El Foro Económico Mundial (FEM) es conocido como un exclusivo club en donde los dirigentes del capitalismo global se reúnen para conocerse y estrechar sus lazos de solidaridad. No obstante, es más bien un terreno de juego y púlpito para las grandes potencias, al tener éstas una oportunidad no sólo de hacer que sus voces sean escuchadas, sino, ahora más que nunca, de generar un cambio realmente positivo en las sociedades angustiadas de las naciones más pobres, todo ello antes de que sea demasiado tarde.
Hasta hace poco, los ejecutivos del mundo de las finanzas eran los mandamases de la cumbre, la cual se realiza todos los años en Davos, estación invernal suiza situada en el Cantón de los Grisones (Grison). Como cada año, en la misma fecha, los grandes dirigentes del capitalismo mundial, se reunieron para hacer una evaluación de la economía mundial.
Este año, la antipatía contra los bancos fue palpable desde todos los rincones. El desdén que quedó en evidencia es una señal de la reacción internacional en contra del sector financiero. Lo que es aun más significativo es que la ira popular sobre el papel de los bancos en la crisis financiera y su comportamiento posterior, parece haber contagiado a los ejecutivos de algunas de las mayores empresas del mundo, los políticos y los reguladores.
De hecho, bajo una creciente presión, la atmósfera política se ha vuelto tóxica para los grandes bancos. Muchos banqueros han mantenido un perfil bajo y prefirieron las reuniones privadas a participar en los paneles de discusión. El apoyo a una ofensiva más agresiva de los gobiernos para limitar las prácticas de los bancos es mayor de lo que parecía posible hace unas semanas.
Las propuestas para la creación de nuevos impuestos y reglas más estrictas en Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países están reforzando la determinación de los funcionarios a ambos lados del Atlántico de no permitir que el sector financiero salga ileso, después de que sus pérdidas provocaran una recesión económica mundial. La diferencia con las recesiones del pasado es que todas las economías del mundo, salvo raras excepciones, están interconectadas como nunca antes lo estuvieron.
Han pasado más de 30 años desde que el economista James Tobin propusiera un impuesto a las transacciones financieras realizadas en los mercados internacionales de divisas, con el fin principal de reducir la especulación y de esa forma lograr que los mercados fueran más estables.
Esto en su momento, causó escándalo y fue muy criticado bajo el argumento de que era irrealizable. No obstante, tres años después le fue otorgado el Premio Nobel de Economía. Han pasado varios lustros y en el mundo entero se ha sufrido una terrible especulación monetaria que ha enriquecido a unos pocos. No parece haber lugar para dudas, en que, cada vez que hay una crisis financiera aparecen de inmediato los especuladores y se aprovechan.
Desde la última reunión del Foro Económico Mundial (FEM), celebrada en Davos el año pasado, la cohorte de los más pobres ha aumentado dramáticamente. Los países donantes han reducido su ayuda y la inversión extranjera se redujo en más de cien (100) países, especialmente en los más pobres; lo que ha provocado que los países subdesarrollados no se beneficien de la pregonada “globalización”.
El actual orden económico mundial determina, con fuerza creciente, la sujeción de los países subdesarrollados al dominio de los desarrollados. Esta es la dependencia externa que, como es lógico entender, es una dependencia total y no solamente económica. Es una dependencia que comienza en el orden cultural, científico y tecnológico, y que termina por imponer una cadena de sometimientos en todos los demás órdenes de la vida de los Estados.
Tras años de promover la desregulación total de la economía y menoscabar el papel del Estado como regulador de las relaciones económicas, ahora los principales partidarios de la globalización admiten la necesidad de la regulación para evitar el acrecentamiento de las divisiones en la sociedad global y el caos.
Ésta podría ser la oportunidad para reformar el sistema económico vigente, para que deje de perpetuar el subdesarrollo de las naciones del Sur. Los países del Sur están en un proceso de subdesarrollo comparativamente con los del Norte, porque la brecha se ahonda cada vez más al ritmo de los avances científicos y tecnológicos. La incapacidad o falta de voluntad para aplicar la tecnología en bien de todos, es evidente. La diferencia es tan enorme y la disparidad ha crecido tanto, que de seguir a ese paso, el propio crecimiento auto-aniquilará a quienes manejan el poder. La miseria de las mayorías, así como su desesperanza, es un reclamo contra la tiranía de las minorías opulentas.
Las cosas están cambiando, pero nadie está seguro del cómo. El capitalismo del “laissez-faire” parece muerto. Hemos pasado de un período de incertidumbre económica a un período de incertidumbre política. Los líderes mundiales parecen atónitos ante el brote de furia pública por la manera en que los banqueros han vuelto a los negocios como de costumbre, mientras tanto la gente común todavía la está pasando mal.