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Las manifestaciones o “Manifestações de Junho” (como se las denomina aquí) fueron una temática casi excluyente del debate político de la segunda mitad del año. El disparador de las movilizaciones fue el aumento en el precio del transporte público, pero con el correr del hechos un sinfín de demandas sociales insatisfechas salieron a la luz. La condena a la corrupción política, los precarios servicios de educación y salud pública y el aumento en los costos de los bienes de primera necesidad terminaron de dar forma a un movimiento nacido en el seno mismo de la clase media. Las 1,2 millones de personas que salieron a las calles en más de cien ciudades mostraron en forma inequívoca las limitaciones estructurales del modelo de desarrollo brasileño. Es cierto que desde la llegada del Partido de los Trabajadores al poder 40 millones de personas abandonaron la pobreza y se incorporaron a la clase media, pero también es real que el estado y la clase política no han acompañado el proceso de avance social. El aparato estatal, a pesar del incremento de los recursos disponibles, continúa brindando prestaciones deficientes, lo cual resulta cada vez más intolerable para los emergentes sectores medios. Ya no es suficiente el acceso al empleo formal o a los bienes y servicios básicos, las familias de clase media demandan educación de calidad para su hijos, seguridad personal, transporte público eficiente y salud pública a la altura de las circunstancias. La presión fiscal en Brasil asciende al 36,7% del PBI, comparable a naciones hiperdesarrolladas como lo son Islandia, Holanda o Luxemburgo. El problema radica en que la calidad de los servicios públicos dista mucho de los estándares existentes en los mencionados países. Los recursos que el Estado extrae de la sociedad terminan en algún lugar misterioso y desconocido, pero que con seguridad poco se parece a un hospital, a una escuela o a una universidad.
El balance económico del año que culmina enciende también luces de alerta. El PBI se expandió sólo un 2,4%, un resultado magro si se lo compara tanto con los países de la región como con otras potencias del BRICS. Según la CEPAL, la economía de América Latina y el Caribe creció un 3% en 2013, situando al “gigante” sudamericano por debajo de la media. Las reformas estructurales que el país necesita y que permitirían incrementar la competitividad general del sistema productivo avanzan a ritmo lento, situación que podría extender las dificultades hacia el futuro. Según perspectivas, en 2014 el PBI brasileño podría crecer un 2%, número menor al proyectado para los Estados Unidos en el mismo período. Se trata en efecto de una situación impensada hace solo un par de años. La tesis del reacomodamiento internacional en el cual las naciones desarrolladas se veían sumergidas en una crisis financiera infinita (o crisis del capitalismo) y los países emergentes crecían a tasas “chinas” parece no aplicarse a este caso. Aunque parezca paradójico, la economía norteamericana augura mejores resultados para al año próximo que una potencia del BRICS. Quizás vale la pena preguntarse si todo el concepto de los BRICS tiene el mismo valor que supo tener diez años atrás, pero esa es otra discusión.
De todas formas y a pesar de lo aquí expuesto debemos recordar que ninguna reflexión es absoluta cuando se analiza algo tan complejo como lo es el contexto internacional. El delicado escenario actual no aparta a Brasil de su relevante posición dentro del sistema global. El país sigue siendo la séptima potencia económica mundial y como tal continúa desarrollando su capacidad de ejercer influencia más allá de sus fronteras. A mediados de diciembre el Ministerio de Defensa dio a conocer un maga-contrato de 4.500 millones de dólares alcanzado entre la Fuerza Aérea Brasileña (FAB) y la compañía sueca SAAB. El resultado del mismo fue la adquisición de 36 aviones de combate “Caza Polivalente” (Multi-Role Combat Aircraft) de última generación Gripen NG. Una compra que juega un rol trascendental para el análisis del equilibrio de poder militar regional. La transferencia de tecnología y las características de las unidades incrementarán de forma sustancial la capacidad aérea brasileña. Se trata de un dato no menor para un país que cuenta con el onceavo mayor presupuesto de defensa a nivel planetario.
En 2013 los ojos del mundo se depositaron sobre Brasil y algo similar sucederá en 2014. La Jornada Mundial de la Juventud, con la visita del Papa Francisco a Rio de Janeiro, llevó imágenes del país a los medios de comunicación de todo el globo. En 2014 el ejercicio se repetirá como consecuencia de la organización del Campeonato Mundial de Fútbol. No sería de extrañar que las tensiones sociales, por ahora adormecidas, emerjan a la superficie el año próximo. Los millonarios desvíos de fondos en la construcción de estadios para el Mundial fue un factor muy considerado durante las manifestaciones. El desarrollo del torneo podría reavivar dicho malestar, tal cual sucediera durante la Copa de las Confederaciones algunos meses atrás.
Como si todo esto fuera poco, el 2014 será un año electoral. El próximo 5 de octubre Dilma Rousseff competirá por un segundo período en el Palacio do Planalto. A pesar de la caída en su nivel de popularidad, la actual mandataria se posiciona como amplia favorita. Los movimientos dentro de la oposición ya comienzan a verse con la aparición de alianzas y candidaturas. El objetivo será capitalizar el descontento social e intentar alcanzar la “hazaña” de desplazar al PT de la Presidencia, una empresa por demás difícil.