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ACTUALIZADO 17 DE DICIEMBRE DE 2008
 
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Mamá superstar

"Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen." - Oscar Wilde

POR RODRIGO SOLÍS Texto más grande Texto más pequeño Texto más grande

Machuca Hernández es una superestrella de la televisión (y no sólo de México). Además, es una dama; condición improbable en los artistas de hoy día (y no sólo de México) que para ganarse el respeto y la admiración de la gente, es decir, para que el público los reconozca y les pida autógrafos y/o sacarse fotografías en la calle, en restaurantes o incluso en el baño, hay que aparecer en las revistas de cotilleo y/o telenovelas mostrando las tetas y/o comiendo gusanos y gusarapos en algún reality show.

Machuca es de otros tiempos, cuando la dignidad y la admiración se ganaban de otras formas. Quizás por ello, la gente mayor aún la sigue deteniendo en cada esquina para demostrarle su cariño con un beso o pidiéndole por favor que sonría a la cámara para tener un recuerdo de ella.

Machuca es mi tía. Parentesco improbable en una persona tan despreciable y poco carismática como yo. Nadie sospecha este glamoroso lazo familiar. Tal vez por ello, esta mañana, por teléfono, mamá me ha pedido (imagino de rodillas) que lave mi volcho, o de preferencia que lo esconda en algún callejón o lo venda como chatarra en un deshuesadero, ya que ella y Machuca vendrán unos minutos de visita a la casa de mis tíos que tienen la paciencia y el corazón de oro de hospedarme.

Al enterarse de la noticia, Ana y Rosa, que son las señoras del servicio, se han desmayado de la emoción y luego se han puesto a barrer y a sacarle brillo al piso de toda la casa como nunca antes lo habían hecho. También se han bañado con tres litros de perfume y vestido con sus mejores ropas. E incluso, en sus ojos ya no existe ese brillo de resentimiento y odio cuando me ven despertar a altas horas de la mañana como usualmente suelo hacerlo. Desafortunadamente, Ana y Rosa no concretarán el sueño de conocer a Machuca Hernández, al menos no en esta vida; mamá y Machuca se han demorado toda la tarde paseando por el centro de la ciudad gracias a que en cada tienda y estanquillo las han detenido (en realidad sólo a Machuca) para pedirle autógrafos, fotografías y confesarle al borde de las lágrimas cuánto la admiran e idolatran.

Siendo diciembre el último mes del año, el gobierno del Estado como cada año decide despilfarrar hasta el último céntimo de las arcas públicas, para ello trae a diversos artistas de fama internacional que hacen presentaciones gratuitas en parques y teatros en la ciudad. Como soy un ermitaño y aborrezco los eventos multitudinarios, por lo general publico en los periódicos (gratuitamente) que el gobierno no debería darse esas libertades, y en vez de traer a Andrea Bocelli o a los Il Divo, una mejor idea sería pavimentar las calles o ponerle aire acondicionado al transporte público, necesidades imperiosas que sin duda alguna mejorarían la calidad de vida de los ciudadanos en vez de que éstos pasaran dos horas de pie y al borde de la asfixia (como si estuvieran en los transportes públicos) escuchando en vez de a Junior Klan o al Pulpo y sus teclados, la opera de un señor que no puede ver pero sí contar los millones de pesos que le pagaron por presentarse a cantar ópera.

Este breve paréntesis periodístico lo hice por dos motivos: uno, porque mamá no deja de pedirme encarecidamente cada que me ve que evite hacer este tipo de comentarios en los periódicos, ya que sus amistades políticas la miran con cierto recelo por tener un hijo reaccionario; dos, porque mamá y Machuca han venido a la ciudad ex profeso para escuchar una misa africana en la Catedral, único evento del programa Otoño Cultural del Gobierno del Estado que no será gratuito, dato curioso tratándose de un evento religioso.

Mamá me llama al celular. Me ha pedido que vaya a la misa africana para que pueda saludar a mi tía Machuca que tanto nos quiere. Yo le he dicho que no pienso pagar ni un centavo por escuchar misa, sea africana, escandinava o de cualquier nacionalidad. Mamá me ha dicho que soy un ignorante, que no es una misa sino un concierto con sopranos e instrumentos de orquesta, una autentica maravilla, y que además el gobernador le ha asignado a tía Machuca (y a todos sus familiares, es decir, a nosotros) la banca de la primera fila de la iglesia, así que a la brevedad posible debo ir a la Catedral porque han girado instrucciones a los guardias de la entrada para que me dejen pasar sin pagar un sólo centavo. Dudo. Mamá advierte mi duda y antes de colgar me dice que me quiere mucho y que por favor vaya y de preferencia que lo haga vestido decentemente.

En la entrada de la Catedral hay toda suerte de personalidades políticas. Una paz invade mi interior. Tengo la fuerte sospecha (o casi certeza) de que no me dejarán pasar. Incuso rezo para que eso ocurra. Decido marcharme pero uno de los custodios de la entrada es una señora (sospecho amiga de mamá) que me identifica y me jala del brazo y me dice que mi mamá me esperan en la primera fila. La gente poderosa me abre paso, incluso el gobernador, que no puede reprimir una mirada de sorpresa al verme allí y luego finge no haberme visto, mirada que usualmente suele dirigirme, mirada no diría yo que de odio ni mucho menos de rencor, pero sí de desprecio profundo luego de que leyera ciertos escritos míos donde me mofaba de su persona y de la ciudad que tanto ama y gobierna. 

En su interior, la Catedral está repleta de gente. Camino rumbo al altar. Una fina correa de terciopelo como las que separan a las obras de arte de los mirones que visitan los museos se interpone en mi camino. También una señorita con un walkie talkie. Le digo a la señorita que soy familiar de Machuca. La señorita del walkie talkie reprime una carcajada. Machuca y mamá, cual si fuesen una misma persona, voltean al mismo tiempo hacia donde estoy parado y le hacen una seña a la señorita para que me deje pasar. La señorita del walkie talkie abre la boca redonda y se disculpa con una ceremoniosa caravana como si yo fuese Molière entrando al palacio de Luis XIV.

Machuca me da un beso y un efusivo abrazo. Me presenta a su distinguido esposo y para mi sorpresa le dice que yo soy el famoso escritor del que ya le había hablado. Su esposo me da un caballeroso apretón de mano y me dice que es un placer conocerme, que ya había escuchado muchas cosas buenas de mí. Me sonrojo. Luego Machucha me presenta a su nieta Lorena, una adolescente encantadora y risueña, la viva imagen de su madre, que en paz descanse. Lorena está acompañada de mi hermana. Ambas son preciosas y por ello la gente me mira preguntándose qué diablos hace un tipo como yo codeándose con gente tan bonita y tan famosa. Lorena me dice que estoy muy alto. Me sonrojo de nuevo y me siento un tonto al quedarme callado por no saber qué responder a eso de que soy muy alto y por sentirme intimidado por una adolescente. Mamá me saluda y me dice que le da mucho gusto verme. Está espléndida. No deja de sonreír. Incluso parece una mujer famosa. Todos los presentes le hacen caravanas. Sospecho que mamá sería una mujer feliz si fuera famosa las 24 horas del día.

La felicidad de mamá se empaña al descubrir un hueco en mi pantalón. Sin borrar la sonrisa de los labios, mamá me dice en tono reprobatorio que es una vergüenza mi indumentaria. Le digo que el Reino de los Cielos es sólo para la gente pobre. Lorena ríe pícaramente. Mi hermana también. Los que no ríen en absoluto son los organizadores del evento que nerviosos hablan por sus walkie talkie. Al parecer han llegado otras personalidades a la Catedral y no hay lugar para ellas en la primera fila. Para evitarles problemas, decido pasarme a la segunda fila. Lorena y mi hermana, en un acto piadoso e insospechado, se solidarizan conmigo y me acompañan a la segunda fila. Machuca y mamá se escandalizan. Ambas, con miradas flamígeras les dicen (con los ojos) a sus chicas que regresen. Es demasiado tarde. Hernán Elba (aclamado escritor y periodista del periódico Reforma) y su esposa se han sentado en los lugares que recién abandonamos. Las cámaras de televisión apuntan a Hernán. El gobernador y sus allegados los abrazan como si fueran amigos de toda la vida. Hernán les sonríe y luego va donde Machuca y la abraza y la besa. Luego saluda y besa a mamá (me parece que la ha besado en los labios, lo cual me perturba). Mamá le dice en voz baja a Hernán que ella tiene un hijo que es un gran y famoso escritor como él. A Hernán no le podría importar menos esta confidencia, así que finge escucharla. Mamá me apunta con el dedo. Hernán hace como que voltea hacia donde estoy sentado pero en realidad pela los ojos y luego le susurra algo al oído a su esposa. "Otra vieja loca con un hijo desobligado", le dice (o eso creo escuchar).

La orquesta se ha demorado más de media hora en salir a escena. Para matar el tiempo advierto que alrededor del altar hay varias pinturas de acuarela hechas por niños discapacitados del Teletón. "Cállate, las pintó el hijo del maestro de la orquesta, que es un renombrado pintor africano", me dice mamá que ha ido un minuto a la segunda banca a decirle algo a mi hermana de que no debe dejar de sonreír. Me sonrojo, pero aún así me aventuro a decirle a mamá que las pinturas son horrendas. Mamá se horroriza y me dice que me calle, por el amor de Dios, que me va a escuchar tía Machuca que ya ha comprado un par cuadros. Al escuchar la cantidad desembolsada por tía Machuca, me arrepiento de no haberme dedicado a la pintura.

El concierto ha sido un éxito arrollador. Machuca y mamá lloraron tanto que tienen los ojos hinchados como unos sapos. Machuca me pregunta si me ha gustado el concierto. Le digo que sí, que me ha encantado. Machuca advierte que le estoy mintiendo. No es fácil mentirle a alguien que se dedica a la actuación. Por fortuna Machuca es distraída por el gobernador y sus allegados que quieren sacarse una foto con ella. Me tomo la libertad de confesarle a Lorena que si yo fuera su abuela ya me habría vuelto loco. Lorena ríe y descubro que es idéntica a su mamá en aquella famosa telenovela de los años ochentas que no me perdía por nada de este mundo y que me llenaba de una inmensa alegría cuando niño.

De la nada aparece un feligrés que le pregunta a Lorena si ella es la famosa Lorena, hija de la famosa difunta Lourdes y nieta de la famosa Machuca Hernández. Lorena le responde que no, que sólo se parece a la famosa Lorena, hija de la famosa difunta Lourdes y nieta de la famosa Machuca Hernández. El feligrés, por aquello de si serán melones o serán sandías, saca la cámara y le pide a Lorena que pose y sonría. Lorena ve de reojo que su abuela sigue rodeada de políticos (y ahora también de fotógrafos) y le dice al feligrés-paparazzi que la casa de Dios no es un lugar para tomar fotos. El feligrés-paparazzi se indigna y se marcha furioso. A pesar de no creer en Dios y en las formalidades que existen dentro de su casa, adoro a Lorena y le auguro un gran futuro lleno de felicidad fuera de la farándula. No así a mamá, que insospechadamente es retratada con una espléndida sonrisa por los fotógrafos de todos esos periódicos que se resisten a pagarme por mis escritos cuando le dicen: "hey, Machuca, por favor, sonríe a la cámara".

Me pregunto cuál será el encabezado de mañana en la sección de cultura.
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