Con la desaparición de la Guerra Fría, la confrontación Este-Oeste se ha transformado en Norte-Sur y la confrontación ideológica se ha vuelto económica. Mientras que el pobre es cada vez más pobre, la calidad de la vida y la longevidad de los ricos han alcanzado niveles inimaginables.
El grupo de los más pobres del mundo lo forman naciones del continente africano, según el Índice de Desarrollo Humano, (IDH) que utilizan los organismos internacionales como parámetro de síntesis del nivel de vida. El índice IDH contempla además del Producto Interior Bruto (PIB) y la renta per cápita, otros parámetros como la esperanza media de vida de la población, la escolarización y la tasa de analfabetismo y por último el poder adquisitivo de los habitantes en el interior de las fronteras nacionales y en comparación con otros países.
De acuerdo con el doctor Jeffrey Sachs, profesor de la Universidad de Columbia, el 93 por ciento de los pobres del mundo residen en el sur y el este de Asia (Afganistán, Corea del Norte, China, India, Pakistán, Vietnam) y en África Subsahariana (Congo, Chad, Etiopía, Malí, Sudán, etc.). El restante 7 por ciento se encuentra en África del Norte, Europa del Este, Iberoamérica, y el Medio Oriente. Considera además el doctor Sachs, que el 15 por ciento de la población Iberoamericana encajaría en la definición de pobreza, destacando Bolivia, Haití y Nicaragua, con más de 70 por ciento de su población entre pobreza media y extrema.
La otra cara de la moneda contempla que el 1% de la población mundial concentrada en las opulentas elites económicas no solo del primer mundo sino en todo el planeta, dispone del 85% de las riquezas de la tierra. En la mayoría de estas potencias habita también una minoría de la humanidad (15%) con envidiables estándares sociales de vida, víctimas, si pudiéramos llamarlo de un estado paranoico de consumo que devora los recursos del planeta a un ritmo implacable.
En contraste, vemos al Tercero y al Cuarto Mundo, donde sobreviven milagrosamente en la pobreza unas tres cuartas partes de la población mundial sofocada por el peso de la corrupción política, sin recibir renta ni beneficio de sus propios recursos naturales. La miseria e inequidad en el mundo es realmente patética. Los pobres que diario sobreviven con un dólar o menos ascienden a 1.300 millones; los que sobreviven con dos dólares o menos corresponden a 3.000 millones, cifra que alcanza casi la mitad de la población de la humanidad. El hambre y la miseria son como un iceberg: la parte más importante no se ve a simple vista.
Esta desigualdad se hace aún más visible a dos niveles: 1) a escala mundial, se ahonda el abismo entre los ricos de los países llamados desarrollados y la parte restante del mundo, mucho más grande y pobre, en la que viven más de dos tercios de la humanidad; 2) al mismo tiempo crecen las desigualdades dentro de las regiones y al interior de los países. Los unos se vuelven cada vez más ricos y los otros cada vez más pobres.
Entre tanto, ese abismo ha adoptado gigantescas dimensiones: las quinientas (500) personas más ricas del mundo disponen de un patrimonio que corresponde a los ingresos de más de la mitad de toda la población mundial; el consumo de energía per cápita es diez veces mayor que el de los países subdesarrollados; la enorme diferencia en el consumo de recursos es cada día más grande.
Los países ricos, cuya abundancia es proporcional a la pobreza mundial, han multiplicado desde 1950 por tres y en algunos rubros hasta por seis el consumo global de madera, carne, acero, textiles, cuero y energía, despilfarrando los fabulosos recursos naturales de las naciones empobrecidas en África, América Latina y Asia, donde los pueblos con sus propias riquezas naturales no sólo podrían satisfacer sus demandas básicas, sino además sus niveles óptimos de vida.
La humanidad ha tenido la oportunidad de desarrollar su intelecto e ingenio a niveles extraordinarios. Los descubrimientos de las ciencias y los avances de la tecnología son realmente asombrosos. La medicina, la química, la física, la comunicación, los viajes siderales, la agricultura, la educación y la construcción son sólo algunos ejemplos. Pero me pregunto, ¿se puede resolver el problema del hambre y la pobreza, de la necesidad y la miseria masivas, la mayor vergüenza y oprobio del mundo, que asedia a más de la mitad de los hermanos y hermanas de nuestra familia humana? Naturalmente sería posible en teoría. Las medidas a corto plazo tomadas para estabilizar la situación actual deben asegurar la protección de los pobres del mundo y las medidas a largo plazo para evitar la probabilidad de que se produzca otra crisis.
En primer lugar, el mundo produce hoy una cantidad suficiente de alimentos como para satisfacer las necesidades de todos nosotros. En segundo lugar, se podrían mejorar muchas cosas si se aumentaran los gastos en tecnologías más adecuadas para los países pobres, por ejemplo: en mejorar la desalinización del agua, la energía solar, desarrollar mejores especies de arroz, maíz, frijoles y otros alimentos, mejorar los medicamentos contra la malaria y otras enfermedades, otras medidas de este tipo que pueden estar al alcance de los países subdesarrollados.
Dentro del programa de los ricos hacia los pobres, no está contemplado enseñarles a pensar, educarlos, formarlos y darles trabajo, tratar de enseñarles a salir de la pobreza, porque la caridad no cambia el destino de los pobres. La pobreza no es sólo un estómago vacío, es una situación y una cultura que hay que enfrentar globalmente con las herramientas necesarias y la voluntad suficiente. Desestimar la miseria, es negar la idea de una vida digna para todos.
Las desigualdades económicas y sociales siguen siendo las principales causas que provocan, en el mundo entero, la pobreza, el hambre, los conflictos, la violencia, las migraciones y la agresividad contra el medioambiente. Si no logramos poner fin a esta brecha, seguramente nuestras generaciones futuras lo único que tendrán de referencia sobre la época actual, será la bipolaridad de un mundo desarrollado y otro subdesarrollado. No podemos justificar que hoy persista una brecha cada vez más creciente entre ricos y pobres. La brecha entre tecnología y necesidades básicas es gigante. Tan enorme es la diferencia y la disparidad ha crecido tanto, que de seguir a ese paso, el propio crecimiento autoaniquilará a quienes manejan el poder.
En resumen, debemos leer la violencia y la miseria de las mayorías como su desesperanza y reclamo contra la tiranía de las minorías opulentas. En el futuro, al igual que en el pasado, la sublevación del pobre empobrecerá a ricos y hundirá aún más a los pobres. Desgraciadamente no podemos ver, hoy, ninguna salida ni salvación a la vista. Las esperanzas se reducen a medida que avanzamos en el Tercer Milenio.
*Diplomático, jurista y politólogo