El verde del planeta va perdiendo color y oleaje, a pesar de ser indispensable para el mantenimiento de todas las formas de vida. Consecuentemente, el ser humano tiene que tomar otras poéticas existenciales. Vivir de modo diferente. Hay que alzar la voz contra los contaminadores de la marea y llamar a la conciencia de los inconscientes. Falta racionalidad en el uso de la tierra. Sería bueno extender la receta de Gabriela Mistral para combatir el contagio, la considero medicina regeneradora, a poco que la llevemos a los labios del alma: “Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino”.
Ni los azules son lo que fueron, ni los verdes se balancean por los territorios del aire, con la diversidad de aromas que precisamos para hospedarnos, y así, poder sentirnos arropados por la savia del mundo vegetal. Emprendamos, pues, la labor de reverdecimiento de la tierra. La degradación de los bosques degrada al propio corazón del hombre. La reforestación es la gran asignatura pendiente en el mundo. Puede ser una oportunidad histórica para la humanidad ahondar en el problema y ver que los modelos económicos basados en el “mero consumo” son destructivos para todo, también para el medio ambiente. Por aquello de hacer patria, nos alegra que España sea el segundo país con mayor superficie forestal de Europa, por detrás de Suecia.
Empleemos la inteligencia, el poeta que todos llevamos dentro, en tutelar mejor nuestros bosques. Son un seguro de vida. No es humano ni responsable agredir la madre naturaleza. Hemos arbolado una economía globalizada. Ahora es el momento de unirnos todos y arbolar de follaje el planeta. Mares azules y mantos verdes alzan hogares vitales, que no se pueden expropiar ni apropiar disparatadamente, son de uso universal, lo que exige una visión ética de utilización sostenible y responsable de los recursos naturales. Manos al corazón y pasos adelante.
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