El primer terremoto de Managua del 31 de marzo de 1931 fue a las 10:23 de la mañana
Causó cerca de entre 1,200 y 1,500 muertos, más de 2.000 heridos y 45,000 damnificados
Redacción Central
FotoHoy hace 84 años se dio el terremoto que destruyó Managua el 31 de marzo de 1931. Fue un sismo de magnitud 6.0 grados en la escala de Richter que destruyó la capital de Nicaragua el Martes Santo 31 de marzo de 1931. Su epicentro se ubicó en la falla del Estadio (llamada así por atravesar el actual Estadio Nacional Dennis Martínez que entonces era la Penitenciaría Nacional). Causó cerca de entre 1,200 y 1,500 muertos, más de 2.000 heridos y 45,000 damnificados al igual que pérdidas económicas de 35 millones de dólares causadas por el sismo y el consecuente incendio. El desastre sembró las semillas del siguiente terremoto del 23 de diciembre de 1972, pues muchas casas y edificios dañados, hechos de taquezal o concreto, fueron reparados inapropiadamente con repello dejando las grietas en sus bases y estructuras por lo que colapsaron con ese sismo.
A las 10 y 23 minutos de la mañana del 31 de marzo de 1931, Martes Santo (en plena Semana Santa), la ciudad fue sacudida por un temblor que empezó de una manera lenta y fue aumentando en vitalidad hasta culminar en terremoto que causó la destrucción de Managua.
En los mercados, almacenes y tiendas de comercio que estaban atestadas de gente que se preparaba para la Semana Santa, fue mayor el espanto y la confusión. Los que habían quedado con vida corrían como locos en distintas direcciones.
Por las materias inflamables de las boticas y las cocinas de leña, empezó un voraz incendio que devoró más de veinte manzanas del radio central; incendio que se propagaba libremente sin que nadie pudiera contrarrestarlo, pues no era el momento para dedicarse a esas atenciones. Cada quien buscaba en los escombros a su madre, a su padre, al hermano, al hijo. Managua, convulsa siempre por los pequeños temblores que se siguieron después del terremoto, era sólo un lamento entre las ruinas, en las calles desoladas y en el ambiente trágico.
Cayeron el Palacio de Comunicaciones, los mercados Central y San Miguel, el Teatro Variedades, La Casa del Águila, los templos de Candelaria, San Antonio, San Pedro, la Penitenciaría Nacional (ubicada donde hoy es el Estadio Nacional Dennis Martínez), donde murieron centenares de reos y alienados, los mejores edificios del radio central y el que quedó en pie en la ciudad, quedó averiado.
Quedaron en pie solamente la armazón de hierro de la Antigua Catedral en construcción (apenas iniciada tres años antes en 1928), la Casa Pellas, el Club Social, el Palacio del Ayuntamiento, el Palacio Nacional (incendiado posteriormente por los marines estadounidenses en un arranque de furia) y la Casa Presidencial de la Loma de Tiscapa, y uno que otro edificio de particulares. Más de mil personas perecieron en esa hora trágica, y otro tanto quedó golpeado o lisiado para el resto de su vida.
En medio de aquel lugar de ruinas y de dolor, surgía impasible la figura evangélica de Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, Arzobispo de Managua, que de un lado para otro se multiplicaba socorriendo a los agonizantes o dando consuelo a los que lloraban la muerte de un deudo. Su figura se agigantaba entre los escombros y entre los cadáveres. Era el pastor estoico y resignado ante la obra de la naturaleza, que veía morir a su pueblo, y que arriesgando todo peligro repartía bendiciones.
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