El mexicano (por no decir el latinoamericano) funciona y reacciona de formas muy extrañas. Nuestro tercermundismo continental lo atribuyo a tres factores claves: tiempo, respeto a la propiedad ajena y resignación. Tiempo: los gringos, por poner un ejemplo de su idiosincrasia, funcionan bajo la premisa de que el tiempo es igual a dinero. De ahí que sean tan puntuales. Sin embargo, en México el tiempo es igual a una larga espera. Para nosotros, el tiempo es relativo; una medida no funcional que jamás se respeta y que cada quien mide según su antojo. Incluso cada Estado de la república se jacta de poseer la hora más larga, que no es otra cosa que (como se le conoce en el primer mundo), impuntualidad. Agravio y falta de respeto hacia el prójimo que los campechanos tomamos con mucho humor y bautizamos como “hora campechana”. Traducción: pactar una cita a una hora determinada y llegar a ella tan tarde como nos sea humanamente posible.
Respeto a la propiedad ajena: básicamente hay dos propiedades que al mexicano le fascina no respetar: la cochera del vecino y el dinero del pueblo. En ambos casos el agraviado ha terminado por resignarse o acostumbrarse, o mejor dicho, el infractor ha descubierto el método perfecto para que el agraviado no se enfade demasiado. En lo que respecta a las entradas de las cocheras y las franjas amarillas pintadas en la acera, tierra fértil para los automóviles, es que la persona que no debe estacionarse ahí enciende sus luces intermitentes, lo cual significa que el infractor está consciente de que está infringiendo la ley, pero que, sin embargo, como es un caballero al volante tiene intenciones de moverse, ¿en cuánto tiempo?, he ahí la incógnita, pues como sabemos, el tiempo para el mexicano es algo relativo, ya lo dijo Einstein. Ahora bien, en cuanto a no respetar el dinero del pueblo, esta actividad es exclusiva de los políticos y de sus achichincles, mismos que, no hay que olvidar, son tan mexicanos como nosotros. Los políticos y sus gatos han logrado encontrar el método perfecto para que los perjudicados (todos nosotros) no nos enfademos por sus desfalcos. El método que aplican es el de demostrar que sus adversarios son más ladrones que ellos, es decir, aceptan que roban, pero no tanto como sus contrincantes.
-Señor gobernador, ¿por qué costó 20 millones este monumento tan feo?
-Eso pregúnteselo a mis adversarios que construyeron un monumento todavía más feo y más caro que el mío.
Resignación: <<podríamos estar peor>>, frase sin duda muy mexicana. Así que nos resignamos a vivir en un tercermundismo impune. Aunque claro, tenemos formas de capotear las adversidades, como en mi caso, que en vez de morir de un derrame de bilis he aceptado a cohabitar con la realidad, así que cargo con un libro a todas partes para que las horas campechanas de mis amigos sean más cortas y amenas a la hora de esperarlos en el café, o en vez de pincharle las llantas al auto del vecino que le fascina estacionarse en la entrada de mi cochera, mejor le regalo una sonrisa y le pido prestadas las llaves de su auto para moverlo yo mismo, y finalmente, en vez de causarle un disgusto a mamá (que además de ser una señora es una santa) contradiciéndola con pruebas materiales cuando me dice que sus amigos los políticos son muy buenos, mejor guardo silencio, medito unos días sus palabras y luego voy a la computadora y tecleo un escrito que a la mañana siguiente aparecerá en los periódicos donde pueda decirle a todos ellos que son unos grandísimos hijos de puta, con todo respeto.