foto
William Walker y sus filibusteros pretendían apoderarse del Sur de Canadá, de México, Centroamérica, de Cuba, de Panamá y Colombia, para que los esclavistas del Sur de Estados Unidos establecieran su “Imperio del Círculo Dorado”.
Los movimientos y accionar de los filibusteros y esclavistas del Sur norteamericano formaban parte del “Destino Manifiesto” de James Monroe de “América para los americanos”, es decir, yanquis neocolonizadores, y de que la raza blanca debía tener supremacía en todo.
Pablo Emilio Barreto Pérez, Amigos, periodistas, lectores:
Les envío dos trabajos relacionados directamente con la Independencia Centroamericana el 15 de septiembre de 1821 y la Batalla de San Jacinto, en Tipitapa, el 14 de septiembre de 1856, donde los filibusteros esclavistas mordieron el polvo de la derrota y se inició su exterminio definitivo.
Lo de la Batalla de San Jacinto es parte de mi libro Tipitapa, Suelo Cubierto de Historia Nacional, y el otro es producto de una investigación breve sobre el papel jugado por los “criollos” en la lucha por la Independencia de Centroamérica, y de cómo quienes realmente luchaban para demoler, derrocar al régimen genocida español, mediante insurrecciones o rebeliones populares, fueron condenados a muerte, les impusieron condenas a prisiones perpetuas y desterrados. Uno de esos prisioneros perpetuos y desterrados fue el Padre Tomás Ruiz, descendiente de indígenas chinandeganos, nicaragüense, que participó en la llamada Conjura del Convento de Belén, en Guatemala.
El acta de Independencia la firmaron 13 representantes genuinos de los intereses de los colonizadores españoles y sus hijos, los criollos (criollos, hijos de españoles nacidos en América), mientras a los promotores del derrocamiento de los españoles y propugnadores de la República, no los dejaron acercarse donde se firmaba esa Acta aquel memorable 15 de septiembre de 1821, en Guatemala.
El poder les fue entregado a los “criollos” mediante maniobras políticas, militares, propagandísticas y económicas bien montadas. Ese poder de 1821 lo seguimos padeciendo los centroamericanos.
Miguel de Larreynaga Balmaceda era hijo de españoles, nacido en Telica y estudiado en el Colegio San Ramón, en el costado Sur de la Catedral de León, Nicaragua.
Gracias a la Guerra Nacional se vuelve a saber un poco de Tipitapa
Como es ya sabido, los criollos (hijos de españoles en Nicaragua) y mestizos con alguna influencia política o cercanos al poder colonial de Centroamérica y Nicaragua son quienes reciben el poder de manos de los colonizadores al darse el grito de !Independencia, Independencia¡ el 15 de septiembre de 1821.
La Independencia de Centroamérica estaba, de alguna manera, inducida o influida por las ideas filosóficas y económicas liberales de la Revolución Burguesa de Francia, del 14 de Julio de 1789 (es decir, el triunfo del naciente capitalismo expoliador contra el feudalismo en la Europa colonialista en América, Africa, Asia, Oceanía y la misma Europa “civilizada”).
Hacía poco tiempo, en 1776, se había producido el triunfo de la Revolución Independista de las 13 Colonias británicas, hoy conocidas como Estados Unidos, lo cual también había generado un estado de ánimo generalizado adverso a los colonizadores españoles, ingleses, franceses, holandeses, portugueses, japoneses, rusos…y todo parecía que empezaba a arder como un polvorín político por el mundo entero.
En el caso de Nicaragua, sin embargo, quienes asumen el poder después de 1821, ostentan más ideas conservadoras que liberales, son los terratenientes, los comerciantes y dueños de grandes propiedades, obtenidas (despojos) al amparo terrorista del poder colonial…son los que en realidad gobiernan con estilo despótico, al mejor estilo colonial.
De esa manera, se van generando contradicciones entre los terratenientes y oligarcas de Granada y los que podrían ser como “ilustrados liberales” de León.
Los granadinos gobernaban como si fueran los españoles brutales, desalmados, querían que los nicaragüenses siguieran a la usanza de esclavos o siervos de los feudales-patrones de las grandes haciendas encomenderas.
Granada y León se convierten en dos ciudades rivales
En el escenario político nacional aparecen dos fuerzas claramente delimitadas: los “legitimistas” (conservadores), ubicados en Granada y “democráticos” (liberales), situados en León, donde crecen los Ateneos (corporaciones científicas y literarias), la naciente universidad en el Colegio San Ramón tiene cada vez más prestigio y la ilustración liberal (eruditos que se creen herederos de Denis Diderot, uno de los enciclopedistas liberales europeos).
Granada, mientras tanto, es la sede del gobierno de tendencia conservadora, encabezado, entre otros, por Fernando Guzmán, un hombre que mantiene el terror, mediante argumentos de que se debe impedir la anarquía.
Los liberales, encabezados por Máximo Jerez y Francisco Castellón, exigen libertades y ejercer el gobierno acorde con ideas liberales.
En este escenario de peleas por el control del poder político, estalla una revuelva política-militar entre los bandos de “legitimistas” y “democráticos”.
“Destino manifiesto” y esclavismo filibustero
Mientras esta pelea “toma vuelo”, en el Sur de Estados Unidos, los llamados esclavistas sureños, arman un plan de conquista por medio de la fuerza, para crear un “imperio esclavista” (llamado por ellos “Imperio del Círculo Dorado”), el cual estaría ubicado en los Estados del Sur de Estados Unidos, México, toda Centroamérica, Panamá y Colombia, las Antillas, Cuba y seguramente parte del resto de países recién liberados del yugo colonial en América Latina.
Este plan tenía como respaldo ideológico los postulados de James Monroe (presidente yanqui) de que América entera debía ser de los “americanos”, es decir ellos, y no de los europeos y al mismo tiempo el “Destino Manifiesto”, el cual ponía como “predestinados” a los Estados Unidos para dominar a los “brutos” de América Latina.
La pandilla de esclavistas yanquis de Walker hizo suyos los puntos más esenciales de las políticas intervencionistas de James Monroe, presidente de Estados Unidos de 1817 a 1825, autor del llamado “Destino Manifiesto”, entre los cuales se mencionan los siguientes:
1- La incapacidad de los pueblos hispanoamericanos para gobernarse a sí mismos.
2-La autovaloración de creerse los Estados Unidos un pueblo “escogido” y “superior” que podía y debía dominar a los países situados al Sur del Río Bravo, es decir, desde el norte de México hasta la Tierra del Fuego en Argentina.
3- La atribución de la incapacidad referida al mestizaje entre blancos españoles e indígenas, es decir, desprecio absoluto a los demás y autovaloración de ser ellos los únicos escogidos por Dios y las Tres Divinas Personas, razonamiento parecido al que traían los españoles al momento de la conquista a machetazos y balazos.
4- La necesidad, en consecuencia, de eliminar esa base mestiza y sustituir por la esclavitud negra e indígena, únicas fuerzas capaces de hacer marchar el progreso de la sociedad bajo la dirección de la raza blanca.
Habrase visto como pensaban estos miserables asesinos e intervencionistas esclavistas del sur de Estados Unidos. El mismo William Walker escribió el 17 de septiembre de 1857, después de ser derrotado en Nicaragua:
“Aunque nacido y educado en un ambiente sureño, confío en no ser tan loco como para propagar la esclavitud sin tomar en cuenta su adaptación al clima, al suelo y a los productos de éste (…) El decreto que restablecía la esclavitud en Nicaragua fue el resultado de la observación y no de la especulación a priori. Fue después de una residencia de quince meses en aquel Estado, después de haber observado atentamente el suelo, el clima y los productos del país; después de haber estudiado muy de cerca el carácter de sus habitantes junto con sus organizaciones políticas y sociales, cuando determiné revocar la ley de la Asamblea Federal Constituyente que abolía la esclavitud”.
Es decir, Walker y su pandilla yanqui de filibusteros, bucaneros, piratas, corsarios, contrabandistas (ladrones, saqueadores y asesinos), querían que volviéramos a ser esclavos otros 300 años, como nos tuvieron los españoles hasta 1821, debido a lo cual la Historia, incluida la de Tipitapa, Managua, Mateare, Chiltepe y Momotombo, la de Nicaragua y América Latina entera, fue retorcida y contada a la manera de ellos (colonizadores) en este período larguísimo de 1492 a 1821.
Mediante una carta a un tal Chas. J. Jenkins, sin fecha precisada, Walker señalaba a todo lo anterior: “La esclavitud del negro en este continente trae su origen, como usted sabe, de un espíritu de benevolencia y filantropía…Y su restablecimiento constituye el medio más rápido y eficiente para que pueda establecerse permanentemente la raza blanca en Centroamérica”.
¿Qué les parece? Convertir a negros, mestizos e indígenas en esclavos era “un espíritu de benevolencia y filantropía” de la raza blanca.
Qué generosa la raza blanca de Walker y los esclavistas del sur de Estados Unidos. Por éstos y otros motivos llegaron los españoles repartiendo machetazos y balazos, y mataron a 51 millones de indígenas entre 1492 y 1821. La historia quería repetirla alegremente este pirata miserable del sur de Estados Unidos.
Con descaro singular, creyéndose mesías nazzi-fascista adelantado, Walker se ufana en uno de sus escritos de haber venido a Centroamérica a abolir el decreto que abolía (cancelaba) la esclavitud en América Central por parte de la Asamblea Federal Constituyente en 1824, es decir, más de 30 años antes de su nefasta presencia en Nicaragua.
El decreto de abolición de la esclavitud se produjo tres años después de la proclamación formal de la Independencia el 15 de septiembre de 1821, en la Ciudad de Guatemala, la que fungió como Capital del Reino por más de 300 años.
En la práctica, el imperio esclavista perseguía apoderarse de territorios fértiles, con abundancia de oro, plata, madera, recursos pesqueros, etc., destinados a las arcas personales de los esclavistas del sur de Estados Unidos.
Esas ideas eran las que dominaban entre los esclavistas y sus filibusteros, jefeados por el Comodoro Cornelius Vanderbilt y William Walker y respaldados disimuladamente por el gobierno de Estados Unidos.
Esos mercenarios, hampones y asaltantes de países que no son los suyos, fueron contratados por los “democráticos” (liberales) para combatir y derrocar al gobierno, a los “legitimistas” (conservadores).
Es larguísimo contar toda esta historia, pero como es sabido en Nicaragua, estos filibusteros yanquis, representantes genuinos del expansionismo esclavista de Estados Unidos en 1852-1856, mataron a centenares de nicaragüenses, quemaron y saquearon Granada, provocaron terror en Rivas, en Belén, en Masaya, en Managua… !y llegaron a Tipitapa el 14 de septiembre de 1856, particularmente a la Hacienda San Jacinto, donde fueron derrotados por un grupo de patriotas nicaragüenses, jefeados por José Dolores Estrada.
William Walker y su pandilla de agresores genocidas hicieron cuatro intentos por tomarse definitivamente a Centroamérica y en particular Nicaragua, especialmente Nicaragua, porque nuestro país les permitiría el paso libre del Atlántico al Pacífico por el Río San Juan, el Lago de Nicaragua y el estrecho de Rivas, con el fin de ir en busca de oro a California, territorio dentro de Estados Unidos, pero muy distante entre Nueva York (Este) y California (Oeste).
Estrada: ejemplo de patriotismo
Al momento de estos hechos, José Dolores Estrada (“legitimista” o conservador) tenía 64 años. Estando muy joven había participado en las rebeliones populares en contra de los españoles en las ciudades de Granada, León y Masaya. Era originario de Nandaime, Granada, donde nació y falleció cuando labraba la tierra.
Sobre esta lucha, Estrada escribió una carta en octubre de 1860 (cuatro años después de la Batalla de San Jacinto), en la cual se ve claro su comportamiento en torno a la defensa de la patria amenazada por los filibusteros esclavistas:
“Llamados por el Supremo Gobierno para ponerme al mando de vosotros, pudieran haberme excusado por mi avanzada edad e invalidez; pero, comprendiendo lo grave del peligro con que está amenazada por los filibusteros nuestra Independencia, me consideraría criminal si no tomase en su defensa, para lo cual me siento con el vigor y la fuerza de un joven.
A tan perentorio llamamiento del Supremo Gobierno, en nombre de la patria, no podíamos menos que correr presurosos a empuñar el arma; debemos, pues, estar listos para ocurrir a donde nos llame el peligro; acaso a nosotros esté reservada la dicha de dar principio a la campaña y quemar las primeras cebas contra esos salvajes blancos, oprobio de la civilización. Nuestros compañeros de armas de Occidente, Septentrión y Mediodía, se preparan también para tan gloriosa lucha, y pronto celebraremos unidos el triunfo de la Patria.
Soldados: espero seréis fieles a la causa que vamos a sostener; ella es santa, como que consiste en la defensa de nuestra religión, de nuestras instituciones y del honor y bienestar de nuestras familias. Por desgracia carezco de conocimientos en el arte de la guerra; pero tengo un corazón que es todo de mi patria, y resuelto estoy a sacrificarle en sus sacrosantas aras.
En los riesgos y penalidades de la guerra, siempre estará con vosotros y por vosotros vuestro compañero y amigo”. José Dolores Estrada, Comandante de la Fuerza Expedicionaria”.
Con esta carta, José Dolores Estrada quedó estampado en la Historia de Nicaragua como el antecesor glorioso de Benjamín Zeledón Rodríguez y de Augusto Nicolás Calderón Sandino, los tres combatiendo al mismo enemigo yanqui en tres épocas distintas y por las mismas causas.
Hago esta explicación amplia, porque debido a este acontecimiento histórico de la Guerra Nacional, en el país el nombre de Tipitapa vuelve a ser sonado en la Historia de Nicaragua.
Los filibusteros estaban causando pánico y tropelías en distintos puntos de Nicaragua, especialmente en Granada, Rivas, Masaya y la misma Managua.
Al comprobar y convencerse de los planes de conquista de los filibusteros, los “democráticos” (liberales) rectifican, se produce el 12 de septiembre de 1856 el “Pacto de los Partidos”, es decir, entre “legitimistas” y “democráticos”, para combatir y expulsar a los filibusteros del territorio nacional.
El resto de países centroamericanos ven también el peligro y deciden, igualmente, lanzarse al combate frontal para expulsar a los filibusteros.
Filibusteros en Tipitapa
Con descaro singular, William Walker hizo su plan de elecciones, se autonombró “presidente” de Nicaragua y de El Salvador y de paso “destituyó” al presidente nicaragüense (conservador) Patricio Rivas, restableció la esclavitud de negros e indígenas, confiscó los bienes particulares de gobernantes y defensores de la Patria agredida por él, impuso el inglés como idioma y no ocultaba los planes de sus aliados funestos esclavistas del Sur de Estados Unidos y del apoyo resuelto, pero disimulado que le daba el gobierno agresor norteamericano.
Así estaba el polvorín político nacional, cuando el 13 de septiembre de 1856, en la noche, un grupo de casi 300 hombres, muy bien armados, al mando de Byron Cole, jefe militar filibustero, merodeaban sigilosa y clandestinamente en los alrededores de la Tipitapa de fincas ganaderas y un caserío de campesinos trabajadores de los finqueros- propietarios, entre ellos don Miguel Bolaños, propietario de la Hacienda San Jacinto.
Enterados de la presencia de los filibusteros en Managua, el mando militar supremo de los “legitimistas” y “democráticos” habían tomado la decisión de movilizar al entonces coronel José Dolores Estrada desde el Regimiento Militar de Matagalpa hacia la Hacienda San Jacinto.
Según entendidos en artes militares, ese movimiento militar se había hecho en prevención de que los filibusteros podían tomar ese rumbo hacia Matagalpa o Estelí y se pretendía detenerlos, ofrecerles combate y si era posible, derrotarlos en este sector, situado geográficamente al norte de Managua y de la misma Tipitapa, al pie Oeste del Cerro San Jacinto, el cual es como el inicio de la Meseta de Estrada, donde están también ubicadas las Mesas de Acicaya, hacia el norte, por donde es hoy la Comarca de Las Maderas.
Hay algunos autores que aseguran que José Dolores Estrada había recibido la orden de ofrecer combate a los filibusteros sólo si era irremediable. San Jacinto era una de las Haciendas ganaderas más conocidas del sector de Tipitapa. Esta Hacienda está situada en un sector plano, en un llano amplio, entre en el Cerro de San Jacinto y el Lago de Managua.
Al llegar a ella, Estrada en forma precipitada ordenó atrincheramiento con piedras alrededor de la Casa-Hacienda, entonces rodeada de bosquecitos en el llano o valle Oeste y Suroeste del Cerro San Jacinto.
En este sector abundaban (y abundan) las piedras lisas de todo tamaño, parecidas a las de ríos, por la cercanía inmediata al Cerro San Jacinto, donde hay por miles o millones en sus faldas de los cuatro costados.
Terminada esta Batalla, de trascendencia histórica nacional y centroamericana, José Dolores Estrada escribió un informe breve dirigido a su jefe superior, Fernando Chamorro:
“Antes de rayar el alba se me presentó el enemigo, no ya como el 5 memorable, sino en número de más de 200 hombres y con las prevenciones para darme esforzado y decisivo ataque. En efecto, empeñaron todas sus fuerzas sobre nuestra ala izquierda, desplegando al mismo tiempo, guerrillas que atacaban nuestro frente, y logran, no a poca costa, ocupar el punto del corral que cubría nuestro flanco, merced a la muerte del heroico oficial don Ignacio Jarquín, que supo sostener su puesto con honor hasta perder la vida, peleando pecho a pecho con el enemigo. Esta pérdida nos produjo otras, porque nuestras fuerzas eran batidas ya muy en blanco, por la superioridad del terreno que ocupaba el enemigo, quien hacía fuegos en firme y sostenido, pero observando y ésto y lo imposible que se hacía recobrar el punto perdido, atacándolo de frente, porque no había guerrilla que pudiera penetrar en tal multitud de balas, ordené que el capitán graduado, don Liberato Cisne, con el teniente José Siero, subteniente don Juan Fonseca y sus escuadras, salieran a flanquearlos por la izquierda, como acostumbrados y valientes, les hicieron una carga formidable, haciendo desalojar al enemigo que despavorido y lleno de terror, salió en carrera, después de 4 horas de fuego vivo y tan reñido, que ha hecho resaltar el valor y denuedo de nuestros oficiales y soldados que nada han dejado de desear.
A la sombra del humo hicieron su fuga, que se las hizo más veloz el siempre distinguido capitán don Bartolomé Sandoval, que con el recomendable teniente don Miguel Vélez y otros infantes, los persiguieron montados en las mismas bestias que les habían avanzado, hasta de aquel lado de San Ildefonso, más de cuatro leguas distantes de este cantón. En el camino se les hicieron nueve muertos, fuera de diez y ocho que aquí dejaron, de suerte que la pérdida de ellos ha sido de 27 muertos, fuera de heridos, según las huellas de sangre que por varias direcciones se han observado.
Se les tomaron, además, 20 bestias, entre ellas algunas bien aperadas, y otras muertas que quedaron; 25 pistolas de cilindro y hasta ahora se han recogido 32 rifles, 47 paradas, fuera de buenas chamarras de color, una buena capa, sombreros, gorras y varios papeles que se remiten. En la lista que le incluyo, constan los muertos y heridos que tuvimos, sobre lo que daré un parte circunstanciado cuando mejor se haya registrado el campo. Sin embargo, de la recomendación general que todos merecen, debo hacer especialmente del Capitán graduado don Liberato Cisne, Teniente José Siero, la de don Miguel Vélez, don Alejandro Eva, don Adán Solís y don Manuel Marenco, que aún después de herido , permaneció en su punto, sosteniéndolo; y la del Subteniente don Juan Fonseca y Sargentos primeros Macedonio García, Francisco Estrada, Vicente Vijil, Catalino Rodríguez y Manuel Paredes, Cabos Primeros, Julián Artola y Faustino Salmerón, y soldados Basilio Lezama y Espidión Galeano.
Se hizo igualmente muy recomendable el muy valiente Sargento Primero Andrés Castro, quien por faltarle fuego a su carabina, botó a pedradas a un americano que de atrevido se saltó la trinchera para recibir su muerte.
Yo me congratulo al participar al Sr. General, el triunfo adquirido este día sobre los aventureros: y felicito por su medio al Supremo Gobierno por el nuevo lustre de sus armas triunfadoras, J.D. Estrada”.
Movimiento envolvente
Jorge Eduardo Arellano en su Historia Básica de Nicaragua, volumen 2, sostiene en torno a la Batalla de San Jacinto:
“En términos militares, la Batalla de San Jacinto consistió en un ataque de penetración de los filibusteros –al mando de Byron Cole, firmante del contrato que trajo a Walker y su falange de mercenarios– sin tratar de envolver ni rebasar al contrario, que sólo resistían.
El ataque tuvo dos momentos: el primero de tanteo, por las tres columnas –dirigidas por O’Neill, Watkins y Milligan–; y luego de esfuerzo por el punto vulnerable: la trinchera del lado izquierdo de los defensores. Estos se organizaron también en tres grupos, aprovechando las características del sitio, rechazando tres veces la embestida; pero, penetrados en el cuarto asalto, Estrada concibió un efectivo movimiento envolvente enviando a Cisne, Siero y Fonseca con 17 hombres, detrás de la Casa Hacienda, para atacar sorpresivamente por el Este”.
El mismo Walker reconocería después que la retirada de sus compinches fue irregular y desordenada al ser derrotados en San Jacinto, lo cual permitió, inclusive, que fuese capturado en la Hacienda San Ildefonso y colgado de un árbol Byron Cole, el jefe de la agrupación armada de los filibusteros en la Batalla de San Jacinto, lo cual ocurrió un poco al norte de la Hacienda San Jacinto según contaron los soldados que lo capturaron mientras iba “en guinda”, presuntamente buscando el norte.
Un informe escrito en Rivas por Alejandro Eva, el 21 de agosto de 1889 y publicado en el Diario Nicaragüense (Granada) el 14 de septiembre de 1890, dice textualmente lo siguiente:
“En los primeros días del mes de septiembre de 1856, una columna de 160 hombres, pésimamente armados con fusiles antiguos de peine, hambrientos, casi desnudos, al mando del coronel don José Dolores Estrada, ocupaban la Hacienda San Jacinto, de don Miguel Bolaños, en el Departamento de Granada, con objeto de proporcionarse víveres y descansar de las fatigas de una ruda campaña.
Esta pequeña fuerza estaba dividida en tres compañías ligeras comandadas por los capitanes Cisne, Francisco Sacasa y Francisco de Dios Avilés.
La casa de la hacienda era grande, de tejas y con dos corredores, estaba ubicada en el centro de un extensísimo llano, y solamente a retaguardia de la casa, como a 100 varas, había un pequeño bosquecillo.
Inmediatamente se puso la casa en estado de defensa, claraboyando las paredes del lado de los corredores y con la madera de los dos corrales que se desbarataron formamos un círculo de trincheras.
Tres días después de nuestra llegada, 60 jinetes yanquis de las mejores fuerzas del audaz y el aventurero William Walker, se acercaron a practicar un reconocimiento del cual resultó una pequeña escaramuza, en que murió un cabo, Justo Rocha, de los nuestros y un filibustero, el mismo que mató a éste, y que según confiesa Walker en su “Guerra en Nicaragua”, fue el capitán Jarvis.
Al amanecer del 14 de septiembre tomábamos un frugal desayuno, cuando Salmerón, un espía nuestro, llegó a escape (corriendo) al campamento participando que el enemigo, en número de 300 hombres, se aproximaba por el sur.
En el acto el Coronel Estrada dispuso que solamente quedase en el interior de la casa una escuadra que comandaba el teniente Miguel Vélez, y que el resto de la tropa ocupase la línea exterior. Se hizo así, y en esa disposición esperamos, con orden de no hacer fuego sino hasta que los agresores estuviesen a tiro de pistola.
A las 7:00 a.m. divisamos al enemigo como a 2 mil varas de distancia; marchaba a discresión y no traía cabalgaduras. Los jefes y oficiales vestían de paisano: levita, pantalón, chaleco, y sombreros negros; algunos portaban espada y revólver y otros rifles; y la tropa iba uniformada con pantalón y camisa de lana negros, sombreros del mismo color e iban armados de rifles “sharp” y “negritos”: hicieron alto a tiro de fusil y se destacaron en tres columnas paralelas de 100 hombres cada una.
Cuando estuvieron a una distancia conveniente, rompimos el fuego. Al recibir la descarga, en vez de vacilar se lanzaron impetuosamente sobre las trincheras: una columna atacó de frente, otra por la izquierda y la última por la derecha. Todas fueron rechazadas por tres veces; y hasta el cuarto asalto no lograron apoderarse de la trinchera por el lado izquierdo, cuando el valiente oficial Jarquín y toda la escuadra que defendía ese punto tan importante, hacían un nutrido y certero fuego sobre el resto de las líneas.
Cortados de esta manera, teníamos que comunicarnos las órdenes a gritos. El infrascrito, con los Tenientes don Miguel Vélez y don Adán Solís, defendían el ala derecha; y yo como primer Teniente recibí la orden de defender el punto, hasta morir, si era necesario. Mis compañeros se batían con admirable sangre fría.
Los yanquis multiplicaban los asaltos pero tuvimos la fortuna de rechazarlos siempre. Uno de ellos logró subir a la trinchera y allí fue muerto por el intrépido oficial Solís. Eran ya las 10:00 a.m. y el fuego seguía vivísimo.
Los americanos, desalentados sin duda por lo infructuoso de sus ataques, se retiraron momentáneamente y se unieron a las 3 columnas; pero pocos momentos después al grito de !Hurra Walker¡ se lanzaron con ímpetu sobre el punto disputado.
Se trabó una lucha terrible, se peleaba con ardor por ambas partes, cuerpo a cuerpo. Desesperábamos ya de vencer a aquellos hombres tenaces, cuando el grito de !Viva Martínez¡, dado por una voz muy conocida de nosotros, nos reanimó súbitamente.
El Coronel Estrada, comprendiendo la gravedad de nuestra situación, mandó al Capitán Bartolo Sandoval, nombrado ese segundo día, jefe en el lugar del Teniente Coronel Patricio Centeno, que procurase atacar a los yanquis por la retaguardia.
Este bizarro militar se puso a la cabeza de los valientes oficiales Siero y Estrada y 17 individuos de la tropa, saltó la trinchera por detrás de la casa, logró colocarse a retaguardia de los asaltantes; les hizo una descarga y lanzando con su potente voz los gritos de !Viva Martínez¡ !Viva Nicaragua¡, cargó a la bayoneta con arrojo admirable.
Los bravos soldados del bucanero del norte retrocedieron espantados y se pusieron en desordenada fuga.
Nosotros, llevando a la cabeza al intrépido Coronel Estrada, que montó el caballo de Salmerón, único que había, perseguimos al enemigo 4 leguas hasta la Hacienda “San Ildefonso”.
Allí mató Salmerón con su cutacha al jefe de los americanos Coronel Byron Cole y lo despojó de un rifle y dos pistolas.
Nuestra pequeña fuerza tuvo 28 bajas entre muertos y heridos; entre los primeros figuraban el Capitán don Francisco Sacasa y el Subteniente Jarquín, y entre los últimos, el ahora Coronel don Carlos Alegría.
Los filibusteros perdieron al Coronel Cole, al mayor cuyo apellido no recuerdo y que era el segundo jefe y 35 muertos más, 18 prisioneros, contándose entre ellos el cirujano y muchos heridos que después hallaron muertos en los campos inmediatos.
Tal fue el memorable combate que abatió a los invasores y despertó loco entusiasmo en el ejército que defendía la Independencia de Centroamérica. Rivas, agosto 21, 1889. Alejandro Vega”.
En la Historia escrita por Gratus Halftermeyer confirma, según su investigación, que los filibusteros yanquis eran 300 mientras los combatientes nicaragüenses apenas ascendían a 160, incluido su jefe José Dolores Estrada.
El libro de Halftermeyer describe, de acuerdo con el informe oficial de José Dolores Estrada, que los 160 hombres se dividieron en tres compañías: una al mando del Capitán Liberato Cisne, una segunda al mando del Capitán Francisco Sacasa y la tercera jefeada por Francisco Dios Avilés.
Con alguna amplitud de detalles, la Historia de Halftermeyer confirma también que el Coronel Estrada ordenó fortificar apresuradamente la casa Hacienda San Jacinto, propiedad de Miguel Bolaños, con piedras sueltas acomodadas unas sobre otras.
Estas piedras eran abundantes en los alrededores de la casa Hacienda por las cercanías inmediatas del Cerro San Jacinto, en el cual se inicia la Meseta de Estrada, la cual fue llamada “Totumbla” hasta un poco después de 1,960.
Se señala que la noche anterior al ataque sorpresivo de los filibusteros, dirigidos en ese sitio por Byron Cole, el Coronel Estrada envió como espía al soldado Faustino Salmerón, quien, por supuesto, buscó la parte más alta del Cerro San Jacinto para cumplir con esa misión.
Desde la cúspide de este Cerro San Jacinto uno puede ver lo que se mueve hacia el Sur, el Oeste y Noroeste, porque por el Este era imposible llegar hasta la Hacienda San Jacinto, a menos que los filibusteros llegaran subiendo los Cerros.
La tropa de 160 hombres patriotas, mal vestidos, casi descalzos, hambrientos, con armas de pésima calidad, sin un entrenamiento realmente profesional, “pero con el corazón lleno de patriotismo”, según escribiría después José Dolores Estrada, estaban alertas a la orilla y encima de las trincheras improvisadas e ingiriendo un desayuno sencillo a las siete de la mañana…
De repente vieron que Faustino Salmerón salía sofocado de entre el bosque de la orilla del Cerro San Jacinto. “Ahí vienen los enemigos”, comunicó a José Dolores Estrada y a toda la tropa, virtualmente fatigada por los trabajos de fortificación en la casa hacienda y porque tenían ya varios días de no dormir, desde que fueron movilizados del Regimiento de Matagalpa hacia Managua.
Sigilosamente se movieron hacia sitios por donde podían ver el acercamiento de los filibusteros asaltantes, enviados diabólicos de los capitalistas esclavistas del sur de Estados Unidos, cuyo gobierno les daba pleno apoyo diplomático, económico y militar.
Vieron a los filibusteros cuando estaban “a unas dos mil varas al sur” en el amplio valle, que se extiende hacia el Oeste y Noroeste a partir del comienzo de la Meseta de Estrada, cuya edificación geológica describe una especie de serpiente estacionaria hacia de sur a norte.
El momento ansiosa y nerviosamente esperado había llegado. Era un momento patrio decisivo en la Guerra Nacional contra la pandilla de asesinos filibusteros llegados de entre los blancos, rubios y odiosos esclavistas del sur de Estados Unidos, cuyos gobernantes ya para entonces desplegaban bandas de criminales para apoderarse de territorios ajenos como los centroamericanos.
Estrada no vaciló en desplegar a tres compañías de combatientes en el centro, al lado izquierdo y por el lado derecho, más un grupo ubicado dentro de la Casa Hacienda, todos con órdenes de combatir hasta morir defendiendo cada punto asignado en torno a la pequeña casa, la cual se supone estaba rodeada de chilamates, genízaros y matorrales.
José Dolores Estrada tenía 60 años. El mismo escribió posteriormente que no era un militar de carrera, “no he estudiado el arte militar”, pero que llevaba dentro un ardiente patriotismo y ardor por la defensa de la patria ante la “amenaza rubia arrogante” y que la edad no era impedimento para tomar las armas en esa defensa patriótica, comportamiento humano crucial de Estrada en ese combate memorable, pues sus mismos soldados relataron posteriormente que en medio del peligro personalmente Estrada estaba combatiendo y animando a los soldados a luchar, morir si era preciso y con la decisión de vencer a los enemigos, no importando que fueran mucho más que ellos ni las mejores armas de fuego de los filibusteros yanquis.
Eso convencimiento patriótico, más la astucia militar, el sentido común de Estrada, fueron decisivos en la victoria de esta memorable Batalla de San Jacinto, registrada en la Historia Universal como una hazaña y el ejemplo de valientes decididos a vencer a los enemigos por muy fuertes que éstos sean.
La astucia de Estrada se puso a prueba cuando en medio del peligro mortal inminente manda a un grupo de jefes y 17 solados, jefeados por Bartolo Sandoval, para que sorprendan sigilosamente a los filibusteros por la retaguardia. Este ataque sorpresivo a los yanquis arrogantes, les produjo desconcierto total, pánico y descontrol absoluto, al extremo de que salieron huyendo hacia el sur, es decir, por donde habían llegado con la creencia de que se “comerían vivos” a los soldados descalzos, semidesnudos y hambrientos del Ejército Nacional.
En informes de los mismos soldados, escritos después de la Batalla, algunos de los soldados sobrevivientes señalan que este ataque sorpresivo por la retaguardia de los filibusteros, fue tan explosivo y escandaloso, que provocó una estampida de caballos, que supuestamente estaban amarrados entre los matorrales y árboles del norte de la Casa Hacienda San Jacinto.
Este tropel de numerosos caballos, aparentemente, hizo creer a los filibusteros, que además del fulminante ataque a balazos y cuchilladas por la retaguardia, se acercaba un supuesto refuerzo militar por ese lado de la Casa Hacienda San Jacinto, sitio bastante solitario en esa época, sólo lleno del ganado de Miguel Bolaños.
Los informes añaden que el mismo Faustino Salmerón, el espía, fue quien dio alcance al coronel yanqui Byron Cole, lo capturó, le colocó una soga al cuello y lo colgó de un árbol con la ayuda de varios compañeros, cuando ya se acercaban a la Hacienda San Ildefonso.
Otros relatos indican que Salmerón mató a Cole con los filazos de una cutacha. Lo confirmado es que Salmerón tuvo el honor de matar a este jefe de banda de asesinos filibusteros estadounidenses.
Este ocurrió cuando los filibusteros huían despavoridos por el amplio llano ya mencionado, donde dejaron regados muertos, heridos y capturados, según el informe del Coronel José Dolores Estrada.
En su informe oficial, Estrada hace mención de la acción heroica de Andrés Castro Estrada, quien ante la falta de municiones tomó una piedra y la estampó en la cabeza de uno de los yanquis cuando éste intentaba cruzar la hilera de piedras de la trinchera improvisada.
Andrés Castro, todos estos soldados y oficiales, especialmente José Dolores Estrada, se llenaron de gloria para siempre, porque no vacilaron en defender la patria en peligro por la invasión filibustera.
Más adelante me voy a referir a otros detalles de Andrés Castro y José Dolores Estrada.
En este librito hemos colocado dos informes breves, uno de Estrada y otro de Alejandro Eva, los cuales describen lo qué pasó en esta célebre Batalla de San Jacinto, las cuales publicamos aquí porque son parte de la Historia más importante de Tipitapa.
Me limito ahora a colocar nombres de algunos de los combatientes mencionados en los informes oficiales, pues al parecer nunca se elaboró una lista completa de los 160 combatientes de Batalla memorable de la nación nicaragüense, la cual puso a prueba su patriotismo en esos fatídicos días de 1856.
Independencia de Centroamérica ¿fue real?
Españoles trasladaron el poder a sus hijos criollos en 1821
¿Yugo colonial español sigue uncido en América Latina?
*Miles de patriotas independentistas nicaragüenses, salvadoreños, hondureños y guatemaltecos fueron condenados a muerte, sufrieron prisiones perpetuas como el Padre Tomás Ruiz y otros enfrentaban las represiones en calles, caminos y montañas
El primer país en sacudirse el yugo colonial en América Latina fue Haití, en 1804. Sí, los antiguos esclavos negros, rebelados y mediante una revolución popular, se dieron el lujo de expulsar al Ejército colonial francés, con el cual, su jefe Napoleón Bonaparte, se paseaba impune y triunfante en sus conquistas por Europa, después del triunfo de la Revolución Francesa Burguesa y de proclamarse (el general Bonaparte) emperador de Francia, y de ese modo, restablecía el orden monárquico que había motivado la toma violenta de La Bastilla y de la ejecución en la guillotina de los reyes despóticos por parte de los revolucionarios, encabezados por Maximilien de Robespierre.
Aquella Revolución Francesa Burguesa, encabezada por jefes del capitalismo naciente en Europa, en 1879, proclamó libertades liberales y la igualdad entre los hombres, y de paso ese viento huracanado revolucionario de libertades anticoloniales, trajo sus soplos hasta la América colonizada y sojuzgada; y puso en jaque al hasta entonces omnímodo poder de los colonizadores sanguinarios, quienes ya habían matado a 51 millones de indígenas (nuestros abuelos) desde que Cristóbal Colón, equivocando el rumbo (lamentablemente) llegó a nuestras tierras en octubre de 1492.
Para minar más el poder omnímodo de los colonizadores españoles, portugueses, ingleses y franceses, los antiguos esclavos negros de las plantaciones plataneras y de todo tipo en Haití, estos colonos caribeños decidieron enfrentar a sus antiguos amos blancos, rubios y bestiales ocupantes de nuestras tierras, y expulsaron al Ejército de Francia, que poderoso e imparable, se paseaba triunfante por Europa, con Napoleón Bonaparte a la cabeza.
Precisamente al triunfo de este movimiento independentista haitiano, el audaz Simón Bolívar, Libertador de América del Sur, pudo obtener armas y tres mil hombres facilitados por los triunfantes anticolonialistas haitianos de la Isla La Española, adonde inicialmente llegó Cristóbal Colón en octubre de 1492.
Todos estos movimientos militares, políticos, libertarios y sociales, conmovieron, estremecieron el poder palaciego en España y sus dominios de terror de “ultramar” en América, adonde llegaron repartiendo machetazos, balazos, puñaladas, decapitaciones, ahorcamientos, cortes de tajo de piernas, brazos y manos, degollamientos con cuchillos muy filosos, embestidas con caballos entrenados, hogueras de la “Santa Inquisición” de Tomás de Torquemada, y descuartizamiento de seres humanos con perros entrenados especialmente en estos menesteres genocidas, todo basado en que ellos, los europeos españoles, rubios, sanguinarios y brutales, tenían, indiscutiblemente, un avance tecnológico militar, de conocimientos científicos, políticos y sociales superiores a los de lascomunidades indígenas nuestras, que apenas contaban con arcos y flechas y mucho miedo a lo desconocido.
Vientos libertarios repercuten en América
Todos estos acontecimientos libertarios, en Europa, Haití y los movimientos independentistas en América del Sur (jefeados por Simón Bolívar, San Martín, Sucre), repercutieron en las Provincias de Centroamérica, especialmente entre tres grupos bien definidos, que ya en esos momentos se disputaban la posibilidad de arrebatarle el poder a los militares y funcionarios del régimen colonial español, cuyo asiento principal estaba, en 1821, en Guatemala, encabezado por el Brigadier General Gabino Gaínza.
Estos tres grupos eran: criollos, intelectuales (médicos, abogados, literatos, etc.) y dirigentes indígenas y mestizos como el Padre Tomás Ruiz (chinandegano-nicaragüense), quien participó, inclusive, y jefeó la llamadaConjura de Belén, en Guatemala.
Los llamados criollos eran hijos de españoles, nacidos en América durante la colonización.
Los académicos o intelectuales eran, mayoritariamente, mestizos, indígenas y comerciantes medianos y pequeños, que tenían concepciones distintas a la de los criollos en la lucha por la Independencia. Estos abrazaban las ideas liberales y republicanas de la Revolución Burguesa Francesa, recién triunfante en Francia y que avanzaba indetenible en Europa. Es decir, estos intelectuales propugnaban por el establecimiento de la República, y en el caso de Centroamérica, la República Federativa de Centroamérica.
Los criollos le disputaban el poder político, militar y económico a sus padres y madres españoles, quienes ostentaban por nombramientos del Rey de España los cargos militares y políticos.
Esos criollos, en la mayoría de los casos, eran poseedores de enormes extensiones de tierras (latifundistas), eran grandes comerciantes, eran encomenderos, traficaban con mercancías, y gozaban, por supuesto, de los grandes privilegios por haber mantenido a nuestros indígenas como esclavos durante 300 años, y de ese modo la mano de obra les salía regalada, mientras, al mismo tiempo, mataban a todos aquellos indígenas, mestizos y negros (esclavos africanos, capturados o comprados y traídos a América por la fuerza) que pretendieran rebelarse contra los colonialistas españoles.
Además, estos criollos eran partidarios de la anexión de estas Provincias Centroamericanas a México, con Iturbide como Rey, y de ese modo seguir manteniendo el dominio colonial español. Incluso, pensaban, tenían planeado, arrebatar el poder a sus padres españoles y establecer ellos, los criollos, la monarquía constitucional, según el historiador Frances Kinloch Tijerino, autor de Historia de Nicaragua del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (Universidad Centroamericana).
En cambio, según Severo Martínez Peláez y Jorge Eduardo Arellano, estos intelectuales o académicos, apoyados por una parte de la masa de mestizos e indígenas, presionaban, conspiraban, para que la lucha revolucionaria independentista desembocara en el derrocamiento completo del régimen criminal colonial español.
Patriotas por la República. Criollos por monarquía constitucional
Los criollos y los funcionarios del régimen colonial se entendían muy bien, y al parecer ambos estaban claros de que era necesario maniobrar políticamente para que finalmente el poder económico, político, militar, propagandístico e ideológico quedase en manos de los hijos de los españoles. Es decir, el yugo colonial español ponerlo en manos de los españoles nacidos en América Central, en este caso en El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Según Severo Martínez Peláez, guatemalteco y autor de la Patria del Criollo, y Jorge Eduardo Arellano, nicaragüense, autor de Historia Básica de Nicaragua, la enorme mayoría de mestizos e indígenas no estaban interesados en el movimiento independentista, debido a que quienes lo jefeaban eran precisamente los “criollos” y los llamados intelectuales o académicos, entre los cuales había también presbíteros, médicos, abogados, maestros y distintos profesionales de aquellos días de 1821.
De acuerdo con Martínez Peláez, Arellano y numerosos autores, entre otros, el médico independentista republicano Pedro Molina, la primera rebelión revolucionaria notoria, en 1808, en Guatemala, la encabezó Simón Bergaño Villegas, quien propugnaba porque el régimen español sanguinario español fuese derrocado por medio de las armas, y que se establecieran las Repúblicas correspondientes en Centroamérica.
Bergaño Villegas y su grupo de compañeros rebelados, entre intelectuales, mestizos e indígenas, fueron juzgados por los opresores españoles en Guatemala, quienes condenaron a muerte a los que consideraron cabecillas principales, a otros les aplicaron condenas de cárcel perpetua en mazmorras guatemaltecas y algunos fueron desterrados a Chiapas, por ejemplo.
Dos años después, el 16 de septiembre de 1810, se produjo el llamado “Grito de Dolores”, mediante una Insurrección o rebelión popular de decenas de miles de indígenas y mestizos, jefeados por el Padre Miguel Hidalgo, en la Parroquia de Dolores, en México. Estos insurrectos en México demandaban la abolición de los tributos y la esclavitud y exigían poner fina al régimen colonial genocida.
Como es sabido, el Padre Hidalgo y el numeroso grupo de mestizos e indígenas fueron derrotados, capturados y fusilados algunos por el ejército colonial español, entre otros, el Padre Miguel Hidalgo. El movimiento independentista de Hidalgo fue asumido por el también sacerdote José Morelos.
Esto no detuvo la lucha, pues el 5 de noviembre de 1811 se produjo la llamadaInsurrección Independentista de San Salvador, El Salvador, encabezada por el presbítero José Matías Delgado, Presbítero Nicolás Aguilar, don Manuel Antonio Aguilar, don Manuel José Arce, don Domingo Antonio de Lara, don Miguel Delgado, don Juan Delgado, don Carlos Fajardo, don Francisco Morales, don Pedro Pablo Castillo, don Mariano Fagoaga y don Mariano José de Lara.
19 días después, el 24 de noviembre de 1811, se produjo la rebelión revolucionaria independentista de Santa Ana, en El Salvador. Esta la encabezaron José Agustín Alvarado, don Leonardo Antonio Fajardo, José Guadamuz Miranda, doctor Bernardo Letona, Vicente Fajardo, Antonio López y Marcelo Zepeda. Todos estos patriotas salvadoreños fueron perseguidos y sacrificados brutalmente por los colonizadores españoles.
Condenados a muerte
El 22 de diciembre del mismo año 1811 se registra otra rebelión revolucionaria independentista, esta vez en Granada, Nicaragua, jefeada por Miguel Lacayo, Telésforo Argüello, Juan Argüello, don Manuel Antonio de la Cerda, Joaquín Chamorro, Juan de la Cerda, Francisco Díaz Cordero, José Gabriel O´Horan, José Dolores Espinoza, León Molina, Cleto Bendaña, Vicente Antonio Castillo, Juan Espinoza, teniente coronel de Milicias Pío Argüello, don José Manuel de la Cerda, Pedro Guerrero, Silvestre Selva, Mateo Antonio Marure, Francisco Cordón León.
Casi al mismo tiempo, se produjo la Insurrección o rebelión de León, encabezada por el Frayle Benito Miguelena, José Gabriel O´Horan, José Francisco Barrundia, José Francisco de Córdova, Juan de Dios Mayorga, Santiago Celis, Fulgencio Morales y José Venancio López.
Las autoridades genocidas coloniales españolas fueron especialmente salvajes, brutales, con los insurrectos granadinos, porque estos con su acción armada potente lograron destituir a todos los funcionarios del régimen colonial en Granada y también obligaron a renunciar de sus cargos privilegiados a algunos criollos o hijos de españoles nacidos en Nicaragua. 16 de los insurrectos fueron condenados a muerte, nueve recibieron condenas de cárcel perpetua y 130 penas de varios años de cárcel. Además, le confiscaron sus propiedades a todos los implicados en la Insurrección, en otros, a la patriota Josefa Chamorro.
La Historia de Frances Kinloch Tijerino afirma que los insurrectos granadinos andaban armas de fuego, machetes, cuchillos, garrotes, varillas metálicas, pedazos firmes de madera, cadenas y otros instrumentos sólidos para golpear severamente.
¿Murió Rafaela en el cruce de balazos en Granada?
Cuando uno lee las páginas de Rafaela, del doctor Pasos Marciap, se entera de que al ocurrir los tiroteos y enfrentamientos en la Plaza de Granada, entre los criminales españoles y los patriotas granadinos, presuntamente en esos cruces de balazos habría muerto Rafaela, la heroína del Fuerte de San Carlos, en el Río San Juan.
Casi inmediatamente, el 2 de enero de 1812, se produjo el llamado levantamientorevolucionario independentista de Tegucigalpa, Honduras. Este lo jefearon Julián Francisco Romero y José Antonio Rojas.
El 23 de febrero de 1812 se registró la llamada Sublevación de Chiquimula, en Guatemala, donde realmente ardían las discusiones sobre los intentos fallidos por la Independencia en las Provincias de Centroamérica.
Los jefes visibles de esta Sublevación de Chiquimula fueron: Rafael Arriaza, Pedro Barillas, Manuel Antonio Calderón, Presbítero Esteban Carcaño, Norberto Calderón, Ramón Contreras, Francisco Cordón, Mariano León, Patricio Cordón, Victoriano Madrid, Manuel María León, Gabriel Marroquín, Ángel Morales, Francisco Mariano Moreno, Francisco Ordóñez, José María Orellana, Capitán José Esteban Páiz, Juan Orellana, Capitán Juan Carlos Páiz, Ramón Páiz, Miguel Pío Páiz, Ramón Páiz, Isidro Salguero, Norberto Urrutia y Juan de Dios Mayorga.
La Conjura de Belén, jefeada por el Padre Tomás Ruiz
Uno de las últimas rebeliones populares, ya cercanas al 15 de septiembre de 1821, fue la llamada Conjura de Belén, en Guatemala, donde aparece como uno de los jefes principales el Padre o presbítero indígena Tomás Ruiz, chinandegano, nicaragüense, quien también participó en la Insurrección o rebelión de León.
Estos insurrectos o sublevados en el Convento de Belén, elaboraron un plan para apoderarse del cuartel de armas, sublevar al pueblo guatemalteco y liberar a los presos políticos o revolucionarios independentistas de Guatemala, y que por supuesto abundaban en las cárceles de los criminales españoles en América del Sur, en toda Centroamérica, en México, en Granada, en León, en Rivas, en Masaya, en San Salvador, en Santana, en Tegucipalga, en Chiquimula, en Chiapas, en Dolores (México) y en la propia ciudad de Guatemala.
Ruiz, según los relatos, fue capturado, juzgado y desterrado a mazmorras religiosas en Yucatán, donde murió virtualmente abandonado. Corrió igual suerte que miles de patriotas que luchaban por la llamada Independencia de Centroamérica.
Según los historiadores de las insurrecciones o rebeliones previas a 1821, en el Convento de Belén, Guatemala, se registró nuevamente una especie de asamblea de conjurados, encabezados por Tomás Ruiz, con el fin de gestar un movimiento revolucionario, que tenía como finalidad derrocar, demoler y aniquilar por completo tanto al Ejército ocupante como a todo el aparato de dominación colonial.
Conjura incluía entregarle armas al pueblo
El Plan incluía entregarles las armas al pueblo guatemalteco y sustituir al gobierno colonial corrompido y saqueador con gente capacitad y del propio pueblo.
Para estos fines, previamente se habían efectuado Juntas o reuniones en la casa de Cayetano Bedoya y Juan de la Concepción, todas coordinadas por el Padre Tomás Ruiz. A estas reuniones, presuntamente, acudieron también Manuel Julián Ibarra, guarda del Almacén del Cuerpo de Artillería del ejército español; José Francisco Barrundia, alférez del Escuadrón de Dragones Milicianos; Fray Víctor Castillo, don Joaquín Yúdice, Andrés Joaquín Dardón, Fray Manuel San José, el indígena Manuel Tot, José María Montúfar, Manuel Paggio y Mariano Bedoya.
Todos fueron traicionados por delatores, que corrieron a informar al ejército genocida de los colonizadores españoles.
¿Excelentísima Diputación Provincial?
Todos estos datos mencionados arriba, aparecen también en “Memorias para la Historia de la Revolución de Centroamérica”, la cual señala que la “Excelentísima Diputación Provincial” estaba integrada por José Matías Delgado, Mariano Beltranena, José Valdez, Antonio Rivera Cabezas y José Mariano Calderón,algunos de ellos vinculados al poder colonial y a los “criollos”.
Junta General
La “Junta General donde se proclamó la Independencia”, la integraban el canónigo y doctor José María Castillo, Fray Ramón Casáus y Torres, Arzobispo de Guatemala y el licenciado José Cecilio del Valle, igualmente ligados al poder colonial de España.
Junta Provisional consultiva
La Junta Provisional Consultiva la formaron o integraron: Miguel de Larreynaga Balmaceda, criollo, nacido en Telica, Nicaragua, escribano y funcionario del régimen español en Guatemala; licenciado José Cecilio del Valle, Honduras; licenciado José Antonio Alvarado, Costa Rica; presbítero, conde (noble europeo) y doctor Juan José de Aycinena y Piñol, representó a Quezaltenango. Todos ligados directamente al poder de los colonizadores españoles en Guatemala.
Don Pedro Molina, médico, del grupo numeroso que propugnaba por el derrocamiento revolucionario de los colonizadores españoles y el establecimiento inmediato de la República Unida de Centroamérica (después Molina fue presidente de Guatemala), escribió parte de las “Memorias para la Historia de la Revolución de Centroamérica”, indica que a su grupo, a su mujer Dolores y a él mismo, los hicieron aparecer en informes posteriores como “los distinguidos en gritar” a favor de la Independencia, en las calles de Guatemala, donde inclusive hicieron fogatas callejeras.
Estos “gritones” no tuvieron acceso, no los dejaron entrar, al local en que los llamados 13 próceres firmaron el Acta de Independencia con Gabino Gaínza, el Brigadier General que controlaba el “orden colonial” con su ejército en Guatemala y en el resto de Provincias de Centroamérica.
Entre esos “gritones” se mencionan: Doctor Pedro Molina y su esposa Dolores Bedoya, José Francisco Córdova, José Francisco Barrundia, José Basilio Porras, Juan Montúfar Coronado, Manuel Montúfar Coronado, Marcial Zebadúa y León, José Beteta y el teniente coronel José Vicente García Granados.
Según las “Memorias” mencionadas, José Cecilio del Valle, Mariano Larrave, Antonio Robles y José Ignacio Foronda, al momento de la Independencia en 1821, tenían un partido político independentista en Guatemala.
Colonizadores apresurados por entregarles poder a sus “criollos”
La grandísima verdad es que el Rey de España, sus jefes militares, sus funcionarios en el gobierno colonial de “ultramar” en las Provincias y ciudades impuestas a nuestros indígenas a punta de balazos, machetazos, degollamientos, decapitaciones, cercenamiento de manos, piernas, dedos, matanzas a puñaladas, ahorcamientos, descuartizamientos con perros entrenados, esclavitud cruel y sanguinaria, hasta completar 51 millones de indígenas asesinados, más robos colosales de nuestros recursos naturales, estaban ahora (en 1821) desesperados, porque ahora, a pesar de la represión mortal, el pueblo estaba rebelado, insurreccionado, y se apresuraron a maniobrar, con el fin de dejar depositado el poder político, económico, militar, comercial, propagandístico e ideológico, en manos de sus hijos los criollos, y por ese motivo Gabino Gaínza, el jefe colonial indiscutible, convoca el 15 de septiembre a sus funcionarios cercanos, para “declarar la Independencia”.
Los 13 firmantes, próceres de la Independencia, dejan estampada su preocupación de que el mismo pueblo proclama la Independencia por su cuenta. Esto queda claro en el “Acuerdo” o artículo 1 de los 18 acordados y publicados ese día 15 de septiembre de 1821.
Esos 13 firmantes son los siguientes: Brigadier General Gabino Gaínza, jefe político provincial; José Antonio Larrave, regente de la Suprema Corte de Guatemala; Mariano de Beltranena, L. Mariano Calderón, José Matías Delgado, Manuel Antonio Molina, Mariano de Larrave, Antonio de Rivera, L. Antonio de Larrave, Isidro Valle y Castricciones, Mariano de Aycinena, Pedro de Arroyave, teniente coronel Lorenzo de Romaña y José Domingo Duiéguez. Este último fungió como secretario.
El artículo primero dice textualmente: “…Que siendo la Independencia del gobierno español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso, el señor jefe político la mande a publicar para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de la proclamase de hecho el mismo pueblo”.
Es decir, Gaínza y el resto de firmantes estaban bien claros de que el pueblo centroamericano estaba gestando una revolución verdadera con insurrecciones y rebeliones, y era necesario apresurarse, para trasladar el poder a los “criollos” y enmascarar con la palabrita “Independencia” el escamoteo del poder político para los sectores populares centroamericanos y latinoamericanos.
Aquellos “criollos”, sus padres españoles y amigos funcionarios del régimen colonial español, en más de 300 años de dominio omnímodo, se apoderaron de enormes extensiones de tierras que habían sido de las comunidades indígenas, tenían dominio monopólico total del comercio, manejaban toda la red de obtención y distribución de las riquezas nuestras, es decir, tenían en sus manos todo el aparato económico, político, militar, propagandístico, ideológico, dominio completo, y para colmo, de esa matriz de poder, nacen (en el futuro inmediato) los políticos conservadores locales, nace de su seno la oligarquía (latifundistas, banqueros, industriales poderosos y comerciantes grandotes), y todo este entramado socioeconómico y de dominación clasista que seguimos padeciendo en Centroamérica.