Uno de los múltiples males de la sociedad actual, y lo estamos padeciendo, es de no saber pedir perdón. Podemos pensar que el pedir excusas ya no se lleva y es algo trasnochado porque en nuestras casas tal vez no se estila. Y es aquí donde hay que fomentarlo.
Todos tenemos una gran dosis de soberbia, siempre lo hemos sido, y no vale creerse humilde, pensar que ya hemos ganado el premio de “ el gran humilde “ porque intentemos mejorar en esa virtud o valor humano. Pedir perdón y perdonar es la mejor norma de convivencia en la sociedad: tal vez sea la única forma de desterrar para siempre la crispación de que hacemos gala continuamente. Es frecuente oir, perdono pero no olvido y con estas condiciones mantenemos en carne viva la supuesta ofensa, que aflora a la primera de cambio.
Si no olvidamos, no perdonamos sinceramente; llevamos una lista de agravios para enarbolarlos y que se enciendan al menor roce. Eso no es perdonar, no nos engañemos. Y lo curioso es que el que no perdona, tampoco suele ser muy partidario de perdonar. Siempre nos creemos ofendidos y nos sentimos perseguidos; andamos y si tropezamos, la culpa la tiene el otro transeúnte. Si nos caemos, buscamos a un culpable. Y al volante del coche, ya somos césares, dioses de la circulación. Todos los derechos son míos y , Ay! del que los interfiera en rotondas, autovías, curvas o semáforos. A los semáforos, ni mirarlos, son de regímenes opresivos para fomentar los atascos.
Y el que pide perdón, nos parece un hipócrita, porque está seguro de que somos culpables. Si fuéramos capaces de perdonar, de aceptar con sinceridad la petición de perdón...perdonar y olvidar, que aunque no esté de moda, es lo que verdaderamente nos eleva. Sería el mejor modo de limar las asperezas que todos tenemos, para de ese modo el roce diario consiguiera pulirnos y hacer el trato con los demás perfectamente compatible. Compatible y con la idea y certeza de que todos somos iguales, sea cualquiera el color, idioma, raza o credo religioso.
Esa igualdad que nos confiere el nacer y el morir . Y, sobre todo, la dignidad de ser persona humana, capaz de lo mas grande con sólo proponérselo.Poder parecerse a quien siempre perdona y olvida. Perdona y olvida, acogiéndonos siempre.