El cerebro humano es como un hotel en temporada alta. Tras cada puerta habita toda suerte de huéspedes: el caballero, el arrogante, el emprendedor, el perezoso, el valiente, el cobarde, el dadivoso, el tacaño, el prócer, el corrupto, el buen samaritano, el asesino, el casto, el follador, el gentilhombre, el pirata, el liberal, el retrógrada, el demócrata, el dictador, el cosmopolita, el ermitaño, el creyente, el ateo, el inteligente, el estúpido, etcétera, cuestión de animarse a sacar la llave maestra del bolsillo y abrir la puerta de cada cuarto para conocerles.
Eso es lo que pienso del ser humano, humildemente. Así que, camino por los pasillos alfombrados de mi mente, saco la llave maestra de mi bolsillo y abro un par de puertas: de la primera puerta sale un anciano de abundante barba cana que dedica lo poco que le resta de vida al silencioso arte de la contemplación; de la segunda puerta sale un señor bajito, de fino bigote y bastante ceremonioso en sus ademanes que dice ganarse la vida dando discursos. Con la ayuda de estos dos personajes que me he tomado la molestia de conocer desde tiempo atrás, recito con elocuencia mis pensamientos en voz alta.
Dolores, que es una estudiante de letras, está recostada a mi lado en un sofá, me mira con un poco de admiración y otro poco como si se me hubiera zafado un tornillo. Ella dice:
-Pues mi hotel debe estar lleno de huéspedes buenos. Yo soy buena, todo gracias a mi papá que me inculcó desde niña buenos valores para hacer el bien y nunca herir los sentimientos de otras personas.
Detesto a las personas que se jactan de ser buenos. Para proclamarse bueno, hay que ser, o un mentiroso, o tener muy poco kilometraje recorrido en la vida. Sin embargo, sospecho, Dolores es buena, precisamente porque tiene a su favor la juventud. Ella es buena de dientes para afuera y buena de dientes para adentro. O al menos, así lo aparenta. Así que, mitad la envidio, mitad la deseo: envidio ser una buena persona como ella y al mismo tiempo deseo estrujarle sus buenas nalgas y su buen par de tetas.
-Mi hotel está infestado de inquilinos indeseables –le digo.
-Calla, bobo, tú también eres bueno –dice Dolores.
Intento sacarla de su error abriéndole la puerta a un huésped pichaloca que se hospeda en un cuarto que tiene espejos en el techo. Fracaso. Ella retira mis manos de sus nalgas. Me sonríe. No se enoja. Dolores cree fervientemente que soy una buena persona. Ignoro por qué. Quizás, arguyo que su juicio está sesgado por el hecho de que llevamos dos semanas de conocernos.
-Eres un buen tipo –dice Dolores-. Tu problema es que eres un caliente.
-No, no lo soy –miento.
-Sí, sí lo eres –dice ella.
-Bueno, sí, lo soy, pero todos los hombres lo son.
Dolores sonríe, me mira con ojos traviesos y me dice:
-No, no todos.
-Te juntarás con puros amigos impotentes -digo.
Dolores ahoga una risita y recuesta su cabeza en mi pecho. Tengo una poderosa erección. Para apagar el fuego que arde en mi entrepierna recurro a un truco muy efectivo: pienso en el primer perro callejero al que le saqué las tripas por el culo al atropellarlo en la carretera, y luego, en mi abuela desnuda (que en paz descanse), cagando en la bañero cuando gracias a su senilidad dejó la puerta del baño sin seguro.
La erección desaparece, sin embargo, Dolores mueve la cabeza y su larga, sedosa y brillante cabellera Pantene roza mi brazo. Mis repugnantes recuerdos se desvanecen y estoy tentado en abrir la puerta de una habitación que, sé, generaría desastrosas consecuencias.
-Mis amigos no son impotentes, bobis –dice Dolores-. Son sólo mis amigos, y mis amigos nunca andan queriendo tocarme.
-Por cobardes, ganas no les faltarán –digo y pienso en la puerta que por cobarde temo abrir.
-Calla, estás loquito.
-No, esa es la verdad –digo-. No existe amistad pura y bienintencionada entre hombres y mujeres.
Dolores retira su cabeza de mi pecho y me mira con sus ojazos bien abiertos. Ella dice:
-Eso es mentira.
-Es la verdad –me defiendo.
-¿Acaso yo no soy tu amiga? –pregunta Dolores con mirada de cachorrito huérfano.
Con la llave maestra en la mano, tengo dos opciones: abrir la puerta de la habitación del huésped que sé no debo dejar salir o abrirle la puerta al huésped con cara de sacerdote buen mozo que parece no romper un plato pero que está relamiéndose los labios en el umbral de la puerta esperando salir a decir una retahíla de mentiras.
-Lo eres, te acabo de conocer, pero ya eres mi mejor amiga –digo, abriendo la puerta del huésped número dos, mismo que me obliga a evitar reprimir el impulso de deslizar furtivamente mi mano debajo de la blusa de mi nueva mejor amiga.
-Espera, no puedo, tengo novio -dice Dolores sacando mi mano de su blusa.
Nos quedamos mirando a los ojos en silencio. Nadie dice nada.
Dolores vuelve a recostar su cabeza en mi pecho. Vuelvo a tener otra poderosa erección.
-Soy buena –dice Dolores.
-Estás buena –digo yo.
Para evitar abrir la puerta que tengo miedo abrir, le digo a Dolores que ser bueno es relativo. Le confieso que mi ex novia decía que su papá era el hombre más bueno del mundo, por eso les prestaba su BMW y Mercedes Benz último modelo a los criados de su casa. Naturalmente, le hice ver (aunque ella se negó a verlo) que su papá no era un hombre bueno, sino todo lo contrario, porque esos automóviles lujosos los compró a expensas de la confianza e ignorancia que el pueblo depositó en él al elegirlo senador.
-¿Y que pasó con tu ex? –pregunta Dolores.
-La enterré viva en el jardín de mamá –digo señalando el jardín.
Dolores se ríe.
-Pues yo sí soy una buena persona -dice.
-Lo dudo.
-¿Por qué lo dudas?
-No creo que a tu novio le haga mucha gracia que estés acostada en un sofá con un hombre que apenas conoces.
-Claro que te conozco, eres escritor, tienes un blog chistoso y los escritores chistosos son buenas personas.
-¿Segura? –pregunto.
Mi mano mete la llave maestra en la cerradura de esa puerta que por tanto tiempo he estado tentado en abrir.
-¿Segura que los escritores chistosos somos buenas personas?
Dolores me mira a los ojos y parece descubrir algo. Abre sus ojos enormes dejando al descubierto un hilo de terror, y justo y precisamente en ese hermoso y peligroso instante, es distraída por su celular que emite la canción Baila mi corazón de Belanova.
-Hola, chiquito hermoso –dice Dolores contestando su celular-. Aquí, con unas amigas en el café.
Mi mano se queda firme con la llave maestra metida en la cerradura de esa puerta que tanto deseo y temo abrir. Dolores me mira de reojo, ve que no le he quitado la mirada de encima.
-Bye, bye, bebito –dice Dolores dándole dos besos al celular-. Te amo.
Dolores guardar el celular en su bolso. Vuelve a clavar sus ojos en los míos y me pregunta:
-¿Me vas a coger o vas a seguir mirándome con esa cara de depravado sexual asesino?
Retiro la llave maestra de la cerradura y le agarró las tetas y el culo a Dolores, que esta vez, no opone resistencia.