Muchas personas coinciden en señalar que el verdadero sustrato de nuestros males se encuentra en la moral. Aunque su deterioro se origina por la acción de diversos factores, se relaciona fundamentalmente con deficiencias educativas, en concreto: con una prolongada negligencia de la escuela frente a la formación ética y cívica de los alumnos.
Sorprende descubrir que nuestro sistema educativo ha descuidado la moral y el civismo en el currículum de la educación básica. Es verdad que la Revolución siempre procuró afirmar en los niños el patriotismo y un compromiso moral con las clases desposeídas; pero en tan corto tiempo no logró objetivos específicos y concretos en el plano de la institución de la personalidad moral.
Durante décadas la escuela nicaragüense se ha desarrollado sobre una doble y contradictoria vertiente: a) concebía el currículum como una estructura meramente cognoscitiva; y b) se proponía metas vagas e imprecisas en materia de formación ética, influenciadas por una iglesia católica reaccionaria e inquisidora. Esta herencia perdura y juega un papel antimodernista y anquilosado.
El civismo, cuyo fin explícito es “formar” al ciudadano, ha perdido toda articulación con la formación ética de la persona, reduciéndose a veces a cargas informativas irrelevantes acompañadas de rituales patrióticos que, aunque tienen el propósito de afianzar la identidad nacional, cuenta con una eficacia pedagógica que era y sigue siendo dudosa.
Podemos entender el civismo como la capacidad de saber vivir en sociedad, respetando y teniendo consideración al resto de individuos que la componen, el entorno natural y los objetos públicos, siguiendo normas conductuales, de educación, urbanidad y cortesía que varían según la cultura del colectivo de que se trate. Existe pues, una innegable relación entre civismo y educación, y la insuficiencia en ésta influye de manera determinante en el grado de desarrollo de dicho valor.
Actualmente sabemos, gracias a investigaciones como las de Jean Piaget, Lawrence Kohlberg y otros, que los métodos heterónomos que proponen desarrollar valores en los alumnos mediante la coacción externa, es decir, a través de inculcar o adoctrinar, son los menos eficaces y, con frecuencia, generan efectos contraproducentes.
Los sistemas de ideas religiosas heredados del Medievo, particularmente por la vía española de los conquistadores, se levantan como barreras estructurales insalvables para la racionalización del sistema moderno de normas y valores.
Construir la personalidad moral sobre la base de la autonomía del alumno y en valores como la responsabilidad, la libertad, la justicia social, la igualdad, la tolerancia, el respeto a los derechos humanos, el respeto a las leyes, el amor a la Patria y la democracia, es el fin que se debe proponer a través de un programa de formación Cívica y Ética para el presente siglo, que contrarreste la acelerada pérdida de valores que flagela a los jóvenes.
Se trata de hacer una revolución desde los cimientos de la educación nacional para que nuestra juventud enfrente, armada de ética y civismo el milenio que acaba de comenzar. Hay que formar a los nuevos ciudadanos a la luz de un modelo instructivo no solamente científico, sino anclado en la ética, sin ella el desarrollo científico se vuelve inhumano.
Es bien conocida la variabilidad de los sistemas de valores en el tiempo y el espacio; y puesto que los procesos culturales constantemente se están formando y reformando, es necesario hacer una transformación profunda en la estructura educativa nacional para moldear a los nuevos ciudadanos con una base pedagógica arraigada en la ética, promoviendo especialmente los valores de la democracia, superando la tradición discursiva y retórica que hasta hoy ha caracterizado la enseñanza del civismo.
La ética es un conjunto de valores comunitarios, aceptados como buenos por un grupo y en un tiempo determinado. La moral es un valor personal y descansa en la administración que cada cual hace de su propia vida. A diferencia de la ética, que es un principio general que pretende regir la comunidad, la moral es algo íntimo: es la concepción individual del bien y el mal.
Debemos insistir en un enfoque esencialmente formativo, orientado: a) análisis de la naturaleza humana y la identidad personal; b) reflexión sobre las formas de convivencia y organización social, mediante la participación y solución de problemas intrínsecos a ellas; y c) exhortar a los jóvenes que conozcan las leyes y las consecuencias que trae consigo su transgresión.
Hay que cambiar los paradigmas pedagógicos tradicionales que impiden el desarrollo de la racionalidad, revisando a profundidad sus ideas y prácticas, promoviendo actitudes de apertura y respeto; impulsando la equidad de género; desarrollando las capacidades de comunicación, diálogo, expresión y crítica; analizando el contenido de los medios de comunicación masivos para evitar en un futuro próximo ser manipulados por ellos, sobre todo, ante la inevitable globalización de la información actual.
Para ello, hay que promover la racionalización de la Ciencia, del Derecho, de la Política y del Estado: Una actividad lógica en la que prevalezca el orden, la disciplina y la jerarquía dentro de la organización. Antes sí, es necesaria la aceptación psicológica de valores e ideas favorables al cambio, para que haya cambio.
Cada hombre debe encontrar en su propia conciencia, los consejos para vivir dignamente consigo mismo y solidariamente con los demás. La ética y la moral deben ser objeto de un proceso permanente e ininterrumpido en la búsqueda de perfeccionamiento, como todas las ideas que se generan en el cerebro humano. Si no, en el Tercer Milenio, ¿cuáles serán los sustentos y supuestos que le permitirán al ser humano seguir siendo humano? ¿Cuál será la ética del actual siglo?