Hace cuarenta y ocho años (48), Marilyn Monroe dejó este valle de lágrimas y pasiones para convertirse en mito. Los misterios de su deceso: suicidio para unos, asesinato para otros, han dado lugar a las más diversas y fantasiosas versiones.
Para algunos, ella estaba al extremo de la desesperanza y la desilusión, y se arrastraba ineludiblemente hacia un fatídico desenlace; para otros, amaba la vida y se preparaba, a los 36 años, a darle un giro a su existencia plena de promesas, con fe en el porvenir.
La realidad es que la muerte transformó su vida en un destino, tornándola en un muerto que nunca muere. Y en Hollywood, donde la vida de las estrellas es fugaz, ella es una estrella que nunca se apaga, y que el hado tornó en icono representativo de ese mundo.
Marilyn Monroe se ha convertido en uno de los mitos y leyenda de inmensa admiración hollywoodenses, más arraigados en el sentir popular que tiende a profundizarse con el paso del tiempo. En Hollywood, donde todo es efímero y los muertos son prontamente olvidados, sigue estando presente.
La pobre y desvalida Norma Jeane Mortenson, bautizada como Norma Jeane Baker y luego convertida en la actriz Marilyn Monroe, fue una de las mujeres más proyectadas del siglo XX. Sin embargo, ese poder no pudo utilizarlo para ayudarse a sí misma y murió sola e incomprendida.
Tenía conciencia de su belleza y de sus atractivos sexuales que cautivaron al Presidente John F. Kennedy y a su hermano Robert. Empero, según su psiquiatra, era frígida y al momento de las relaciones sexuales, sentía un enorme vacío que le impedía el orgasmo y al parecer sus parejas percibían esa carencia de placer, pues en una ocasión el actor norteamericano Tony Curtis, con quien sostuvo una relación amorosa, expresó “besar a Marilyn Monroe fue como besar a Hitler”, en ocasión de protagonizar juntos la película “Some like it hot” conocida como “Una Eva y dos Adanes”.
Ese vacío que nada podía mitigar, según sus confesiones al psiquiatra, era quizás porque entonces afloraba que había nacido Norma Jeane Mortenson, que era hija ilegítima de una madre débil mental y de padre desconocido, que fue violada de niña y que se casó a los 16 años porque no podía mantenerse sola.
Ese vacío existencial, probablemente tenia raíz en que se sabía dependiente de la buena voluntad o el deseo sexual de los directores y productores que la habían inventado, de los hombres de la industria cinematográfica que la fabricaron, que era mercancía del capitalismo brutal, sometida a la inflexible ley de la oferta y la demanda, un producto del mercado.
Sin embargo, la ingenua y dulce Marilyn, la criatura aparentemente superficial, la mercancía sexual para la venta virtual a los machos del mundo; para sorpresa de muchos, tenía alma creativa y escribía poemas en secreto, que no se atrevía a leerle a nadie, ni siquiera al dramaturgo Arthur Miller cuando estuvo casada con él.
Estrella indiscutible de las taquillas, estuvo sometida al vaivén de las olas del mercado y la benevolencia de los hombres que dirigían su carrera. La angustia y la muerte siempre estuvieron presentes a lo largo de su corta vida. En el fondo, era una mujer muy frágil, que no pudo asimilar el triunfo al que fue catapultada.
A pesar de sus conflictos interiores, había conservado intacta su sensibilidad; pero su vida y su carrera no le permitieron manifestar esa sensibilidad. Su compleja psicología, corriente en el mundo del espectáculo hollywoodense, le impidió resolver sus problemas personales.
Esa rutilante estrella del cuerpo voluptuoso, de la cabellera rubia platinado, de ojos gris azulada, dotada, de encanto y dulzura, jamás pudo remediar esa inquietante dicotomía entre la Norma que era y la Marilyn que proyectaban los reflectores hollywoodienses. Fue victima de los imperativos del mercado, cuya imagen siguieron usufructuando, aún después de muerta.
Se rumoró que antes de su muerte vivió un romance con John F. Kennedy, y debido a que él la abandonó, consumió una sobredosis de barbitúricos. Así, el 5 de agosto de 1962 a las 3 y media de la madrugada, fue hallada sin vida por su criada, en su cama y con la mano en el teléfono y hasta hoy la interrogante: ¿A quién iba a llamar? Tenía tan solo 36 años. Según el informe policial fue un probable suicidio, aunque se ha especulado que fue un asesinato, el halo de misterio persiste desde entonces.
La implacable fabrica de ilusiones, que es Hollywood, la creó y la destruyó, no sin antes haberla explotado durante y después de la elevación a los altares de la mitología. ¡Pobre Marilyn!, mejor hubiera seguido siendo Norma Jeane, gozando de una felicidad banal; que una Marilyn infeliz. ¡Pero, no hubiéramos tenido el mito que aún persiste!