Producimos, consumimos y gastamos por encima de nuestras posibilidades. La versión dominante de las sociedades opulentas presenta el crecimiento económico como la solución que resuelve todos los males.
El crecimiento garantiza la cohesión social, los servicios públicos se mantienen y el desempleo y la desigualdad territorial no aumentan. Falso. El crecimiento económico no genera necesariamente cohesión social; provoca problemas medioambientales, en muchos casos irreversibles, causa el agotamiento de recursos escasos que no estarán a disposición de generaciones futuras y permite el triunfo de un modo de vida esclavo, que nos dice que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y más bienes queramos consumir.
Existen palabras envenenadas que se venden con el dulzor del progreso, y contaminan a las personas con la idea del desarrollo a cualquier precio, según el escritor Serge Latouche. El desarrollo se halla impregnado, en los hechos, de todos los rasgos positivos y negativos, propios del crecimiento.
El desarrollo transforma en mercancía la relación entre los seres humanos y las que éstos mantienen con la naturaleza.
En su libro En defensa del decrecimiento, Carlos Taibo comenta que, para asegurar el bienestar de la humanidad, el Banco Mundial estima que la producción debería ser en 2050 cuatro veces superior a la de hoy, para lo que bastaría un crecimiento anual del 3%. La limitación de las materias primas del planeta invita a pensar que es inconcebible un PIB mundial de 172 billones de dólares, que es el que se registraría en 2050 (frente a los 43 billones de hoy). Con un crecimiento del 3% anual, el PIB francés se multiplicaría por 20 en un siglo, por 400 en dos y por 8000 en tres. En el caso de China, de mantenerse niveles de crecimiento anual del orden del 10%, el producto nacional bruto se multiplicará por 736 al cabo de un siglo. Las situaciones anteriores serían insostenibles.
Un decrecimiento de 1% anual permitiría economizar un 25% de la producción en 19 años y un 50% en 69.
Si a esto sumamos el crecimiento de la demanda de minerales del futuro, para proporcionar las cantidades necesarias para 11.000 millones de seres humanos que consumirán como lo hace en estos momentos la población rica del planeta, el 43% de las existencias de los 36 minerales más codiciados habrá desaparecido. Esto impediría garantizar petróleo, gas, carbón y uranio que necesitarían esos seres humanos para su modelo de consumo.
De igual manera, la alimentación de una persona en un país rico ocupa dos hectáreas de tierra. Para permitir que esos niveles de consumo alimentario se extiendan a 11.000 millones de personas, serían precisos casi dos planetas iguales.
Las expectativas de crecimiento de factores como la producción mundial La superficie regable, los fertilizantes, la oferta de pescado y las tierras disponibles para el cultivo de cereales han demostrado ser en exceso optimistas. La productividad biológica de la Tierra se está reduciendo y tiene límites.
Es necesario que los países ricos reduzcan la producción y el consumo para dejar de vivir por encima de sus posibilidades. Es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio, además de que empiezan a faltar materias primas vitales.
Si se gasta más de lo que se consume de forma indefinida, la quiebra es inminente; parece increíble que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de pensar en nuestro planeta finito y lo que el modelo de desarrollo actual está haciendo con los recursos.
Esta postura de decrecimiento no incluye a países que ni siquiera han podido alcanzar un mínimo nivel de crecimiento. Las exigencias de moderarse están dirigidas a un Norte capitalista que necesita frenar y analizar sus posibilidades, replegarse para no perecer. Es necesario que todos los países alcancen un nivel de vida equilibrado, que algunos decrezcan para que la vida siga floreciendo y otros puedan vivir mejor.
(*)Periodista/ccs@solidarios.org.es