Muchos de los escritores y/o columnistas que leo, en su mayoría, son señores que aventajan en edad a mamá y a mis tíos, y por lo general se quejan de que Santa Claus es un invento maligno y horripilante de los yanquis y del feroz capitalismo que ha venido a dejar desempleados a los Reyes Magos, quienes tradicionalmente montados en dromedarios y paquidermos se encargaban del noble y desinteresado oficio de repartir regalos a todos los niños “buenos” de occidente. No mentiré: concuerdo con ellos. Aunque si hablamos de tradiciones, las tradiciones para el ser humano son como las marcas olímpicas: se impusieron para romperse.
Entiendo que sea nostálgico y bonito añorar días pasados, cuando tres señores multirraciales (que decían ser reyes y también magos) monopolizaban el mercado de pintar sonrisas anchas y deliciosas en el rostro de los niños. También comprendo que vapuleen en críticas al gordo del Polo Norte. Sin embargo, creo que da lo mismo quién traiga los regalos, e incluso (ahí les va mi predicción para dentro de dos décadas) puede que algún estudio de Hollywood o alguna firma de ropa inventen a un extraterrestre de actitud alocada y bonachona o a un plumífero metrosexual y/o una pajarraca anoréxica que en la navidad sean los encargados de robarle el mandado a Santa y a los Reyes Magos trayéndoles juguetes, ropitas y dietas bajas en calorías a los niños.
Lo que importa, o más bien, lo que debería importar en la navidad es saldar las deudas de una manera honorable. Me explico: la navidad es la oportunidad perfecta para que los adultos eduquen a sus hijos. Olviden al niño Jesús y toda la parafernalia que le cuentan en estas fechas a sus retoños para que sean buenos. Sus hijos (aunque a ustedes, señoras y señores muy católicos, les duela aceptarlo) jamás van a comprender que un niño que nació hace más de dos milenios vino al mundo a salvarlos y que por ende ellos deben ser buenos con los demás seres humanos de la Tierra. No señor. Un niño aprende a ser bueno, y ojo, esta es la palabra clave, “aprende”, mediante ejemplos y casos reales, es decir, experimentando ellos mismos en carne propia. Los Reyes Magos o Santa o un extraterrestre o un modelo anoréxico o quien sea el personaje en turno que traiga los regalos en el futuro debe ser una persona justa y no el alcahuete que ha sido siempre y es actualmente el encargado de dibujar sonrisas en los niños.
Tengo amigos y conocidos y amigos de amigos que serían personas totalmente distintas de los despreciables seres humanos que son en la actualidad de haber recibido de pequeños lo que merecían, y cuando utilizo el calificativo despreciable me refiero a seres humanos sin ningún valor crítico acerca de qué es el bien y qué es el mal. Estas personillas despreciables (actualmente políticos y cosas peores) fueron niños cuyos padres (muy católicos ellos) les repetían la cantaleta de siempre cada principio de año: <<Hijo, este año debes portarte bien o Santa te va a traer carbón en vez de esta tonelada de regalos que no te merecías>>.
Este es el círculo vicioso que se repite y se ha repetido generación tras generación, sin importar quién haya sido el imbécil encargado de traer los regalos y pintar la sonrisa a todos esos niños desalmados que sacaban malas notas en el colegio y le hacían la vida miserable a niños inocentes e introvertidos.
Si en mis manos estuviera crear a un personaje navideño, elegiría a uno igualito a mi abuelo: un anciano horrible, calvo y amargado; mismo anciano que a mediados de año, usurpando la identidad de Santa Claus, le escribió una cartita a su pequeña hija explicándole que se había llevado al Polo Norte su muñeca preferida ya que las niñas desobedientes que no cumplían con sus deberes no merecían tener regalos. Y con esto no estoy diciendo que mamá sea una santa, pero por las barbas de Melchor, Gaspar y Baltazar, cuando veo a los esposos y/o retoños de sus amigas despilfarrar el erario público en mujerzuelas y viajes al extranjero y encima te echan en cara que son hombres de bien comprendo por qué este país y el mundo entero se está yendo al diablo.