Para mi lo fundamental no es que Mandela entregue la copa al equipo campeón del Mundial de fútbol, sino que celebremos el dieciocho de julio, fecha que hace justicia a su trayectoria, para que el mundo aprenda de sus acciones. El valor y la valía de este ser humano, aparte de conocerse, hay que engrandecer la hazaña. Luchó, este activista de la paz, contra sus opresores durante años y luego los perdonó, sabedor de que no hay paz sin rectitud, ni rectitud sin clemencia. No precisó dinero ni poder para levantar el ánimo de la lucha por la vida. Los logros de Nelson Mandela –como dice Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU- tuvieron un precio enorme para él y para su familia. Su sacrificio sirvió no sólo a la gente de su propio país, Sudáfrica, sino que hizo del mundo un espacio mejor para todas las personas, en todos los lugares. Ciertamente él nos enseñó a ser caminantes de luz, a cambiar el mundo del odio por el del amor, a través de gestos sencillos y de gestas humildes, porque realmente uno es tan poca cosa que apenas en un soplo se nos va la vida.
Hoy, cuando medio mundo come sin necesidad y otro medio mundo no come porque nada tiene, la lección de Nelson Mandela sobre las dos maneras de salir de la pobreza, siguen teniendo plena vigencia. La primera es mediante la educación formal y la segunda cuando el trabajador adquiere mayores conocimientos en su trabajo y, por ende, un salario más alto. Formación que, evidentemente, es prioritaria puesto que es el antídoto contra la miseria; pero que difícilmente puede darse si la persona no recibe la nutrición apropiada, puesto que no se desarrollará adecuadamente ni su cerebro ni su cuerpo. Cuando crezca, y vaya desarrollándose, además tendrá mayores posibilidades de morir antes. Los gobiernos tienen que fomentar la educación, desde luego que sí, pero también ampliar los planes de nutrición. Aún millones de niños están sin escolarizar en diversos continentes y, lo que es peor, resulta imposible contabilizar la pobreza en el planeta porque somos incapaces de censar a todos los seres humanos, cuando todas las vidas son importantes. Por consiguiente, la lucha iniciada por este guerrero de corazón grande en favor de la libertad y protección de los derechos humanos, sigue siendo una causa urgente a reivindicar. Su hoja de ruta, sin duda, puede servirnos para tomar aliento y proseguir el camino.
Efectivamente, toda su vida, Nelson Mandela la he dedicado a luchar por el pueblo africano. Lo hizo contra la dominación blanca y contra la dominación negra. No se casó con nadie, nada más que con la verdad. Porque los dominadores siempre cortan las alas y el deseo de volar. Atesoró en su corazón el ideal de una sociedad democrática y libre, en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Y dijo más: “Es un ideal por el que espero vivir y que espero alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. Sabe el animoso luchador de los derechos humanos, que el diálogo debe ser la fuerza de los demócratas y que también ha de ser el credo de todos los ciudadanos y de todas las revoluciones, porque da rienda suelta a las energías de la persona, no solamente dando a cada ser humano la posibilidad de informarse y de expresar su opinión, sino de comprometerse en una responsabilidad común, donde nadie quede excluido.
A mi juicio, la mayor empresa de Nelson Mandela es haber sido un gran constructor de la paz. Más allá de la ausencia de conflictos, demandó la creación de lugares donde todos podamos prosperar, independientemente de raza, color, credo, religión, sexo, clase, casta o cualquier otra característica social que nos distinga. Para él, la religión, las características étnicas, el idioma y las prácticas sociales y culturales son elementos que enriquecen la civilización humana, que se suman a la riqueza de nuestra diversidad. Entonces, surge la pregunta: ¿Por qué dejar que se conviertan en causa de división y de violencia, cuando la tolerancia es un valor que muchos compartimos? Quizás actuaríamos de otra manera si tuviésemos mayor conciencia de unidad entre todos los seres humanos, y nos importase cada ser humano, cada vida humana.
Considero, asimismo, que Nelson Mandela es la última lección de humanidad. Él nos enseña a ser ciudadanos del mundo y a luchar por la liberación. Todo es posible si las personas quieren. Desde luego, ya es hora de que la civilización se inspire en una concepción humanística de amor vivido, lejos del avasallamiento de los poderosos. A pesar de tantos odios, es posible la paz, sólo hace falta que la sociedad se hermane y abandone la selva del más fuerte. Esta es la vía. Claro, es menester tomarse una buena ración de libertades para no caer en tentación. Porque ser libre, como sembró Mandela por todos los puntos cardinales del globo terráqueo: “no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”. Queda mucha tarea por hacer, pero siguiendo sus pasos todo será más fácil. Quien promueve el perdón y la reconciliación como él lo ha hecho ya tiene medio camino andado.
En todo caso, si queremos ser continuadores del heroísmo de Nelson Mandela seguramente tenemos que cambiar de actitudes, y ver al continente africano bajo el prisma del corazón. África lleva las huellas de su larga historia de humillaciones. Con demasiada frecuencia, los países poderosos, han pensado en esta tierra únicamente con intereses egoístas y malvados. El abecedario de Mandela es bien claro y bien clarividente. Pide que África se la estime y ame por lo que es. Tampoco reclama compasión, mejor solidaridad. Para nosotros, el mejor examen de conciencia, pueda que sea ver los ojos de los niños africanos. Ellos, con su mirada penetrante y con su silencio, son los que verdaderamente nos juzgan a los que vivimos en esta parte del mundo de la opulencia.
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