Estudiaba el quinto grado, cuando a media mañana por la ventana del aula, observé a la gente correr y oí a los ecos de los fusiles resonar sus delirios de libertad. En la reacción al miedo de tal estruendo, todos nos tiramos al suelo acorazando nuestras vidas debajo de los pupitres. Las balas no cesaban en sus silbidos de muerte y en nosotros quedaban grabados para siempre los sonidos de la revolución. Era el verano de 1980.
En unos momentos, el colegio había sido tomado, las pancartas y banderas rojas con letras negras ondeaban en los muros y los combatientes enmascarados que habían tomado momentáneamente la ciudad, nos reunían, para darnos un mensaje que no entendíamos. Antes de ese día, solo había visto a similares sujetos por la televisión y sus cadáveres en las calles de San Salvador, más al verlos de esta manera operativa me dieron escalofríos.
Un par de años más tarde, al salir al almuerzo, me senté bajo unos árboles en la cancha mayor de fútbol y escuché en los altos parlantes de la Universidad Nacional, frente al colegio, un canto que me cambió para siempre, porque era diferente a los acostumbrados cantos de Guaraguao. Era una protesta diferente, era más profunda, porque incluía en su lírica un ruego a Dios, lo que coincidía con mi formación católica salesiana de entonces.
La protesta provenía de una musa revolucionaria de América, “La Negra”, Doña Mercedes Sosa, pidiéndole a Dios que el dolor, lo injusto y la guerra no nos sean indiferentes. Que la muerte no nos encuentre vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente para cambiar en risa el llanto del pobre, liberar al oprimido y encarcelar al corrupto. Doña Mercedes, ha muerto. Nos deja momentáneamente, ya que eventualmente volveremos a encontrarla, y su retirada de este mundo lo ha hecho llena de satisfacción por haber inspirado ejércitos de héroes y mártires del pueblo a intentar cambiar un mundo injusto.
Para la ofensiva guerrillera hasta el tope de 1989, San Salvador estaba ocupado por el ejercito revolucionario y el pueblo oyó ampliamente un himno que se había repetido a través de los años, pero que ese día de muerte, sangre y libertad, hacia sentir una revolución viva. Era “Todo Cambia”. El recuerdo más vivo que tengo de esa canción en la operación militar es de los pequeños compañeritos de 8 a 12 años que acompañaban el sacrificio del cambio político que hacía pelear a sus padres.
Un par de años después al firmarse los acuerdos de paz, en el centro histórico las banderas de la revolución ondearon libres por fin en un cielo azul que pagaba tributo al sacrificio de todos lo héroes y mártires de la revolución Latinoamericana.
América ha cambiado desde entonces. USA tiene un presidente negro que con su llegada al poder ha derrotado el sistema de diferencia social y política impulsado por décadas por grupos radicales como el Ku Klux Klan; el Sur y casi toda Centroamérica es de tendencia socialista, terminando así con las estructuras políticas de opresión de la derecha oligarca.
La lucha ha sido larga, los triunfos efímeros, porque con los cambios políticos actuales, las luchas no terminan. Fidel, Chávez, Ortega, Evo, Lugo, Correa, Zelaya y Sánchez Ceren, han usado el cambio para convertirse en traidores de la lucha revolucionaria por la libertad y no podemos ser indiferentes a esa realidad, todos se han convertido en dictadores o políticos corruptos que oprimen a sus pueblos, hacen millonarios a sus amigos y fortalecen a los radicales de derecha como sucedió en Honduras y seguramente sucederá en Venezuela y otros países, desaprovechando así la oportunidad histórica de realizar el cambio histórico por el que los encapuchados que murieron en las calles y los campos ofrecieron sus vidas.
La muerte es un renacer en la inmortalidad. Mercedes Sosa es la interprete del sentimiento de Dios para el pueblo pobre, revolucionario y oprimido en la América continental. Una reina de la canción revolucionaria americana. Si, todo cambia, más el amor de Sosa, por más lejos que se encuentre y su compromiso con el dolor del pueblo y la gente Latinoamericana no cambiará nunca. Su legado yace escrito en la inmortalidad de la historia Americana, para inspirar a los poetas y escritores del nuevo siglo, así como a las nuevas luchas políticas que deben surgir para alcanzar las utopías de los siglos pasados que se encuentran en la libertad y la prosperidad de los pueblos secuestrados de Latinoamérica.
*waltermonge@comisioncivicademocratica.org