A los Estados, a cualquier ciudad o pueblo, engendrar la alegría por los caminos de la vida. El mundo llora demasiada tristeza. La dicha de vivir nos pertenece a todos los humanos. Sólo hay que dejar mirar y ver el júbilo del universo, entusiasmarse con él, saltar de gozo, habituarse en tomar las cosas con regocijo. Una sociedad que alimenta desesperaciones, y se mofa de las desgracias ajenas, francamente está enferma. Merece cuidados y cultivos especiales, sobre todo de ternura y compasión. Para alegrarnos la figura precisamos antes alegrarnos el espíritu, necesitamos no sólo cosas, sino amor y autenticidad: requerimos el abrazo sincero, la cercanía del ser humano junto al humano ser, que aviva nuestro corazón, y responde a nuestros deseos más hondos.
Hoy más que nunca demandamos esperanzas fiables para entusiasmarnos y entusiasmar al planeta. Hay que activar el apostolado de la verdadera sonrisa. La satisfacción de sentirse bien, consigo mismo y junto a los demás, no es un estado anímico que surge por generación espontánea, que nos sobreviene y nos abandona caprichosamente, sino que es una actitud de ser y de vivir, un hábito que se adquiere con empeño y firmeza. Es el fruto del ejercicio de la reflexión interior, puesto que tan importante es tener tiempo para los otros como para uno mismo, lo que nos lleva a considerarnos personas de juventud viva y a despojarnos del vicio de la tristeza.
Con el despuntar de un nuevo año surgen las buenas intenciones. La de transmitir deleite debería ser el primer deber de toda persona. Convidemos a la alegría. Tomar por costumbre las cosas con gusto es un buena práctica, un componente de salud formidable, para no ahogarse en un vaso de agua. Sin duda, la prueba más clarividente de la sabiduría es el cultivo de la jovialidad permanente. En el convite del verdadero divertimento, don dinero se devalúa a un don nadie, porque sólo se extienden facturas de felicidad donadas. Nunca es tarde, consecuentemente, para meditar sobre cómo pasamos la vida, hacerlo de modo superficial, matar el tiempo en la trivialidad, no descubrir en nosotros la capacidad del bien y de la solidaridad real, es negarse a encontrar el camino de la auténtica alegría.
Cada día, por desgracia, son más las personas viciadas por el desánimo, incapaces de dar sentido de paz a su existencia. Nadie tiene la llave de la felicidad sino él mismo. Y uno tiene la libertad, debe tenerla, de quererse asimismo para poder amar. Sírvase, pues, alegría a raudales en el 2010, que la felicidad no reside en los caudales, ni en vivir a cuerpo de rey, sino en saber vivir a cuerpo de alma.
corcoba@telefonica.net