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actualizado 19 de mayo 2010

En el peor de los casos
Creo que la infidelidad es una prueba de debilidad...
Por Rodrigo Solís

“Creo que la infidelidad no solo es inevitable sino que también es conveniente para la salud de la pareja y para la salud de la sociedad.”
- Fernando Sánchez Dragó

“Creo que la infidelidad es una prueba de debilidad, de esclavitud a las pasiones, las personas verdaderamente libres lo que quieren es vincularse, porque precisamente no somos animales.”
- Juan Manuel de Prada


Selva ama a un grupo de rock pop alternativo argentino. Más específicamente a su vocalista. Ay, no sabes como me encanta, dice, uf, si lo pudiera conocer, te pongo el cuerno. Me escandalizo en silencio, no por la latente y abierta advertencia de infidelidad de mi chica, sino por su terrorífico gusto.

En el escenario, bajo el calor de las luces, un tipo chaparrito, de uno cincuenta, ojos separados, poco cuello, encorvado, espalda pequeña, en pocas palabras, un guiñapo con cara de perro Chihuahua, salvo que, además, es una estrella consumada, un artista de verdad, el flautista de Hamelín enfundado en unos escandalosos pantalones azul celeste que hace gritar, bailar y corear sus magníficas canciones a miles de enardecidos fans.

Uy, ponte unos pantaloncitos así, porfa, dice Selva, te vas a ver mariconcísimo en la presentación de tu libro. Le digo que no, que ni loco, bajo ningún concepto. Anda, anda, yo te los compro, pleeease, insiste.

Empiezo a creer que fue un error haber asistido al concierto, una broma macabra del destino para sacarme de casa un viernes por la noche y hacerme enormemente infeliz. Los antecedentes fueron los siguientes: cuatro noches atrás, Selva dijo, conéctate, rápido. En dos segundos ella me dio instrucciones detalladas de los pasos a seguir. La página de Internet a la que debía accesar, las respuestas que debía elegir en la trivia, etcétera. Están sorteando boletos VIP, dijo, estoy segura que vamos a ganarlos.

Como no me tomó más de un par de minutos llenar el formulario, no me quejé, tampoco me tomé la molestia de explicar que aquello era un absurdo, una pérdida de tiempo participar en un concurso con miles de participantes, pues en lo que a mi respecta, jamás en la vida he ganado nada.

Para mi sorpresa, un día después, el grupo cervecero encargado de montar el concurso y auspiciador oficial del concierto de la banda de rock pop alternativa argentina, me mandó un e-mail informándome que era yo uno de los cinco exclusivísimos ganadores de pases dobles VIP. Estupefacto, guardé silencio. No dije una sola palabra. Los días transcurrieron. Pensé que ganaría, dijo Selva desilusionada, tú sabes que soy bruja y veo el futuro, agregó suspirando, estaba segura que tendría esos pases, me vi saludándolo.

¿Acaso me apiadé de la vidente de mi chica? En lo absoluto. Permanecí en silencio. Impertérrito. Cerré el pico. Fingí demencia. Agradecí no verme envuelto entre un mar de gente sudorosa y borracha. Salvaguardando de lascivas caricias, manos traviesas y ardorosas, la retaguardia de Selva. Abriéndome paso a empellones y codazos por una cerveza para no morir de sed. Mil veces prefería quedarme en casa, encerrado delante de un insufrible cero a cero entre México y Ecuador.

Entonces ocurrió. La mano del destino que todo lo puede y tuerce. Selva, resignada a no asistir al concierto, al verme entrar al baño, agarró mi laptop para cambiar su estatus de Facebook y poner “mis poderes de bruja fallaron”. Delante de sus ojos, resplandeciente, mi Hotmail estaba abierto. Felicidades, has ganado boletos de acceso VIP, decía un e-mail.

Su primera reacción fue decirme que lo sabía, que sabía que asistiría al concierto. Soy bruja, dijo, ¿hasta cuándo pensabas decirme? En su pregunta no hubo reproche, ella cree (erróneamente) que siendo yo escritor, soy un tipo muy creativo para las sorpresas.

Ya ves, de último minuto te quería dar la sorpresa, mentí. Dicha sea la verdad, nunca imaginé que mis boletos VIP fueran hacerle honor a su nombre. Los chicos de la cervecera nos metieron a una carpa, nos dieron lugares donde sentarnos, cervezas gratis, botanas, pizza, y lo más importante, montaron una valla metálica que nos mantenía alejados de la turba de miles de fanáticos sudorosos y alcoholizados que brincaban y se pisoteaban unos contra otros. Por primera vez en mi vida me sentí una persona verdaderamente muy importante.

Ash, no veo nada desde aquí, dijo Selva. Hubieras traído tus lentes, le reproché, sentado en mi asiento de lujo, intocable, cerveza y cacahuates enchilados en mano, cual dictador tropical que contempla la belleza del caos.

Entonces ocurrió. El flautista de Hamelín porteño apareció en escena y los miles de asistentes se volvieron locos. Selva también. Lo tengo que conocer, dice, está en mi destino. Le hago ver que está loca. Grave error. Precisamente porque está loca me toma de la mano apenas finaliza el concierto y me dice que la siga. Con permiso, con permiso, le dice a la gente y a los guardias de seguridad cual Moisés partiendo las aguas.

Cuando me doy cuenta estamos en el backstage. Aquí no pueden pasar, dice el custodio de los camerinos, solo prensa. ¿Y quién dice que no puedo pasar?, dice Selva mostrando su peligroso escote dejando ver unas tetas altivas, divinas. Adelante, dice el bueno del guardia. Pasamos.

Qué vergüenza saludarlo, dice Selva entrándole de repente la cordura. La empujo hacia el artista, le digo que está en su destino conocerlo, y entonces comprendo que el loco soy yo. El hombrecillo mira a mi chica y se le ilumina la cara, como si hubiera descubierto la rima a una canción imposible. Es tarde ya para darme cuenta que he cometido un error. Grande. Peligroso.

Me gustas mucho, dice Selva. Gracias, dice el artista sin quitarle los ojos de encima a sus tetas. Él es mi novio, dice Selva jalándome del brazo. Mucho gusto, digo y estrecho su mano. Sólo quería saludarte, decirte hola, dice Selva, y decirte lo mucho que me gusta tu música. Gracias, dice el artista hipnotizado por la delantera de lujo de mi chica. Bueno, un placer conocerte, dice Selva. Pará, dice el artista, mi hermano me dijo mientras tocábamos: mirá que buena que está esa mina de la primera fila… con el debido respeto de tu novio. No te preocupes, le digo al artista fingiendo seguridad en mi mismo, pienso lo mismo que tu hermano.

Entonces, Selva descubre algo en el hombre. ¿Y tus pantalones?, dice, ¿dónde están tus pantalones azules? El artista (ahora vestido con unos jeans como los míos) le explica que esos pantalones son una mariconada, vestuario del show, ropa que le compra su mujer cada que va a Europa o a tiendas de disfraces en Buenos Aires. Ash, Selva pone los ojos en blanco, pleeease, dile a mi novio que se ponga unos así para la presentación de su libro. ¿Escribís?, se sorprende el artista, ¿vos qué escribís? Novelas, responde Selva por mí, escribe novelas, me enamoré de él leyéndolo. El artista se emociona, sonríe, me da una palmada en la espalda y le pide unas cervezas a un chico guapo de su banda. Un artista de verdad, dice, escribe para enamorar a las chicas.

Hablamos largo y tendido de literatura. No me sorprende verme sorprendido al no conocer a ni uno solo de los autores que me menciona el artista. Decido no mentir, ser yo mismo, al fin y al cabo no me encuentro en un encuentro de escritores donde tengo que asentir a todo momento con mi mejor cara de intelectual cada que me preguntan si he leído a tal o cual escritor que en mi vida he escuchado de su existencia.

Che, tenés que leer Martín Fierro, dice el artista. Le digo que sí, que lo leeré, Martín Fierro y los otros treinta y tantos libros de la literatura gauchesca que me resume de una manera formidable. Entonces, como ya estamos en confianza, en una plática entre amigos, o al menos así lo creo yo, pues solo los amigos de verdad te invitan cerveza y te hablan de literatura sin reservas, cometo el error de recomendarle leer a mis héroes literarios.

Sí, esta bien, ya he leído algo, me entrevistó recién, dice el artista, el problema con Bayly es que hace literatura menor. Quedo estupefacto. Saco un as bajo la manga y le recomiendo leer a mi amado Pérez-Reverte, y tal como me ocurre en los encuentros de escritores, el artista me dice que no lo conoce. Siendo así, hago lo que hago siempre con los amigos de verdad (traducción: personas que han leídos cien veces más que yo), con sutileza aborto la literatura para embarcarme en el terreno de la televisión, que es una forma más divertida de hacer literatura.

¿Curb your Enthusiasm?, dice el artista con brillo en los ojos, un monstruo Larry David, un fenómeno. Rememoramos capítulos. Recordamos chistes. Viajamos al mundo de Seinfeld. Me siento como pez en al agua. Pasáme otras birras, le dice el artista a su hermano, que también es el guitarrista de su banda. Entonces, me entran unas ganas locas por ir al baño. Tiemblo. Sé lo que ocurrirá cuando vaya al baño. Por eso me aguanto dos horas más hasta que mi vejiga está a punto de explotar.

Tienes cinco minutos, le digo al oído a Selva. Voy al baño, o mejor dicho, finjo ir al baño. Me escondo entre unos matorrales como un animalejo menor. Asustadizo. Temeroso. El artista le sonríe con coquetería a Selva. Si no estuviera aquí tu novio, dice, te diría racimos de frases que te ruborizaran. Selva sonríe. Mejor no, dice. Si no regresa en dos minutos, dice el artista, te juro que te doy un beso. Selva sonríe. Mejor no, dice.

Me bajo la bragueta, expulso a propulsión a chorro un litro de orín sobre unos yerbajos. Me siento invencible, el hombre más poderoso del mundo, pero al mismo tiempo, me invade la duda corrosiva, sombría: de haber tenido la oportunidad franca y abierta, ¿me habría yo negado a gozar de las caderas que nunca mienten de Shakira? ¿O a los labios calientes y fríos de Katy Perry? ¿Acaso estaré a la altura de mi chica, de sus expectativas, de sus ex novios (todos ellos artistas talentosos), de sus visiones de bruja consumada donde asegura que la publicación de mi novela me colocará en el mapa literario, o sea, en un artista de verdad?

Ya nos tenemos que ir al hotel, dice el artista, veníte. No, dice Selva, mejor no. El artista, mago de las letras, hechicero de la música, genio moderno, sonríe y en un último intento por lograr hacerse de una chica memorable, de nombre imposible, dice, en el peor de los casos… traéte a tu novio.

Una hora después, desnudos en la cama, Selva dice que me ama, y yo no puedo más que besarla y poseerla como nunca antes y decirle que la amo también. De fondo, de banda sonora de una cópula rabiosa, el artista porteño, nuestro nuevo gran amigo, nos deleita con un repertorio de canciones enloquecidas e inolvidables.

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