El psiquiatra Paulino Castell explica que los jóvenes que no estudian, no trabajan y no tienen proyecto de vida son “secuelas de una década prodigiosa a nivel económico, en la que los padres se han volcado en ellos totalmente, les han dado todo y los han liberado de cualquier esfuerzo y responsabilidad”. Es decir, puesto que ellos, los padres, consiguieron un desahogado estatus económico y social, han querido que sus hijos lo tuvieran todo, sin exigirles nada a cambio, sin forta lecer su voluntad, sin forjar su carácter, convirtiéndolo en seres pusilánimes, muñecos sin orientación ni musculatura moral.
La crisis aprieta a toda Europa, pero es en España en donde la desesperanza afecta a más jóvenes (uno de cada tres está fuera del mercado laboral), en donde el desencanto y la impotencia lleva a muchos de ellos a quedarse en casa viviendo a costa de sus padres (ellos que habían pensado siempre que llegarían más arriba que sus progenitores) y les ocasiona frustraciones, conflictos, melancolía, y rechazo de todo lo que les suene a compromiso y trabajo.
Ha sido el desarrollo tecnológico de las últimas décadas, el crecimiento económico sin control, el confort como meta, el consumismo sin barreras, el alto nivel de vida que estos jóvenes han observado y gozado en su niñez… lo que, al tambalearse, está produciendo esta situación de desencanto y apatía; estos jóvenes se ven incapaces de conseguir de nuevo todos esos bienes, ese estatus desahogado que han tenido en sus casas. Y muchos de ellos, en vez de luchar, en vez organizar y racionalizar las metas de su vida, en vez de pensar que se puede ser feliz con menos bienes materiales, se han entregado a la apatía y a la indolencia.
Mal casan, desde luego, el discurso consumista y hedonista de los años anteriores con la actual precariedad en el empleo, la incertidumbre, la infravaloración de la formación académica, el mileurismo… a los que tienen que hacer frente los jóvenes de hoy. “El modelo de vocación profesional que implicaba un proyecto de vida de futuro y un destino final conocido, con sus esfuerzos y contraprestaciones, ha desaparecido”, escribe con buen criterio Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla.
“Nuestros padres trabajaron mucho y consiguieron algo”, comenta un universitario madrileño, “pero lo que la sociedad nos ofrece en estos momentos no tiene ningún interés para nosotros; la gente tiene pocas ganas de hacerse mayor”.
Natalia, recién licenciada en Biología dice: “Pero ¡qué manía con decir que los jóvenes vivimos para el fin de semana! A mí me da pena. Claro que hay jóvenes que no hacen nada, pero hay otros que hemos comprendido que hay que seguir luchando y que estamos seguros de que, tarde o temprano, nuestro esfuerzo tendrá recompensa… Yo agradezco a mis padres todo lo que han hecho por mí, pero soy yo la que tengo que valerme por mí misma. No aspiro a vivir en la opulencia, sino a ser feliz con lo que consiga con mi trabajo, porque en mi esfuerzo ya está la recompensa”.
“Lo que observo es que hay muchos jóvenes que seguimos preparándonos para el futuro ; si hay crisis, habrá menos para los más preparados, para los mejor formados” dice Gerardo. Raquel, estudiante de 18 años, sostiene con pesimismo: “Conozco a un montón de gente que no tiene ilusión por nada, que van ‘vegetando’ en sus casas, sin hacer nada, y esto para un chico o chica jóvenes es estar muerto en vida”.
En cuanto al origen del problema… “La mayor responsabilidad está en los padres y madres”, manifiesta Carmen, “que no les han exigido nada a sus hijos, dándoles todos los caprichos sin atreverse a poner unas normas mínimas de trabajo o de estudio”… “La falta de ideales, de valores, de modelos a imitar, los tipejos impresentable que salen en la tele y presumen de haber triunfado sin ser nada”… “Yo creo que nos han engañado al decirnos que lo único importante es gozar, disfrutar, pasárselo bien, que en los estudios todo debía ser muy entretenido, juguetón, sin esfuerzo… y eso es mentira; para hacer algo importante en la vida, hay que ganárselo y trabajar todos los días”, confiesa Juan Carlos, joven licenciado en paro.
Isabel, que está preparando la Selectividad, nos deja este regusto de esperanza: “El éxito es para quien se lo trabaja y no hay mayor éxito que llegar a ser persona a través del esfuerzo”.
(*)Catedrático de Filosofía/www.telefonodelaesperanza.org