Hace un par de días se llevo a cabo el 65 aniversario de la creación del Partido de los Trabajadores Coreanos. El festejo tuvo la singularidad de aparentar ser una fiesta nacional, algo parecida a lo que celebramos muchos países en Hispanoamérica en referencia al bicentenario del inicio de la independencia. Sin embargo, se intuye que el gobierno norcoreano no celebraba un festejo nacional, sino simplemente presentaba a su nación y al mundo entero al próximo gobernante, Kim Jong-un.
Desde el punto de vista de los datos estadísticos los norcoreanos tienen muy poco que celebrar. Las estimaciones hablan por sí solas. De acuerdo con la CIA, Corea del Norte tiene 22.6 millones de habitantes, éstos cuentan con un PIB per capita de tan sólo 1,900 dólares (situándolos en el lugar 189 del ranking mundial), mientras que Corea del Sur alberga 48.5 millones de habitantes, con un ingreso de 28,100 dólares. La esperanza de vida en el norte de la península es de 63.8 años, mientras que en el sur es de quince años más, 78.7 años. El Estado del Norte tan sólo produce 40,000 millones de dólares de riqueza (PIB), mientras que en el sur tienen 1.368 billones de dólares, situando a Corea del Sur como el decimo tercer país más rico del mundo.
No sólo los números pueden revelarnos el fracaso del gobierno norcoreano, sino que también está la manera en la que han contradicho la voluntad popular, al negarle el segundo derecho más importante de cualquier sociedad: la libertad, y es que los norcoreanos están atados por un partido que más que una figura de representación popular es un mecanismo familiar para heredar el poder “legítimamente”.
El legado de los Kim ha dejado a Corea del Norte como un país militarizado, pero pobre. Ha hecho del vecino del norte de la península coreana un Estado cuya principal herramienta para la negociación es la amenaza, y cuyo instrumento más efectivo se materializó en 2006 cuando efectuaron su primer ensayo nuclear con éxito, enviando un mensaje muy claro al mundo: en esta realidad internacional gobernada por una perspectiva realista, el poder militar y la capacidad para poner en jaque la tranquilidad de una región es más efectivo para atraer los reflectores internacionales y la ayuda, que tratar de combatir al subdesarrollo con pocos recursos.
El año pasado volvió a hacer ensayos nucleares y a probar algunos misiles de corto alcance, con lo cual obligó al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a reclamarle por la violación de las resoluciones 1718 (2006) y 1695 (2006), además de reunir al grupo de los seis (Rusia, Japón, China, Corea del Sur, EE.UU y Corea del Norte), para debatir la situación. Apenas en marzo del presente año volvió a los reflectores cuando fue acusado de hundir el navío sudcoreano Cheonan, donde perecieron 46 tripulantes.
Los hechos son contundentes, en este ligero análisis de comparación nos hemos dado cuenta de la manera en la que un modelo de organización económica, aplicado con tiranía y desproporción, ha deformado el bienestar de una sociedad que sólo siendo capaz de superar el adoctrinamiento podrá darse cuenta de la manera en la que sus similares del sur han progresado; viviendo hoy con las ventajas de la tecnología, aprovechándose de la globalización, con un ingreso alto y la tranquilidad de vivir en un país que cada día alcanza más estaños hacia el desarrollo.