“Si lo secuestraron de a de veras, en este momento estará deseando haber aprovechado su oportunidad de hacer de este un país menos mierdero.”
- P (filósofo moderno)
No nos engañemos, dejemos de fingir, de ser políticamente correctos (que no somos políticos y no nos pagan por simular) la gente de a pie, los que pagamos nuestros impuestos (yo no, porque estoy desempleado y tristemente vivo en casa de mamá a mis treinta), la noticia bomba de que un político de primera línea haya sido privado de su libertad por una banda de secuestradores o terroristas o narcotraficantes nos impacta, sí, pero luego, aceptémoslo (y repito, dejemos de engañarnos, de fingir, de ser políticamente correctos, fuera máscaras), nos da mucho, pero mucho gusto.
Son breves segundos, incluso minutos, de gran satisfacción. Como cuando echan al América de la Liguilla y en pantalla ves a sus aficionados con los ojitos de Bambi en las tribunas, a sus altos directivos en los palcos con ojos redondos como platos, incrédulos, al comprobar que los estafaron, que sus multimillonarias contrataciones para una maldita cosa sirvieron.
Finalmente los políticos están a nuestro nivel, pensamos, cagándose en la patas de miedo. Pero luego viene el bajón, el golpe de realidad: los avispados, los enterados, los lúcidos, los que no se chupan el dedo, los que aun no han perdido el sentido común, les toma entre cinco a diez minutos volver a la realidad, poner los pies en el suelo; los otros, la escandalosa mayoría, los que no se pierden La Familia P. Luche y las telenovelas de las 7, 8 y 9 de la noche, los que pusieron los ojos como huevos fritos al enterarse que se estrelló el avión del sexy secretario de gobierno, los asnos redomados, no huelen que hay gato encerrado, ni siquiera cuando Joaquín López-Dóriga, titular de noticieros Televisa dijo en mitad de una serie de balbuceos (¿por qué será?) “por el respeto a la vida de Diego, noticieros Televisa ha tomado la decisión editorial de no volver a informar de este caso -ojo al dato- hasta su desenlace. Es una decisión de anteponer una vida humana, la de Diego, a este el nuestro que es el ejercicio periodístico, no ha sido no, una decisión fácil, pero es sí, una decisión firme”.
Y es que, si pensábamos que no se podía ser más cínico que el presidente de la república con eso de “en México actuamos muy a tiempo para evitar que las circunstancias del crimen organizado que se viven en México tuvieran un escalamiento como el que llegaron a tener desafortunadamente en países hermanos como Colombia, bla, bla, bla…”, Televisa nos ha dado una lección no solo de cinismo, sino de hipocresía y desvergüenza (santísima trinidad que conocíamos en ellos, pero no a estos niveles de desfachatez), al pregonar a los cuatro vientos, o sea, en sus dos frentes más mediáticos, pues horas después, Carlitos Loret de Mola, el hombre que calienta a nuestras mamás, repitió el mismo comunicado que su colega López-Dóriga, traducción: decirnos que no harán más su trabajo, porque su verdadero trabajo (no nos lo tenían que decir, ya lo sabíamos) es el de proteger, con uñas y dientes, los intereses de las familias más poderosas y ricas del país.
¿Sentimos placer de que hayan secuestrado a un candidato a la presidencia? ¿Sentimos regocijo de que hayan secuestrado a un senador? ¿Nos regodeamos de que hayan secuestrado al abogado de banqueros y/o empresarios multimillonarios de dudosa reputación y presuntos nexos con cárteles del narcotráfico? ¿Sentimos satisfacción de que alguien intocable finalmente sea amordazado, cacheteado, vejado, humillado?
Por supuesto que sí, por desgracia es un placer que dura cinco minutos, o cuando mucho, diez. El mismo tiempo que cuando echan al América de la Liguilla y en seguida en pantalla ponen un Realty Show. Luego todo vuelve a la normalidad. El sentido común nos susurra con su condenada vocecilla. Nos recuerda que empresarios, políticos y narcotraficantes no son más que un Cancerbero. Bestia de tres cabezas unidas por el mismo cuerpo, por la misma sangre, latiendo con el mismo corazón. Hermanos trillizos. Incapaces de morderse una pata o el hocico los unos a los otros porque son uno mismo. La misma criatura horrenda.
El secuestro de un pez gordo no pone a los políticos a nuestro nivel. Menos a los pesos pesados como ballenas. Ellos no conocen el miedo. A ellos no los abofetean, mutilan, privan de la libertad, exponen en las noticias del canal más poderoso del país; no, a ellos los internan en un spa, almuerzan langosta con cubertería de plata, arropan con batas de seda y en la noche se sientan a jugar Monopoly con sus “secuestradores” en un tablero llamado México.
Si acaso, para no levantar suspicacias, los bárbaros desalmados los ponen a dieta de brócoli, lechuga y jitomate y les dejan crecer el pelo y la barba, para que no se diga que el cautiverio no fue horrible.
Y si me equivoco, lo dudo mucho, y el pez gordo amanece tieso y lleno moscas (algún pacto habrá roto el servidor público), sus restos serán escondidos, esfumados, desaparecidos por los medios de comunicación “responsables” para no perturbar o traumatizar a su familia, no así los secuestrados y decapitados de a pie, que pagan (o pagaban) sus impuestos, que sistemáticamente, como animales, aparecen en los noticieros del señor López-Dóriga y Loret de Mola, eso sí, bajo la sentencia de, damas y caballeros, niños y niñas, por favor, tápense sus ojitos, las imágenes que verán a continuación son muy fuertes, pero es nuestro deber y trabajo informar.