El panorama no puede ser más desolador. Hemos pasado de la España del futuro a la España del pasado, a la del desempleo y del empleo en precario. Los trabajadores cada día tienen menos derechos y más miedos en el alma. Saben que entrar en la lista de los desocupados es fácil, pero difícil salir de ella. El mundo obrero ya no es lo que era. Ha abandonado el orgullo solidario para con los suyos. También el mundo sindical ha perdido el tren de la lucha incondicional. Se ha hipotecado a las migajas del poder, en vez de luchar por el mendrugo de pan y por hacer realidad los grandes sueños de la clase trabajadora.
Con la entrada del nuevo año seremos aún más pobres y las desigualdades entre la ciudadanía española se agrandarán. España se queda sin clase media, monopolizada entre ricos y pobres. En cualquier caso, la cesta de la compra se va a encarecer como nunca. Algunas estadísticas apuntan un 6%. Ni los productos básicos van a mantener su precio. Por si fuera poco el ahogo a la clase trabajadora, los impuestos siguen repercutiendo en mayor medida en sus bolsillos, en aquellas familias más humildes. La cuesta de enero, y la de su repecho en meses sucesivos, van a dejar huella imborrable en una sociedad que verá rebajar su nivel de vida a muchos años atrás. Con unos salarios congelados en el mejor de los casos, o rebajados a tiempos remotos, va a ser complicado levantar cabeza. Téngase presente, además, que muchos de estos ínfimos salarios han de compartirse en familias que en otra época no tenían a ningún miembro en el paro.
Que España cada vez sea más pobre, el montante no se debe tanto a la crisis internacional, sino más bien a la nefasta administración de caudales y de mal reparto. Son los efectos de una clase política que derrocha a más no poder, que se deja llevar por las finanzas especulativas antes que por generar empleo. Asimismo, es consecuencia de un estado autonómico que tampoco se sostiene, con el añadido de falta de transparencia en las instituciones. La corrupción del poder político es una de las grandes lacras que soporta la ciudadanía española. El político tiene que pensar más en el bolsillo de los que sirve, que en su bolsillo; y en las próximas generaciones, en lugar de las próximas elecciones. Hasta ahora han propiciado la mentalidad del beneficio fácil, a cualquier precio, sin pensar en el bien común, subordinándose a los mecanismos financieros. Estas actitudes, y no otras, son las que realmente agravan la crisis.
Frente a este aluvión de males causados en parte, como digo, por la mala orientación de los asuntos públicos, factura que han pagado y pagan mayoritariamente la clase media, considero urgente que se produzca un cambio social en este país. La sociedad española debe dejar de apoyar a políticos corruptos de cualquier bando y, aún menos, debe permitir que la política se convierta en el paraíso de los charlatanes, que no ven más allá del engaño permanente a la ciudadanía.
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