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actualizado 5 de enero 2012
Bucares y Apamates, árboles monumentales del Trópico
Juan Calzadilla nos los comenta en su poesía
Por Lenin Cardozo
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foto cortesía
Juan Calzadilla (Altagracia Orituco. Guarico. 1.931) es un intelectual venezolano contemporáneo quien merecidamente ocupa un nivel dignísimo en la historia cultural de este País: Su pintura, su poesía así lo corrobora.

¿Por qué lo traemos acá, a este espacio dedicado al ambientalismo? La lírica de Calzadilla, surgida con fuerza a partir de la explosión política, de los años sesenta recogen buena medida los planteamientos éticos, humanísticos, estéticos, que nacieron en esa década pero su convulsión existencial-espiritual arrastro los cuarenta años finales del siglo veinte.

Nutren las tensas odas de Calzadillas en su relieve mas destacados la tragedia cotidiana del hominis urbani, del habitante de Caracas, la ciudad paradigma de sus composiciones, aunque sus revelaciones dramáticas pueden extenderse por las arterias volcánicas de cualquier megalópolis del mundo. Sus versos sacan a la luz la disimulada miseria, en su enredijo anímico, del vivir del hombre-mujer de la calle; en la polis de Calzadilla andan desde los alucinados artistas embriagados en sus espejismos, los soberbios quien solo poseen migajas de poder (pero creen lo contrario), los desheredados de cualquier destino, en fin.

Todo ello expresado en versos brillantes, elaborados con sorprendente lucidez “cartesiana”, sobre el carril de un permanente humorístico muy fino, muy agudo, a veces sarcástico. Esa risa interior, lunar, teje la fabula de sus composiciones rítmicas.

Pero, curiosamente, hay un poema de Calzadilla, publicado por la revista colombiana Golpe de Dados (Bogota, 1.995. p.93), donde pareciera cual si este poeta abriera una ventana en su exigente y comprometida creatividad, a la ecología: Esa oda se titula “ESTOS ALEGRES BUCARES…” Más antes de reproducir esas hermosísimas estrofas se quiere dar algunas referencias a nuestros lectores para iluminar el entorno en el que se insertan los versos de Calzadilla.

Bucares es la palabra con la cual se nomina una variedad de árboles del genero Eritrina (de la familia Leguminosae Papilionatae), vocablo muy eufónico, lleno de sugerencias indescifrables por cuanto nunca remitirá a una etimología de ascendencia descifrables por su procedencia indígena, significado hoy perdido, según lo afirma Lisandro Alvarado en su Glosario de voces indígenas de Venezuela (Caracas 1.984. v.I, pp.72-73). Los otros términos con los cuales en el sermo rurales se le designa, “ceibo”, “gallito”, no poseen el encantamiento, la sugestividad de la palabra bucare, árbol gigante de los bosques tropofilos, esplendoroso siempre, ya en la plenitud del verdor de su follaje en la época de lluvia o así su eclosión floral –roja, carmín, escarlata, anaranjada, carmesí – durante el reino del verano, la nominada sequía.

Procedente de la lengua de los indígenas cumanagotos la voz apamate (L. Alvarado, Op. Cit., p. 46) designa un árbol príncipe de la flora venezolana. Con buena fortuna mas de veinticinco metros de alto alcanza. Cubren sus flores un abanico cromático desde el blanco hasta el violeta claro, se hallan entre esos limites el rosado, el solferino (morado rojizo), hasta el azuloso matizado de franjas. Representante altivo del genero Tabebuia de la familia botánica de las Bignoniácea, compartido este espacio taxonómico con otros monarcas de las selvas tropofilas: el araguaney, el araguan, la gurupa, el abey, el acapro.

Resulta difícil capturar mediante la red de las voces la inquietante belleza del bucare, del apamate, en inefable intento se torna.- Tal vez la alta música pueda su policromía montaraz, selvática, convertir en aproximada polifonía evocativa. Hay, no obstante, un poema donde la encantatoria sugestividad de estos reyes de la floresta, se sugiere, insinuase con muy sutiles versos mediante los cuales se hilvana una oda casi transparente, casi en silencio, en la rítmica de un adagio sublime. De Juan Calzadilla:

“ESTOS ALEGRES BUCARES...

Estos alegres bucares, estos apamates
en general hablan poco.
¿Por qué tendrían que hablarnos ?

Lo que tienen que decir ya lo han dicho
con sus follajes con sus flores rojas
y moradas, con las vocales tiernas

de sus hojas frotadas por el viento
y hasta que mueran lo seguirán
diciendo de una vez todos de la misma manera.

Basta mirarlos para que se agote en ellos
toda probabilidad de elocuencia
y su existir es reposada

presencia que en el sólo
mirarlos se agota.
Si algo tuvieran que decir

no nos lo dirían a nosotros.
Se lo dirían a los astros
o a algún dios oculto en sus frondas”.

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