Lo más lindo que le pude ocurrir a un escritor es que lo lean, pero lo más lindo lindo es que le escriban, o sea, que un lector después de leerle, alegre o furioso con las barbaridades que el destino y/o editorialistas chiflados pusieron delante de sus ojos, contento o con la vena palpitándole rabiosa en la frente se arroje al teclado de la computadora y le escriba las cosas más dulces y tiernas o en su defecto los insultos más terribles y crueles haciendo énfasis en la madre que le parió.
En fin, para qué le doy vueltas al asunto, las cartas o e-mails más divertidos son los que provienen de los lectores que no saben leer entre líneas. Que tal o cual cosa que publica un escritor se lo toman como algo personal, es decir, como una afrenta que hay que lavar (de ser posible) con sangre. Es por ello que este tipo de lector es el más apreciado. Porque uno se los imagina desde el otro lado de la computadora como unos trogloditas con mazo en mano como el Capitán Cavernícola tecleando con sus dedos chatos una serie de atrocidades dignas de ponerle los pelos de punta incluso al psicópata más aventajado; pero luego resulta que los capitanes cavernícolas en realidad son respetables amas de casa o pulcros contadores de oficinas que tuvieron un mal día con el jefe.
Por eso, una vez más, y no es que me guste meter el pulgar enterito en la herida, repito, los mexicanos somos unos idiotas y unos ingenuos y unos tramposos, o sea, para los que no captan todavía, la peor calaña de este continente. Y óigame, dirán algunos (los más espabilados), eso no es noticia, todos lo sabemos. Pero no, palabra que no todos se han dado por enterados, aún.
La mayoría nos seguimos chupamos el dedo, y bien sabroso. Chup, chup. Como recién nacidos sorprendidos e incapaces de hacer algo (ni siquiera patalear o llorar) cuando algo “inverosímil” ocurre delante de nuestros castos ojos.
No voy a nombrar nombres, faltaba más, pues no hace falta; en materia política uno dispara al aire y mata diez patos, mínimo. Digamos que Clodomiro H. Pérez fue gobernador del Estado de Ayucatitlán y en su sexenio se cansó de talar hectáreas infestadas de molestos árboles y selvas bajo la obligación moral de que México es un país pujante y en vías de desarrollo y por tal motivo construyó sobre estas zonas vírgenes y protegidas planchas de concreto que ahora sirven de estacionamiento para centros comerciales y demás lugares de esparcimiento para la sociedad, como pueden ser ferias ganaderas que solo duran tres semanas al año, ya saben, porque México es, como les dije, un país pujante y en vías de desarrollo. Y en nuestras narices. Ojo. Entonces no es hasta que el gobernador pujante Clodomiro H. Pérez termina su gestión cuando los ecologistas muy indignados publican artículos iracundos en los periódicos alarmando a la sociedad de que nos estamos quedando sin zonas verdes, y la sociedad (muy ecologistas ellos y ellas) se indigna con el ex mandatario Clodomiro H. Pérez diciendo que es un inconciente y un bandido porque los estacionamientos fueron construidos por las constructoras de su familia, entonces, el nuevo mandatario que en realidad es mandataria porque en el Estado de Ayucatitlán hay igualdad de género hasta en la política, como primera medida decide colocar al ex mandatario Clodomiro H. Pérez como encargado de proteger las áreas verdes, mares y toda la fauna marina y/o terrestre del Estado, y todos los ciudadanos que poseen un civismo escandinavo a la décima potencia, fruncen el seño a manera de indignación y se van, unos a los gélidos aires acondicionados de los centros comerciales, y los otros, a rostizarse a las playas (faltaba más, es verano) porque el calor es insoportable y le pone de muy mal humor a cualquiera. Y luego, los unos y los otros, miran unas amenazadoras nubes negras en el cielo, y los unos cruzan los dedos, y los otros chocan tres veces sus talones uno con otro deseando que este verano no entre un huracán como Katrina y nos mande a tomar por culo a todos.