Para los dos o tres insurrectos que aún gozan de paciencia para seguir esta columna, evito, y lo saben bien, tocar temas deportivos. Así que, para ustedes, una disculpa. No les mentiré: este escrito de principio a fin habla del deporte de las patadas y los escupitajos.
Hoy es la final de la Eurocopa: buenas noticias para los que odian el fútbol y se verán librados (¡finalmente!) del tormento de encender el televisor (sea la hora que sea) y toparte en pantalla con hombres en pantaloncillos cortos, ya sea rascándose la entrepierna, sacándose los mocos de las fosas nasales como torpedos y/o escupiendo sobre el césped cual camellos con un grave problema de reflujo salival; también, buenas noticias para los que gustan ver Fútbol (así, con mayúscula, no se espanten), porque independientemente del resultado entre los equipos finalistas, en términos generales podemos afirmar que estas últimas tres semanas hemos estado en presencia (gracias, Europa) de un espectáculo a la premier monde.
Al fútbol, si se le ve bien (o sea, por cualquier ángulo que se le vea), es el vivo reflejo de la organización y maneras de comportarse de una nación, o mejor dicho, de un grupo de naciones; en este caso, Europa y Latinoamérica. Si uno presencia un partido de fútbol latinoamericano pareciera que juegan bajo otro tipo de reglamento; incluso hasta el aficionado más experimentado llega a preguntarse al ver el partido entre Santos y Cruz Azul si se trata del mismo deporte que juegan Chelsea y Manchester United, porque en México, al igual que en el resto del continente, pareciera que los jugadores serán amonestados por el árbitro si se atreven a rebasar cierto límite de velocidad al correr, o bien, que serán expulsados si cada que los roza un rival no salen catapultados por los aires como si hubiesen pisado una mina terrestre, para luego gesticular, retorcerse y gritar en el césped como si los 7 demonios que se le metieron a Rosemary los tuviesen ellos dentro. Ah, y luego tienen que mentarle la madre al árbitro en cuatro diferentes lenguas autóctonas por no haber marcado la criminal falta.
A continuación presentaré unos ejemplos entre los dos continentes que bien son el reflejo de una y otra sociedad:
En Europa los estadios parecen naves espaciales, y sus palcos hoteles de cinco estrellas. En Latinoamérica los estadios parecen ruinas prehispánicas, y sus palcos (si es que los tienen) cuartitos como los cubículos de maestros de escuela pública.
En Europa tienen una liga de campeones que se llama Liga de Campeones, y haciendo honor a su nombre, participan los campeones y subcampeones de todos los países del continente. En Latinoamérica también tenemos una liga de campeones, excepto que los equipos participantes son los que batallan por el descenso, o dicho en castellano, participan los equipos que fueron campeones hace un lustro y que ahora son los últimos lugares en sus respectivas ligas. Otro dato curioso es que el nombre del torneo era Copa Libertadores de América, ahora no, ahora tiene el nombre de un banco español, y antes tuvo el nombre de una marca de automóviles japonés, y tengo la ligera sospecha que dentro de un par de años su nuevo nombre será Liga Facebook Santander Toyota y Helados la Brocha Loca Libertadores de América S.A. de C.V.
En Europa los dueños de los clubes son concientes que los espectadores son seres humanos, por eso en sus estadios existen las butacas, mismas que están numeradas. En Latinoamérica los dueños de los clubes son concientes que los espectadores son animales salvajes, por eso las gradas son hileras de concreto y el campo esta cercado por rejas con púas como los zoológicos del tercer mundo. Desafortunadamente el campo es tan grande que no lo pueden cercar con una cúpula de hierro como la que salía en la película de Mad Max, y siempre hay jugadores descalabrados por algún proyectil punzocortante arrojado desde las tribunas.
En Europa existe un Presidente por cada club, que es elegido democráticamente mediante elecciones por un consejo de expertos, socios y/o accionistas. En Latinoamérica el dueño es un señor de vientre tan amplio como su cuenta bancaria pero de estrecho conocimiento en todo lo relacionado en materia futbolística, por eso, él mismo se autoproclama Presidente y Vicepresidente del club como ciertos dictadores de ciertos países del continente.
En Europa los torneos están perfectamente calendarizados. En Latinoamérica también, por eso hay fines de semana en que un mismo equipo tiene que jugar dos partidos a la misma hora pero en diferente ciudad o país.
En Europa existen casos de corrupción, o sea, partidos arreglados por casas de apuestas. En Latinoamérica están prohibidas las casas de apuestas, no hacen falta, una misma persona pueda ser dueño de dos, tres, cuatro o el número de equipos que quiera y le alcance para mantener dentro de una misma liga.
En Europa, cuando sus mejores jugadores se vuelven viejos y ya no pueden competir al más alto nivel, son vendidos a los equipos adinerados de Latinoamérica. En Latinoamérica los jugadores más talentosos y que juegan más bonito se van a Europa porque les pagan más plata.
Un día fui a entrenar con un equipo profesional. "¿Estás loco, muchacho? Tranquilo, es solo un entrenamiento", me regañaron los jugadores e incluido también el entrenador. Nunca entrené en Europa, pero sospecho que de haberlo hecho, el entrenador y los jugadores también me hubieran regañado: "Oye, tú, no seas marica, si quieres jugar aquí mete más fuerte la pierna."
Acaba de comenzar la final, con su permiso, me voy a ver Fútbol con mayúscula.