Matilda me ha propuesto ir a un motel. Pocas mujeres son tan aguerridas como Matilda. Por lo general, con otras mujeres, para llegar a donde quiere llegar Matilda tengo que recurrir a toda suerte de indirectas para terminar tristemente en un callejón oscuro e intransitado y con la preocupación latente de que un vagabundo me asalte mientras toqueteo a la chica en turno.
Naturalmente le he dicho a Matilda que sí. Que vayamos al motel. El problema es que la mayoría de los moteles están a las afueras de la ciudad y en las afueras de la ciudad hay retenes policíacos antinarcoterroristas las 24 horas del día revisando a todas las personas que salen y entran a la ciudad. Así que de inmediato me aborda la imagen de mi amiga casada y de su amante que fueron detenidos y obligados a salir de su vehiculo para una minuciosa revisión de rutina mientras una hilera de automóviles a sus espaldas se deleitaban con la bonita escena. Por fortuna ni Matilda ni yo tenemos pareja, así que en teoría podemos hacer lo que nos plazca sin remordimiento ni temor a los miramientos reprobatorios de la gente. Sin embargo, como hemos bebido algunas cervezas en el malecón sospecho que los oficiales estarán encantados de la vida de quitarnos hasta el último peso que llevamos encima para dejarnos ir libres y alcoholizados.
Como no todos los días una chica hermosa me pide que la lleve a un motel, le digo a Matilda que conozco un camino para salir de la ciudad evadiendo los retenes. No es que yo sea un aficionado a los moteles. Mis amigos, todos ellos católicos, acaudalados y amorosos novios, en cada reunión cuentan con lujo de detalle sus travesuras con chicas de dudosa moral (la mayoría, amigas de sus novias). Así que, con el tiempo, me he hecho un mapa mental de la ruta de sus correrías. Media hora después estamos en la carretera rumbo a Champotón. No hay señales de moteles, ni de civilización alguna. Mi amiga me dice que cree que nos hemos perdido. Este es un acto piadoso y de una consideración enorme en una mujer, pues Matilda no me ha dejado cargar solo con mi torpeza. "Nos hemos perdido", repite en plural. La besaría pero estoy más preocupado en mirar el tablero del coche que indica que estamos apunto de quedarnos sin gasolina.
Matilda, para reconfortarme, dice que el destino no quiso que nos acostáramos. En parte eso es bueno porque siendo ella Libra y yo Acuario hubiéramos causado un desastroso agujero negro en el universo zodiacal. Le digo que no tengo idea de qué diablos me está hablando y ella me dice que mejor la lleve a su casa. Que ya será para la próxima. Maldigo mi suerte acuariana y para mis adentros pienso que no tengo que consultar a Walter Mercado para saber que no habrá una próxima vez en el que el Universo conspire alienando los planetas y colocando el suficiente alcohol en las venas de Matilda para que vuelva a pedirme que la lleve a un motel. Frustrado, tomo una desviación y aparezco de nuevo en la ciudad. "Mira, ahí hay un motel", dice Matilda. Al parecer está escrito que el Universo sufra un colapso zodiacal.
"¿Qué te pasa?", pregunta Matilda. Le confieso que nunca antes había estado en un motel. No me cree. Le digo que es verdad. Que jamás había llevado a una chica a un motel porque estoy seguro que en todos los moteles hay cámaras ocultas en los cuadros y en los focos y en las lámparas y luego los dueños venden los videos de sexo aficionado a empresarios filipinos. Matilda me tranquiliza diciéndome que duda que haya cámaras en este motel. Luego me pide que por favor mate a una enorme y repugnante mariposa negra que está pegada en la pared. Le digo que no puedo, que me dan mucho miedo y asco los insectos. Matilda se quita la blusa. "Voy a apagar la luz", digo. "¿Por qué?", pregunta ella. Le respondo que para mantener secreta nuestra identidad cuando suban el video al Porntube. Matilda me besa. "Me fascina que seas tan gay", me dice. "¿Por qué crees que soy gay?", le pregunto sorprendido. "No sé, tu ídolo es Bayly, intentas patéticamente escribir como Bayly y eres un chismoso como Bayly", me explica. "Bayly es bisexual", la saco de su error. "¿Entonces eres bisexual?", me pregunta dibujando una sonrisa esperanzadora. "La verdad es que no, ya quisiera", respondo y luego me hago al chistoso robando esa frase de Woody Allen que dice que le gustaría ser bisexual para que las probabilidades de llegar solo a casa los sábados en la noche no fueran tan altas. "Eso no es gracioso", dice ella. "Lo sé", respondo.
Matilda me vuelve a besar. Matilda me quita la camisa. Yo intento quitarle el brassiere a Matilda, pero no puedo. Fracaso. "¿Seguro que no eres gay?", me pregunta. "Seguro", respondo. "En ese caso, mejor vámonos", dice. "¿Por qué?", pregunto confundido. "Perdona, es que mi fantasía era acostarme con un gay", me dice y sale de un brinco fuera de la cama. "¿Has visto mi blog?, es de color rosa", digo. "Eres patético", dice Matilda y se marcha de la habitación.