El mundo necesita un libro verde, el de la naturaleza, como primer manuscrito para tomar aliento. Es cosa seria lo de una energía sostenible, competitiva y segura. Por desgracia, aún no hemos pasado de las primeras páginas, del prólogo de las buenas intenciones. La Unión Europea bien podría ser puntera y pasar de los fundamentos a los hechos, capitaneando de esta manera la lucha contra el cambio climático. Las centrales nucleares producen actualmente alrededor de un tercio de la electricidad y un 15 % de la energía consumida en la Europa comunitaria. Todavía andan en pañales las fuentes de energía renovables y, en algunos Estados, considerando el futuro de la energía nuclear, cuando los riesgos derivados de las radiaciones ionizantes tampoco son ninguna broma. A mi me parece que aminorar los riesgos para la salud pública no es baladí. En España, por ejemplo, el gobierno actual en su programa electoral 2008, mantenía “el compromiso de sustitución gradual de la energía nuclear por energías seguras, limpias y menos costosas, advirtiendo que cerraría las centrales nucleares de forma ordenada en el tiempo al final de su vida útil, dando prioridad a la garantía de seguridad y con el máximo consenso social, potenciando el ahorro y la eficiencia energética y las energías renovables, la generación distribuida y las redes de transporte y distribución local”. En cualquier caso, la producción de energía eléctrica nuclear en España el año pasado representó el 18,4 % del total de la producción del sistema eléctrico nacional. Ello nos sitúa en el decimoctavo lugar en el mundo y, a mi juicio, lejos de esa otra coherente energía alternativa con la que tanto se nos llena la boca y poco más.
Asimismo, el mundo necesita un libro blanco, el de la paz, como camino transitable de libre circulación de personas. La trata de seres humanos, cualquiera que sea su motivo (explotación sexual o laboral), se sigue produciendo. La violencia, el turismo sexual y la pornografía infantil nos desbordan. No basta con hablar de paz, uno debe propiciarla como cultivo propio y los Estados deben salvaguardar esa cultura y ponerla a buen recaudo. Hay que avivar la vanguardia de una Europa desnuda de armas, vestida de solidaridad y justicia, que busca y rebusca la mediación diplomática y el diálogo como forma de vida. Para el gobierno español, trabajar por la paz – según el programa electoral 2008- “significa impulsar los compromisos y políticas existentes sobre reducción de la pobreza y desarrollo humano y la promoción de las actividades relacionadas con la prevención de los conflictos, la construcción de la paz y el apoyo a la no-violencia. Significa reforzar el control de armamento y la regulación del tráfico de armas”. La realidad es bien distinta. La pobreza en España, en lugar de disminuir se acrecienta. Hay que defender el empleo para salir de la marginalidad. Conviene recordar que la crisis surge más allá del resultado de un engranaje financiero que se paraliza, también motiva la detención la falta de valores éticos que oxida la cremallera de la marcha. El trabajo, como derecho y deber, no se le puede negar a nadie, además de que tiene valor y valía social porque es producido por un ser humano, cuya capacidad creativa es puesta al servicio del bien general.
Y, efectivamente, no hay un libro blanco sin un libro negro, el de la discriminación racial. Los gitanos son unas de las crecidas minorías étnicas que habitan en Europa. Corren el riesgo de sufrir la pobreza y el desempleo mayor. Los sondeos de opinión realizados en el ámbito europeo y nacional demuestran que muchos ciudadanos de Europa poseen una visión negativa acerca de este colectivo, normalmente debido a estereotipos y prejuicios. Se han sembrado demasiadas doctrinas de superioridad y así, bajo este panorama de despropósitos, resulta complicado que germine una verdadera integración en una Europa que se llama de la ciudadanía y que sueña con estar socialmente cohesionada. De ahí la importancia de una vasta obra de planes educativos en todo el mundo que exalten la dignidad de la persona y tutele sus derechos fundamentales. La discriminación religiosa, cultural, histórica o geográfica, pandemia que también hoy atraviesa al mundo, contribuye a que enferme la paz cuando no la mata. A pesar del aluvión de maldiciones contra el racismo, la xenofobia y otras formas de intolerancia, ningún rincón del mundo está exento de experiencias de discriminación racial. El mundo, que ya debiera haber alcanzado su madurez por sus milenios a la espalda, debe evitar interpretaciones relativistas de los derechos humanos o glosas según intereses partidistas.
Son tres libros que también se reducen a uno, al libro de la luz; no en vano la visión, a mi modo de ver, es un sentido habilidoso de interpretación del sol. Como dijo el célebre poeta Warren, “en el fondo, un poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver. Y lo que vemos es la vida”. Mi propuesta es que sea una vida mejor valorada por parte de todos, en la que el ser humano viviente pueda sentirse libre para vivirla, lo que exige una sociedad más justa y equitativa que la actual, capaz de dignificar a la persona como centro de todas las cosas. Treinta y dos años han pasado en España desde las primeras elecciones democráticas y todavía no hemos iniciado la gran revolución que nos encamine al total cumplimiento, en favor de toda la ciudadanía, de los derechos y deberes fundamentales; en parte porque se ha desvirtuado el credo de los políticos, obviando el diálogo consensuado y aviniéndose a la charlatanería sectaria, entre los suyos; en vez de entre los más, preferible. Sin duda, con la plática integradora se cimienta una sociedad mejor y verdaderamente democrática. La luz del pueblo es voz del cielo.
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