En una de las mesas del Café Las Puertas me encuentro sentado (y arrepentido de haber asistido a la cita) delante de un ex alumno y de su hermano. El hermano de mi ex alumno ha puesto sobre la mesa una bolsita plateada como las bolsitas plateadas de shampoo que regalan de muestra en las revistas de cotilleo. "Esto nos va a hacer ricos", dice muy sonriente. "Millonarios", agrega más sonriente todavía. "¿Ese shampoo?", pregunto. "No es un shampoo", dice el hermano de mi ex alumno. "Oh, perdona", digo a manera de disculpa y me ruborizo. "Mira, no está tan malo", dice y abre la bolsita plateada que evidentemente no es shampoo porque vierte sobre su lengua un líquido de consistencia espesa y de color verde fosforescente como shampoo. "¿Seguro que no es un shampoo?", pregunto. "Seguro", dice el hermano de mi ex mi alumno y exprime sobre su lengua hasta la última gota del empaque metalizado. "Oh", exclamo, y es lo único que se me ocurre decir al ver la mueca que dibuja el hermano de mi ex alumno en su rostro; sin duda, la cara de alguien que acaba de beber shampoo. "Mmmm, está buenísimo", dice el hermano de mi ex alumno. "Prueba uno", dice. "No", digo alarmado. "Gracias, estoy a dieta", digo. "Tú te lo pierdes", dice el hermano de mi ex alumno. "Esto es una maravilla, cura todo", dice y se relame los labios con la lengua verde fosforescente como un iguano radioactivo. "¿Y qué cura?", pregunto emocionado. "Todo", responde el hermano de mi ex alumno. "¿Todo?", vuelvo a preguntar aun más emocionado. "Sí, todo", vuelve a responder el hermano de mi ex alumno. "Todos los días se le doy a tomar a mi mamá. Te digo que es una maravilla", dice. "Aquí no dice que cure nada", digo mirando el sobrecito metálico. "Ni siquiera dice con qué ingredientes está hecho", digo. "Eso es porque los ingredientes son secretos", dice el hermano de mi ex alumno. "En la caja vienen especificados cada uno de ellos", dice. "Oh, ya, y supongo que esto está avalado por algún laboratorio médico", digo. "Si no, no se lo darías a tomar a tu mamá, ¿verdad?", digo. "Pues no, porque no es medicina", dice el hermano de mi ex alumno. "Son vitaminas", dice. "¡Oh!", exclamo, y no se me ocurre decir nada, así que me quedo callado. "Te digo que esto es una maravilla", dice el hermano de mi ex alumno. "Te hace sentirte mejor, más fuerte, con mayor vitalidad y energía para afrontar tu día", dice. "Pensé que habías dicho que era un producto medicinal", digo. "Y lo es", dice el hermano de mi ex alumno. "¿Y qué cura?", pregunto. "Ya te dije, cura todo", responde hermano de mi ex alumno. "¿Cura el cáncer?", pregunto. "No", responde el hermano de mi ex alumno. "¿Y el SIDA?", pregunto. "Tampoco", responde el hermano de mi ex alumno. "A decir verdad, no cura todo, pero cura muchas cosas", agrega. "¿Como qué?", pregunto. "El catarro", responde el hermano de mi ex alumno. "Oh, no me digas", digo. "Te lo juro, una maravilla", dice el hermano de mi ex alumno. "Desde que lo tomo jamás me he enfermado de catarro", dice. "Yo tampoco me enfermo de catarro", miento. "Todos los días tomo Cevalin", vuelvo a mentir. "El Cevalin no es tan práctico como esto", dice el hermano de mi ex alumno. "Una capsula es lo más práctico que existe", digo. "No lo creo. Mira este empaque qué bonito y qué moderno, una maravilla", dice el hermano de mi ex alumno. "Lo puedes llevar contigo a todos lados. Esta súper cool. Además viene en otros sabores", dice. "¿Y los otros sabores qué enfermedades curan?", pregunto. "Lo mismo. Curan todo", dice el hermano de mi ex alumno. "Te lo juro", dice y se besa los dedos de la mano en forma de cruz. "Si los otros sabores curan todo, no encuentro el sentido de que existan otros sabores", digo. "A la gente le gusta tener muchos sabores, es más divertido", dice el hermano de mi ex alumno. "¿Y que sabores hay?", pregunto. "Sabor anaranjado fosforescente, sabor amarillo fosforescente, sabor…", responde el hermano de mi ex alumno y lo interrumpo diciéndole que esos no son sabores, sino colores. "Da lo mismo, la gente ama esos sabores", dice el hermano de mi ex alumno. "Me imagino", digo. "No te lo imagines, en el coche tengo diez cajas, tienes que probarlos todos", dice el hermano de mi ex alumno. "No gracias, te digo que estoy a dieta", miento. "Mejor aun, este producto es una maravilla, te digo, cura todo, hasta te hace bajar de peso", dice el hermano de mi ex alumno. "Tal vez al rato me anime", miento de nuevo. "Perfecto, entonces, ¿le entras al negocio?", pregunta el hermano de mi ex alumno. "¿Qué negocio?", pregunto sorprendido. "El que te acabo de proponer", dice el hermano de mi ex alumno. "No me has propuesto nada", digo y mido mentalmente la distancia que me separa de la puerta de salida para salir huyendo. "Claro que sí, vender este maravilloso producto", dice el hermano de mi ex alumno sonriendo. "No creo ser el indicado, soy malísimo vendiendo cosas", digo justificándome. "Pero eres escritor", dice el hermano de mi ex alumno. "¿Y eso que tiene que ver?", pregunto. "Que mucha gente te lee", dice el hermano de mi ex alumno, evidentemente intentando adularme. "Nadie me lee", digo. "Perfecto", dice el hermano de mi ex alumno. "Entonces esto te puede ayudar para tener ingresos extras", dice. "Te digo que no soy bueno vendiendo cosas", digo volviendo a justificarme. "Tranquilo, esto es lo mejor de este fantástico negocio", dice el hermano de mi ex alumno. "Este producto no lo tienes que vender de puerta en puerta, es para tu consumo personal", dice. "Ni por todo el oro del mundo me meto ese shampoo a la boca", digo. "Te digo que no es shampoo", dice el hermano de mi ex alumno. "Además si no te gusta su sabor puedes regalar los sobrecitos a tus familiares o a tus amigos", dice. "En ese caso, mejor se los vendo", digo. "Imposible", dice el hermano de mi ex alumno. "¿Por qué?", pregunto. "Por que no están a la venta", responde el hermano de mi ex alumno. "¿Y por qué no?", pregunto. "Por que ahí es donde está el negocio", dice el hermano de mi ex alumno. "Entonces no entiendo cuál es el negocio", digo confundido. Y el hermano de mi ex alumno saca una pluma y agarra una servilleta del servilletero y me explica el proceso de ventas mediante un diagrama con bolitas y líneas que rápidamente va adquiriendo la forma de una enorme y bonita pirámide egipcia, donde el truco para volverse millonario está en llamar por teléfono a todos tus conocidos y familiares y decirles que depositen inicialmente dos mil pesos al mes en la cuenta bancaria de la empresa que vende shampoo comestible a cambio de dos cajas de shampoo comestible que única y exclusivamente serán para tu consumo personal.
"¿Y yo que gano?", pregunto. "Un porcentaje de las ventas de tus amigos", dice el hermano de mi ex alumno. "Como en las pirámides", digo. "De ninguna manera, aquí no estamos estafando a nadie", dice el hermano de mi ex alumno con el ceño fruncido. "Esto se llama negocio multinivel", dice ablandando sus facciones. Miro nuevamente la servilleta y a mí me parece una pirámide. "A mí me parece una pirámide", digo. "Te digo que no, mira", dice el hermano de mi ex alumno mostrándome una pirámide dibujada en la servilleta. "En este negocio solo te pagan a tu pierna más débil", dice. "¿Y por qué no a la pierna más fuerte?", pregunto en un impulso de autodefensa sin tener la menor idea de qué diablos significa eso de la pierna más débil. "Ah, pues muy sencillo, deja te explico con calma", dice el hermano de mi ex alumno y durante tres horas y tres docenas de servilletas donde escarabutea diversos tamaños de pirámides intenta explicarme eso del negocio multinivel y de las piernas débiles y de las piernas fuertes que vamos adquiriendo conforme nos volvemos mejores vendedores, e incluso los niveles que podemos ir escalando, porque como aclaró e hizo énfasis en un principio, no se trata de una pirámide, pues los de abajo pueden ganar más dinero que los que arriba, siempre y cuando uno sea muy ducho en eso de convencer a muchos amigos y familiares para que depositen muchos miles de pesos en la cuenta bancaria del señor que fundó la empresa (que misteriosamente está en la punta más alta de la pirámide) a cambio de bolsitas plateadas que contienen un líquido espeso y fosforescente que no cura ninguna enfermedad y tampoco sirve para lavarte el cabello y que tampoco puedes vender en la calle para recuperar tu inversión.
"¿Conoces el cuento del nuevo traje del emperador?", le pregunto al hermano de mi ex alumno. "¿El de un sastre que le vende un traje invisible al emperador?", me pregunta mi ex alumno que durante toda la junta permaneció en silencio. "Ese mero", respondo y antes de que pudiera aclararle a mi ex pupilo que el sastre en realidad no le vendió un traje invisible al emperador, sino que en realidad el traje nunca existió, mi celular suena y tengo que levantarme de la mesa a contestar porque es la llamada de una ex novia con la cual no hablaba desde hace años porque dijo que me odiaba y que nunca más me dirigiría la palabra en su vida. "Bueno", digo fingiendo emoción porque en el fondo la sigo amando. "Ni te emociones, querido, te hablo de manera estrictamente profesional", me dice mi ex novia. "Te tengo un negocio que te convertirá millonario para ver si ahora sí dejas esa loca idea de volverte millonario escribiendo", me dice muy seria. Horrorizado volteo y observo como la mesa de mis socios que está al fondo del café es invadida por mi ex alumno y su hermano, ambos armados con plumas y servilletas donde empiezan a dibujar unas pirámides bien bonitas.