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OPINION
La Jornada
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Los dramas también son cómicos
"La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven." - Oscar Wilde
POR RODRIGO SOLÍS
ACTUALIZADO 13 DE MAYO DE 2008

Como aun sigo nostálgico por la inminente demolición de los únicos cines que existen en la ciudad donde vivo, hoy les voy a hablar de cine. De una película que desde luego, nunca pasaron en los cines de la ciudad. La película se llama The Savages y, además de haber sido una de las películas más aclamadas del año pasado, fue la película que más tardé en conseguir en el gratuito ciberespacio, pero ¿saben una cosa?, valió la pena la espera. Tal vez a muchos esta comedia dramática les resultará deprimente (no debería, pero ya ven con qué facilidad se deprime a veces la gente), sin embargo, en lo que mí respecta, es una película fascinante. The Savages es una cinta sutilmente divertida, reflexiva y magníficamente escrita.

En lo personal, les repito, me pareció una película inolvidable, y quizás sea porque combina tantos ingredientes que me gustan y con los cuales, admito, me identifico.

1) Protagonistas: Wendy Savage (Laura Linney) y Jon Savage (Philip Seymour Hoffman) son un par de escritores que durante años han intentado que les otorguen la beca Guggenheim, siempre sin éxito.

2) Trama: Wendy y Jon reciben la noticia de que la novia de su padre ha fallecido, así que para su mala fortuna de ahora en adelante tendrán que hacerse cargo del viejo. De inmediato surgen dos enormes problemas: el primero es que los tres integrantes de la familia Savage viven en ciudades diferentes; el segundo (y más complejo) es que el padre está cada día más deschavetado. Los hermanos Savage llegan a la conclusión de que no pueden hacerse cargo de su papá. Por un lado Jon es doctor en filosofía y entre sus clases en la universidad, el libro que está terminando de escribir, y tomar la decisión de si debe casarse con su novia rusa para que no la deporten del país no le queda tiempo para hacerse cargo de un anciano senil; el mismo caso es el de su hermana, la cual entre su desempleo, el terminar una obra de teatro que lleva años escribiendo, y tomar la decisión de si debe ser una mujer de mediana edad soltera o conformarse con ser la amante de un hombre de mediana edad que le mete el cuerno a su esposa, dispone de poco tiempo para otra cosa. Siendo así de terrible el mundo, deciden que la solución más factible es internarlo en un asilo de ancianos.

Les dije que era un drama. Y para evitar revelarles más de la película, mejor los dejo con dos breves historias familiares, pues cuan largo fue el filme no pude evitar recordar el tiempo en que mis abuelos enloquecieron y mamá tomó la valerosa decisión de llevarlos a vivir a casa. Decisión que, como era de esperarse, desencadenó un sinfín de dramas, que nada más fue posible afrontar encontrándoles el lado amable o gracioso.

Primera historia. Mi abuela, que sus últimos meses de vida los pasó postrada en una silla de ruedas, en un atisbo de lucidez su mirada muerta cobró vida: "Hijita linda, acércate un poquito", le dijo con voz cándida a mamá moviendo el dedo índice en señal de que se aproximara. "¿Qué quieres, mami?", preguntó mamá. "Ven, acércate un poquito más, bonita", dijo mi abuela sin dejar de mover el dedo. Mamá se acercó hasta quedar a un palmo de distancia del rostro de su madre, y mi abuela, dibujando una sonrisa en los labios de tener a su hija justo donde la quería, le reventó (en cámara lenta) una cacheta en la cara. "Has sido muy mala", le dijo mi abuela. Mamá sonrió y le estampó un enorme beso en la frente. "Claro mami, yo también te quiero", le dijo.

Segunda historia. Elegí esta historia como bien pude elegir otra cualquiera, como cuando mi abuelo gritaba en mitad de las noches como un desquiciado porque sus familiares (todos muertos) se lo querían llevar, o cuando ayudándole a orinar decidió que era un buen momento para sacar su enorme y horrendo pene de la boquilla de un recipiente donde orinaba y descargar un chorro potentísimo y caliente sobre mi brazo, o cuando… en fin, hay muchas. Pero una que guardo gratamente en la memoria es cuando mi abuelo (que por cierto me despreciaba profundamente, incluso antes de volverse loco), me dijo: "Flaco, ven acá". "¿Qué pasó, Abu?", le pregunté. Y el anciano se me quedó viendo con mirada penetrante y me dijo: "Chinga a tu puta madre". "Jesús, María y José. ¿Por qué le dices esas cosas a tu nietecito?", le preguntó horrorizada Nelia, la muchacha de la casa. "¿Qué? Lo estoy agasajando", respondió con una esplendida sonrisa en los labios mi abuelo. Lo miré, y creo que fue la tercera vez que lo vi sonreír en su vida. Las otras dos fueron cuando yo era un niño y nos metíamos juntos por las tardes al tempestuoso mar de Progreso, y sobre sus hombros saltaba dando cabriolas como un renacuajo.

Les digo, los dramas también son cómicos.

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