Me resisto a creer en supercherías, pero desde que la bruja Betty me dijo en el año 2002 que me convertiría en un escritor best-seller cuando apareciera en mi vida una chica de nombre imposible y más loca que una cabra, no he dejado de involucrarme en relaciones peligrosas con mujeres de tornillos sueltos. No es de extrañar entonces que desde el 2002 decidiera de golpe y porrazo abandonar mi meteórica carrera como vendedor en un corporativo transnacional para dedicarme al poco glamoroso oficio de las letras y convertir en mi musa a cada mujer con la que me involucraba sentimentalmente, primero escribiéndoles los poemas más cursis y patéticos jamás creados, y después, convirtiéndolas en protagonistas de cada uno de mis fallidos intentos de novelas. No hubo chica que no se emocionara al conocer la historia de la bruja Betty. El mejor afrodisíaco no son los mariscos, el alcohol o la yumbina, sino la inmortalidad que brinda un best-seller.
-¿Verdad que seré yo la mujer que te haga famoso? –preguntaban todas mis chicas con ojos soñadores, pero lo que en realidad querían decir era: más te vale que sea yo la protagonistas de todas tus novelas, ya me estoy hartando de que me vean mis amigas de la mano de un muerto de hambre.
Paulina, Martina, Valentina y otros nombres propios de mujer fueron los títulos de mis proyectos de novelas, todos ellos rechazados por el FONCA, Fundación para las Letras Mexicanas y otros organismos tanto privados como gubernamentales que dicen apoyar a los artistas torturados y desesperados por salir del anonimato y la hambruna.
Selva Rodríguez es una superestrella de las redes sociales del ciberespacio. Sus casi cinco mil amigos en el Facebook y el más de un millón de visitantes en Myspace lo avalan. Mujer camaleónica en su aspecto, modo de hablar y comportarse. Artista, diva, estrella porno, groupie, casta, pura e hija de papá. Obsesiva compulsiva. Meta en la vida (por ahora): poseer el culo monumental de Ninel Conde.
En un día como hoy pero hace exactamente doce meses, sentada a horcajadas sobre mí, sus rodillas aplastándome las manos, me miró a los ojos y me dijo que fuera su novio. Dudé. Mi instinto de supervivencia me advirtió que era peligroso involucrarse con una perfecta desconocida, o mejor dicho, con una chica que había visto solo un par de veces en carne y hueso fuera del monitor de mi computadora.
-¿No quieres ser mi novio?
-Sí.
-¿Sí qué?
-Sí quiero ser tu novio.
Selva me liberó apartando sus rodillas de mis brazos. Me dio un beso y encendió un cigarro.
Me prometí a mi mismo jamás volver a contar la historia de mi visita a la casa de la bruja Betty en el lejano 2002. No resistí, mi secreto permaneció oculto solo dos meses.
-Perfecto –dijo Selva colocando el enésimo cigarro de la noche en sus labios-, vas a escribir sobre mí, si te rechazan el proyecto, te dejo.
Todos los días Selva me platicaba una historia nueva sobre su vida, por ejemplo, que descubrió la fascinación de ser una exhibicionista desde el kinder, donde acorralaba al final de los recreos a su amiguito José y le decía “mira”, bajándose el calzón. O el día que su nana le descubrió tres remolinos en la cabeza y le advirtió a su mamá que ella sería una niña mala, que daría muchos problemas. O el día que asesinó y resucitó a 26 pollitos. O la vez que en clase de gimnasia se agarró a trompadas en los baños con una niña con síndrome de Down que le robó su mochila de Hello Kitty. O lo traumático que fue regresar a la secundaria luego de las vacaciones de verano en donde le brotaran de la noche a la mañana unas tetas supersónicas que solo pudieron ser contenidas por un brassiere talla 28 i. O cuando fue expulsada de todas las escuelas de monjas de la ciudad y en castigo sus papás la inscribieron en una escuela de poca monta donde sus compañeras le pedían autógrafos porque se pintó el pelo rubio platinado y se parecía a Cristina Aguilera y a Paris Hilton. O el día que su mejor amigo le dijo que se iba a matar si no le daba un beso y se convertía en su novia. O cuando las rezadoras amigas de su mamá expulsaron a 33 demonios que vivían en su cuarto. O la primera y única vez en su vida que se subió a un camión para salir de extra en la película Antes que anochezca y terminó enseñándole a jugar lotería a Javier Bardem en su camerino. O la primera vez que fue a la disco y un famoso cantante de canciones cursis le susurró al oído que quería darle un cojín marca diablo. O cuando su mamá la inscribió a la fuerza a un curso de etiqueta social llamado “Dale color a tu vida” impartido por una ex Señorita México donde todo el alumnado eran señoras desesperadas y golpeadas por sus maridos. O los celos incontrolables de su ex novio ex integrante de una banda de rock ex famosa. O sus peripecias para mantener oculto su pequeño secreto: ser la cantante travesti de rimas inflamadas de una banda de reggaetón. O ser la groupie favorita de cocainómanos consumados que aparecen en MTV. O la musa inspiradora (vía Skype) de las puñetas rabiosas y explosivas del máximo exponente musical chileno. O la amante del cosmopolita diseñador de productos afincado en la Gran Manzana. Y 349 etcéteras.
Estamos en un restaurante italiano. Selva y yo cumplimos un año de estar juntos. Apenas hace unas horas logré escapar del infierno que es el DF. Selva levanta su coca-cola y brinda por nosotros. Me confiesa que tuvo terror que los jueces del FONCA rechazaran mi proyecto.
-Lo único realmente imperdonable en esta vida es tener una biografía aburrida –dice.
La miro y me pregunto qué habré hecho para merecer este regalo que apareció de la nada, o mejor dicho, de Internet. Una mezcla de Peggy Bundy y Penélope Cruz. Selva enciende su cigarro 23 de la noche.
-Mis tíos nos invitaron a almorzar mañana –dice.
-No, gracias.
-Tranquilo –Selva desliza unos billetes sobre la mesa.
Quedo pasmado. Nunca imaginé que llegaría el día en que mi chica tuviera que sobornarme para asistir a los almuerzos con su familia.
-Vamos a comer en un restaurante de la playa.
-…
-Quiero que vean que tú pagas la cuenta –Selva le da una calada al cigarro.
Vuelvo a quedar pasmado.
-Lo sé, es humillante –Selva succiona el cigarro.
La siguiente media hora Selva se dedica a explicarme que sus tíos, los únicos familiares que quiere de su familia, han empezado a cuestionarla, en especial su tío, General del heroico ejercito militar, quien aseguró que eso de escribir lo hace cualquiera, de hecho él podría escribir un libro si no estuviera tan ocupado confiscando cargamentos de cocaína.
-La cuenta, señorita –dice el mesero, entregándole a mi chica una pequeña carpeta de cuero; al parecer la vio deslizar unos billetes sobre la mesa, llevándolo a la conclusión de que soy un prostituto, un vividor o un mantenido.
Indignado, tomo la carpeta de cuero y pago la cuenta. El mesero se retira.
-Toma –dice Selva deslizando otros billetes sobre la mesa.
-No pienso aceptar tu dinero –digo enfadado.
-No estoy jugando –Selva se pone otro cigarro en la boca-. Mis tíos creen que ganas dinero escribiendo.