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Mérida, Yucatán. 30 de diciembre. Año 2007. 3:30 a.m.
Prolongación del Paseo de Montejo.
Honda Accord. Placas YXG2322.
Pierde el control.
2
2 muertos.
Testigos del accidente aseguran que el conductor iba a exceso de velocidad y en estado de ebriedad.
Patrulla de Seguridad Pública ayuda a escapar al conductor.
Conductor evade estudios toxicológicos.
Reactivos agotados para marihuana y cocaína.
Conductor queda en libertad.
3
Éste es tu brazo.
Ésta es tu pierna.
Éste es tu cuerpo.
Éste también.
4
No vales nada. Si no fuera por ojos indiscretos, eso es lo que valdrías: nada. Ni un centavo. Con gusto te empujaría a un costado de la calle y dejaría que los perros te comieran la carne y los gusanos las vísceras. Las moscas beberían tu sangre y nadie te extrañaría después de un tiempo.
5
Ahora estás indignado, lo entiendo. Aúllas como un perro aúlla en medio de la noche cuando tiene rabia. Tus ojos inyectados de sangre crecen y explota en tu interior una impotencia tan grande que lo único que puedes hacer es seguir mirando el monitor donde aparece el cuerpo descuartizado de una mujer que hasta hace unos segundos no existía. Pero ahora, existe. Tiene nombre, apellidos y está muerta. Muerta sobre el asfalto, al igual que su hermano muerto.
6
No intentes conmoverte. No sientes nada. Absolutamente nada. Nunca has sentido nada, y ahora menos. Ni aún con tu imaginación tan grande y poderosa con la que crees poder imaginarme arrogante y poderoso detrás del volante. Con la cabellera engominada. Dueño del mundo y con la mirada nublada por los excesos de la noche. Con la música a todo volumen y con el pie pegado al fondo del pedal del acelerador. Crees poder ver un brazo, una pierna volar por los aires. La sangre salpicar contra el pavimento y el panorámico del coche. Crees poder observarme. Impune. Intocable. Sin un cabello fuera de su lugar. Mirando la escena sin el menor remordimiento. Sin dolor. Sin lástima. Sin mirar atrás. Con la conciencia tranquila y segura de que no fue mi culpa. Estas cosas pasan. Pasan todos los días. Vételo sabiendo, accidentes que a cualquiera (como yo) le pueden pasar.
7
Tú no eres nadie. Eres más insignificante que un grano de arena en la inmensidad del desierto. Por eso ardes en fiebre de coraje. Porque esa pierna, ese brazo, ese rostro muerto y transfigurado serán los tuyos un día. Dame tiempo y lo verás. Por eso, más que rabia sientes miedo. El día que el destino nos cruce por el mismo camino lo verás. Te haré polvo como a una hoja seca. Nadie escuchará tus lamentos. Tus gritos.
8
¿Crees que le importas a alguien? No le importas a nadie. A nadie le importa tu futuro y tu presente. Y lo sabes. Por eso tus días de cólera menguarán. Mañana serás el mismo insecto repugnante e insignificante. Saldrás a la calle a vivir tu misma patética y miserable vida de siempre. Iras al cine, tomarás un refresco dulce y burbujeante y te arrullarás con la oscuridad. Conversarás con tus amigos (si es que los tienes) de temas intrascendentes como tu existencia misma y lentamente te irás consumiendo en medio del tedio y el hastío. Prenderás la televisión y verás los mismos programas de siempre. Una y otra vez. Saldrás a la calle y comprarás los productos que te dijeron que compres. Irás al trabajo y harás el trabajo que te dijeron que hagas. Llegarás a casa y dormirás. Y así, uno tras otro serán tus días. Día tras día. Y un día, una mañana radiante y pletórica, me verás al rostro, y no tendré este rostro, seré otro, con otra carne y otra piel, otros ojos y otra boca, y sin que puedas decir nada, cegaré tu vida. Y si alguien se indigna, le pondremos precio a su indignación. Y lo pagaremos. 150 mil 416 pesos. Porque eso es lo que vale la conciencia de la gente. La conciencia de la sociedad. Tú, en cambio, no vales nada.
9
Niega que no nos parecemos. En esencia somos iguales. Todos olvidamos.
10
Me llamo Luis Omar Saidén Quiroz. Y soy inocente.