que cree el sentimiento de pensar la verdad, que es capaz por tanto de imponerse a todos, por evidente, en igualdad de circunstancias.

Para explicar el problema de la creencia se han emitido dos sistemas de argumentaciones. Para unos, la creencia tiene su origen en nuestra voluntad y en nuestros deseos, es la teoría voluntarista. Para otros, son las ideas, razones lógicas, lo que encontramos en el origen de toda creencia, e la teoría intelectualista.

La teoría voluntarista llega hasta el fideismo con algunos autores que han desenvuelto el pensamiento de Descartes y que niegan toda influencia a la inteligencia en la formación de la creencia. Para éstos, la creencia será un acto de fe ciega y arbitrario, que responde a sentimientos y a consideraciones de orden moral. Dice Rabier: “Toda voluntad de creer es inevitablemente una razón para dudar”.

Para los intelectualistas la creencia tiene su origen en la inteligencia. Para los filósofos que sostienen esta teoría, toda idea va acompañada de un sentimiento de realidad que nos arrastra a objetivarla. Para Spinosa toda idea envuelve una afirmación o una negación. Hume considera que es la claridad de nuestras representaciones lo que determina la creencia. No todas nuestras creencias pueden atribuirse a la inteligencia, hay algunas de éstas que se nos imponen sin que sepamos cómo ni por qué.

La claridad con que una idea se nos presenta depende en gran parte de la atención que hayamos puesto en ella, y esta atención que es una forma de la voluntad está orientada por nuestro interés. No atendemos sino a lo que nos interesa.

Además de los elementos apuntados en estas dos teorías, en la creencia influyen nuestros sentimientos, nuestros deseos y tendencias, que constituyen, sin duda, su motor más poderoso; también se encuentran en ella factores de orden biológico como son nuestras actitudes corporales, que envuelven de manera implícita una afirmación, germen de un juicio de exterioridad. Además, la sociedad crea la atmósfera donde nuestras creencias viven y se desenvuelven. Se ha dicho con razón, que en la formación de nuestras creencias influyen de manera decisiva el prestigio y la autoridad de ciertas personas que conviven con nosotros: padres, maestros, gobernantes, dirigentes políticos, y la propaganda, la moda y los ritos, ceremonias o culto externo con que se revisten ciertos hechos sociales.

La creencia es pues una síntesis de nuestras funciones mentales.

*e-mail: prof.cazabonne@hotmail.fr

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