Los pueblos están condenados a vivir la misma historia, cuando olvidan o desconocen la propia.
Cuando a mediados de los años 80 me correspondió ser el embajador de Costa Rica en Nicaragua, sufrí todos los desplantes y desmanes del régimen tiránico de Daniel Ortega.
Nuestra embajada fue reiteradamente violada por la seguridad del Estado; nuestros teléfonos fueron intervenidos ilegalmente al punto que le entregaban copia de mis llamadas al presidente Arias; fui amenazado de muerte y de ser expulsado del hermano país.
Se anunció públicamente que sería declarado non gratus porque me reuní con la oposición democrática en la Embajada de los Estados Unidos, según invitación del señor Embajador, para informarles de los acuerdos de Playa Tesoro en el Salvador, donde se había acordado ir a elecciones a un año plazo. El presidente Arias y el canciller Rodrigo Madrigal Nieto, con la entereza que los caracterizaba, me mantuvieron en el puesto.
Insultos y desmanes. Cuando gestionamos la reapertura del diario La Prensa, con el objeto de ayudar a doña Violeta y Cristiana Chamorro, símbolos de la libertad de pensamiento, se nos persiguió e insultó como lacayos del imperialismo y otras barbaridades más propias de esa canalla iletrada. Recuerdo las poses siempre dignas de don Rodrigo Madrigal ante los insultos de que éramos objeto.
¿Quiénes eran los que enconadamente insultaban al presidente Arias, al canciller Madrigal Nieto y a mi persona? ¿Quiénes no querían elecciones libres, cambios a la Constitución Política y la reapertura de los medios de comunicación independientes? ¿Quiénes se esperaron hasta que les dio la gana para reconocer el triunfo legítimo de la oposición?
¿Quiénes desconectaron los teléfonos de la Embajada para que no pudiéramos informar al presidente Arias, y este, al mundo, de lo que ocurría en Nicaragua? ¿Quiénes hicieron lo imposible para que se mantuviera el estado de cosas vigentes en la Nicaragua de la época?
Cuando leo los desmanes de Daniel Ortega, Rosario Murillo y su camarilla, no puedo dejar de pensar que quienes hoy son injustamente perseguidos, en aquellos momentos, lejos de apoyarnos en nuestras gestiones, nos confrontaron y nos llevaron a límites, que en mi caso, pusieron en jaque mi vida y la de mi familia.
De victimarios a víctimas
Sergio Ramírez Mercado, ilustre intelectual, era vicepresidente y candidato a seguir en el puesto; Carlos Fernando Chamarro, dirigía el Diario Barricada, trinchera insultante del sandinismo, opuesto a la reapertura del periódico de su madre, Violeta Chamorro; Dora María Téllez, comandante sandinista intransigente e intolerante; Víctor Hugo Tinoco, vicecanciller y jefe de de la diplomacia sandinista; Carlos Tunnerman, ministro de Educación; Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, excelsos músicos, quienes compusieron el himno sandinista que llama al yanqui "enemigo de la humanidad"; Gioconda Belli, defensora a ultranza del régimen; Ernesto Cardenal, teólogo y jefe de la Iglesia Popular que insultó al Santo Padre; y una pléyade de intelectuales que hoy precisamente son perseguidos por quienes otrora fueron sus compañeros de viaje.
Hoy, más de veinte años después, vuelvo la mirada atrás y me pregunto: ¿Cuánto hubiéramos avanzado si quienes hoy son perseguidos por el mismo tirano se hubieran sumado a las fuerzas democráticas que querían un verdadero cambio en Nicaragua? No fue así y padecimos y padecemos la misma tragedia de siempre.
El único consuelo que me queda es que, cada día, más intelectuales de brillo abren sus entendederas y se dan cuenta de que el totalitarismo iletrado de una camarilla no conduce sino a la destrucción de un pueblo que está destinado a ser grande.
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Costa Rica, Centroamérica