El mundo está tomado por las manías de los poderosos y hay que decir ¡basta!. El fuego de engaños y desengaños injertado en el planeta, ha sido tan terrorífico por parte de los que miran desde las tarimas del poder, que los recursos naturales hace tiempo que perdieron color (de vida) y calor (humano), los han derrochado a más no poder, se los han llevado para sí los fuertes, sin importarles desheredar a los débiles. Ahora se habla de avanzar hacia una economía verde cuando todo está podrido. Difícil lo tenemos, toda la tierra está al alcance del dominador en lugar del sabio, y sólo en el campo de los humildes suele ser donde reverdece la sabiduría. En las alturas jamás se dieron las flores, ni crecieron los árboles que no tenemos. Sin embargo, creo que no es demasiado tarde para construir una utopía, el verde como luz y cada vida como voz. Que fueran historia pasada los sin voz sería un paso importante, puesto que todos tenemos el derecho y la obligación de llenar la tierra de alegría.
El precio del fracaso de los poderosos es demasiado alto. No pueden seguir mangoneando la tierra. Hay humanos que jamás han conocido la libertad, que no tienen nada para llevarse a la boca, que conviven con la tristeza de sentirse un don nadie en un mundo de pícaros. Entre tanto, ante la evidencia de los hechos, los omnipotentes reconocen que se tardarán décadas en dirigir nuestros sistemas de energía hacia un camino más seguro y sostenible. Lo insólito es que se han cargado el planeta y aún pretenden extender recetas. ¡Dejen gobernar a los sin voz!. En los altozanos cohabitan demasiados intereses mezquinos, egoístas, es preciso que el poder detenga al poder, no han sabido tener dominio de su uso. El cambio que se vocifera hacia las energías renovables es puro teatro, con un reparto excluyente y deplorable. Es más de lo mismo por los mismos que nos han llevado a la pérdida de ecosistemas, de bosques y humedales.
Sobre este mundo putrefacto, vestido y revestido de poderes arbitrarios, sería bueno que los excluidos del sistema tomasen posiciones, nunca para ambicionar el poder, sino para integrarse. El planeta lo cimentamos entre todos. Por ello, hace falta una globalización verde, claro que sí, pero verdaderamente integrada en una política industrial más respetuosa con la naturaleza, sin obviar que todo ciudadano, por débil que sea, tiene que ser algo, porque para el planeta sí lo es, y su voz, por consiguiente, ha de considerarse. Aquí contamos todos más allá de estos poderes mundanos, con pedestal de oro, que por cierto nunca han estimulado el ahorro de energía, sino más bien su dilapidación. Sólo el día que los desheredados puedan hablar, y los pudientes dejen de comer sin necesidad lo que roban al estómago de los indigentes, el mundo habrá cosechado el verde sustentable, la solidaridad sin letra de cambio. Desde luego, es la energía primigenia más defendible.
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