Desde un comienzo Rusia se negó a una participación abierta en el conflicto, intentado evitar una confrontación directa con las potencias de la OTAN. Moscú ha provisto de armamentos y apoyo financiero a Damasco, suficientes para mantener a Al-Assad en el poder pero insuficientes para terminar con los focos rebeldes. En el plano político, el poder de veto ruso en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas evitó, hasta ahora, cualquier operación contra Siria. Las solicitudes de Estados Unidos y sus aliados de una solución de la crisis al estilo Libia, con apoyo de la ONU y dentro de la legalidad internacional, fueron sistemáticamente bloqueadas por Moscú y Beijing dentro del organismo.
Según distintas fuentes, el Kremlin no despachó hacia Siria aún los avanzados sistemas de defensa S-300, equipamientos que podrían ayudar a las fuerzas de Al-Assad a derribar aeronaves norteamericanas o israelíes. La instalación de dichos dispositivos podría alterar el delicado equilibrio de poder en la región, forzando a Israel a realizar un inmediato ataque preventivo para evitar que los avanzados sistemas se tornen operativos.
La Marina Rusa envió recientemente diversas naves hacia el Mediterráneo Este. Según especialistas se trata de una pequeña fuerza, de carácter simbólico e inofensivo en relación a la dimensión de la presencia naval de los Estados Unidos en la región. La misión se limita a proteger y proveer de suministros a la base naval permanente que Rusia tiene en Tartús, al oeste de Siria. La diplomacia de los Estados Unidos ha intentado dilucidar cuál sería la respuesta rusa a una eventual intervención. Por el momento en Moscú solo sostienen que Rusia trabaja en intentar evitar que la crisis desemboque en operaciones militares.