Wikileaks nos está dando unos inesperados y refrescantes días de fiesta al periodismo. ¿Acaso la mayor grandeza de nuestra profesión no está en develar lo oculto, lo que otros quieren que no se publique, que generalmente son las intimidades de los poderosos que afectan a los más vulnerables? Es cierto, el periodismo tiene sus límites, pero en nombre de las restricciones naturales que tiene la libertad de expresión, no es aceptable pretender acallar la voz de Julián Assange, quien ha puesto en ropa interior ante el mundo a la diplomacia estadounidense e internacional.
Es secreta la información que con singular esmero recolectan las embajadas norteamericanas en todo el planeta y que envían a diario al Departamento de Estado, igual que lo hacen principalmente todos los países poderosos. Todos están en el mismo juego de obtener antes que otros información sensible que puede ser utilizada para prever situaciones, formular políticas, combatir gobiernos, fomentar los negocios de las grandes corporaciones mundiales, etcétera, en resumen, para amenazar, disuadir, prever, advertir, premiar, inducir, castigar, provocar, organizar, planificar, y más.
Generalmente la búsqueda y obtención de información de parte de esta misteriosa comunidad de inteligencia, es a espaldas de los gobiernos y pueblos donde operan estos avispados diplomáticos revestidos de inmunidad. Y todo el mundo lo sabe, de modo que se ha convertido en un juego no sólo de habilidades y destrezas, también de reclutamientos mediante diversos procedimientos, entre ellos el halago, y no pocas veces también el chantaje y la amenaza. Así, las embajadas van creando su red de informantes o agentes en cada país, generalmente bien pagados.
Todos lo hacen y todos lo saben, todos están enfrascados en una clandestina, furiosa, desleal, anti ética y peligrosa competencia para conseguir más rápidamente la información más valiosa. El juego consiste en utilizar los cauces legales, en encubrir los procedimientos no siempre conforme a la ley, y en evitar ser descubiertos, para lo cual los servicios de inteligencia han desarrollado métodos y tecnologías de ciencia ficción.
¿Cómo no ver incluso con admiración que a estos maestros de la búsqueda especializada de información delicada y ultra sensible, les estén birlando en sus propias narices estos materiales, muchos de ellos clasificados como secretos? ¿Cómo no aceptar como una victoria de la inteligencia que les roben a los ladrones? Les están dando de su propia medicina. ¡Y todavía se quejan!
Y si hubiera alguna duda, la balanza se inclina a Wekyleaks porque está dando a conocer esa información, la está haciendo del dominio público, lo cual contribuye a que la gente esté informada y con ello, a formarse criterios y a tomar decisiones. Algunos se escandalizan con los reportes de los diplomáticos estadounidenses. ¿Acaso es diferente el lenguaje, el tratamiento, los comentarios, las valoraciones, en los informes de los diplomáticos de Rusia, de China, de Inglaterra, Alemania y Francia? Se rasgan las vestiduras cuando todos están en el mismo juego. ¿Vieron al jeque saudita comparar humanos con caballos? Hasta Putin se quejó de lenguaje duro e irrespetuoso. Como si no fuera así en esas grandes ligas de la política internacional.
Ciertamente cinco diarios de influencia mundial, The New York Times, The Guardian, Le Monde, Der Spiegel y El País, están desembolsando grandes cantidades de dinero para tener de primera mano los famosos cables, telegramas, despachos o correos electrónicos de los diplomáticos estadounidenses. ¿Acaso Wikileaks no tiene sus costos? ¿Acaso no tiene derecho a ser rentable? Estos pagos no ponen en entredicho a Julián Assange, a quien el gobierno norteamericano pretende inculpar de delitos contra la infancia. Están tratando de crearle un caso judicial para vengar su humillante derrota en su propio terreno de juego: el de la inteligencia. Estos diarios pagan, porque la información lo vale. Deben estar aumentando muchísimo sus ventas en estos días de insólita vorágine informativa.
En todo caso, si hubiera que culpar a alguien por lo que ha sucedido, es decir, por la mayor filtración de documentación diplomática de la historia (se requerirían 70 años para leerla toda), sería al propio gobierno estadounidense, por no saber cuidar archivos tan sensibles. Hay quienes van más allá: el error primigenio estuvo en tener una base de datos con semejante tipo de información.
Exoneramos de culpa a Wikileaks y celebramos su audacia, de igual manera que lo hicimos cuando obtuvo documentación delicada y luego la esparció por el mundo, sobre las atrocidades de las tropas norteamericanas en Irak y Afganistán. ¿Que se pone en riesgo a los agentes? ¡Bah! No más de lo que ellos mismos se exponen todos los días al aceptar participar en este juego en las sombras que ya saben es súper peligroso.
Estarán inconformes y molestos los poderosos, pero los de abajo estamos felices viéndole los trapos sucios a la diplomacia planetaria, porque no sólo se trata de los funcionarios estadounidenses, sino de todas las potencias mundiales tradicionales y emergentes, y de otros países, además de los informantes de todo tipo de todo el mundo, entre ellos políticos, empresarios, religiosos, dirigentes sociales, periodistas, etcétera.
Larga vida a Wikileaks y a Julián Assange. Y continuemos disfrutando el espectáculo, que esto apenas comienza.