Tengo mis placeres culpables. Como todos. Uno de ellos es ver cualquier disciplina atlética que el ser humano practique profesionalmente y que las cadenas televisivas y empresas corporativas tengan a buen recaudo poner delante de mis cuatro ojos. El otro día, sin proponérmelo y sin darme cuenta, vi un partido donde una manada de hombres del cuaternario perseguía un balón de forma ovoide. Según yo estaba viendo un partido de rugby, pero en una pausa del encuentro, cuando un troglodita le dislocó el hombro a otro, el narrador me sacó de mi error al decir que estábamos en presencia de uno de los partidos más emocionantes de fútbol australiano de la temporada. Siendo así (colaboró mi insomnio), me quedé frente al televisor viendo una maratónica jornada de deportes que en mi vida había visto. <<No se mueva, a continuación el campeonato mundial de críquet>>, dijo el narrador. Obedecí. En pantalla aparecieron unos hombres disfrazados con uniformes de enfermeros jugando un partido que era algo así como una especie de mezcla entre béisbol y boliche. Sobra decir que no entendí absolutamente nada, pero ello no significa que me haya aburrido. <<Nuestro siguiente programa: el Hombre más fuerte del Mundo>>. No tuve opción: fui por las palomitas de microondas.
En los comerciales, cerca de las cuatro de la madrugada, me mudé a otro canal deportivo. Y ahí estaba.
El sujeto del que les voy a hablar, dicen, no es humano. Y yo la verdad, luego de estudiarlo detenidamente gracias a todas las estadísticas y datos que proporcionaron durante el partido, lo sospecho también. O tal vez sea que la mayoría hemos perdido la fe en los hombres de verdad. Se llama Roger, se apellida Federer, y juega al tenis, deporte del cual es amo y señor. Es invencible. Pese a ello, me agrada el tipo. Y digo pese a ello porque por algún misterioso motivo suelo identificarme con los deportistas y/o equipos mediocres. Es un mal congénito. Por ejemplo, si juega un partido de fútbol Brasil contra Madagascar, mi apoyo incondicional lo tiene Madagascar. Y así en todos los deportes, o bueno, en casi todos. El tenis resultó ser la excepción porque el mejor jugador de este deporte es un sujeto sobrio, delgado y callado, características insólitas en un deportista moderno, pues resulta que en la actualidad para ser deportista profesional y famoso hay que cumplir con tres requisitos fundamentales, básicos e indispensables: uno, ser un mamarracho; dos, ser una masa de músculos; y tres, ser un barbaján. Todo en un mismo paquete. Es decir, poseer la apariencia de un pandillero y portar el uniforme con toda indignidad posible (camiseta, short y banditas de colores brillantes y estrafalarios, al igual que tener peinados chiflados, tatuajes y aretes); consumir “complementos alimenticios” (traducción: anabólicos) para parecer una estrella de cine de acción o del porno gay; y poseer y proferir un vasto repertorio de peladeces y mentadas de madre cada que se cometa un error en la cancha. Ah, y un requisito más que se me escapaba: tener por novia a una modelo.
Es por estos puntos mencionados por los que me agrada Roger, porque vapulea a sus contrincantes con su flacucho cuerpo y sin la ayuda de ningún entrenador, poniendo en evidencia que los músculos en los deportistas (al menos en el tenis) no son más que vanidad, al igual que las noviecitas de catálogo de Victoria´s Secret que aplauden con celular en mano desde las tribunas. Y quizás éste sea el dato más relevante que me tiene aquí dedicándole este escrito al bueno de Roger, pues su novia resulta ser una encantadora gordita de mirada inteligentísima que además de seguirlo a cada partido, es quien maneja su carrera. De ahí que Roger pase la mayoría de su tiempo perfeccionando su juego en vez de andar de vedette filmando comerciales de calzoncillos de hilo dental y/o embriagándose con putizorras de fiesta en fiesta.
Pues bien, les dije que comulgo con la derrota. Hace unos minutos, pese a todo pronóstico, acaba de perder Roger en la semifinal del Abierto de Australia, y con ello se vio cortada la racha de jugar su final troposcientasmil consecutiva de Grand Slam (no se por qué, pero me siento culpable por haberlo apoyado).
<<Es humano>>, han dicho los narradores. Y yo la verdad, ahora más que nunca, lo dudo. Lo dudo después de ver como Roger se encaminó con toda gallardía hacia la red y estrechó la mano de su victimario para luego dirigirle una mirada a su novia que desde las gradas le devolvió una sonrisa que ni el hombre más rico del mundo podría pagar con todo su dinero. No, ya no hay humanos así. Gigantes en la derrota.